Con su muerte Jesucristo nos libró de los pecados, con su Resurrección, nos devolvió los bienes que habíamos perdido por el pecado, es decir, nos abrió las puertas de la vida eterna. Aunque el suceso mismo de la Resurrección de Jesucristo sólo lo ha presenciado Dios, los hechos que perciben los discípulos son suficientes como para que se pueda decir que la Resurrección del Señor es una realidad.
La realidad de la resurrección
El sepulcro vacío y las apariciones son hechos que la historia no puede ignorar. Dios quiso que los testigos que «Él había designado» pudieran tener una evidencia que les permitiera dar testimonio ante los demás. Los que han negado el gran milagro de la Resurrección se han aferrado a diferentes argumentaciones, que en el fondo coinciden en no admitir nada que no pueda demostrarse con argumentos racionales o por experiencia.
Así, han dicho algunos que la Resurrección era una pura experiencia subjetiva de los discípulos. Otros han afirmado que la Resurrección significaría solamente que Cristo vive en el recuerdo y en el interior de los Apóstoles y que éstos no distinguen fácilmente sus deseos de la realidad. También ha habido quienes han supuesto fraude o mentira en las afirmaciones de los discípulos.
Sin embargo, los relatos evangélicos de las apariciones nos presentan a unos hombres que se sorprenden claramente al encontrarse con Aquél con el que convivieron antes de la Pasión. En principio, no reconocen a Jesús. Luego pasan a estar ciertos de que es Él. Esta es una prueba más de que ese reconocimiento del Señor proviene de la realidad y no es una creación de su fantasía. De lo contrario, no tendrían dificultad en reconocerle al punto. En cambio, necesitan un cierto tiempo.
El misterio de la resurrección del Señor
La Resurrección de Jesucristo es un misterio de fe. Sólo ayudados por el Espíritu Santo se puede llegar a la fe en la Resurrección. Sólo la fe permite captar el mensaje de salvación que entraña. Los discípulos se percatan de que Aquél con el que se encuentran de nuevo es Jesús, aunque no es enteramente el mismo.
Jesucristo, al resucitar, ha comenzado a vivir una vida nueva, que es a la que estamos llamados y nos tiene prometida. En efecto, la Resurrección de Cristo no consistió sólo en la reanimación de un cadáver, como en el caso del hijo de la viuda de Naím o de Lázaro. Por otra parte, al creer este misterio, no se afirma sólo un hecho que le acaeció a Jesús en el pasado, sino también que Jesucristo, por haber resucitado, vive, es decir, continúa viviendo esa nueva vida. Al creer esta verdad, además, no sólo afirmamos que Cristo resucitó de entre los muertos, sino que lo hizo por su propio poder, como había anunciado:
Porque doy mi vida para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para daría y poder para recobrarla de nuevo (Jn. 10, 17-18)
El Señor ha resucitado como había predicho
La Resurrección de Cristo es la verdad más trascendental de nuestra fe católica. Por eso decía San Agustín: No es gran cosa creer que Cristo murió; porque esto también lo creen los paganos y judíos (…) La fe de los cristianos es la Resurrección de Cristo» (Enarr. in Psalmos, 120) Los Apóstoles, movidos por el Espíritu Santo, creyeron en el Cristo resucitado. Por la fe, pudieron comprender que Jesús es dueño de la vida y de la muerte, es decir, que es Dios.
También se percataron poco a poco de que se había abierto una nueva etapa en la realización del Reino de los Cielos. Hasta el momento de la Resurrección, Cristo era el Mesías Siervo de Yahvé, que podía padecer y ser perseguido hasta la muerte en la Cruz, a pesar de sus poderes sobrenaturales y de su doctrina sublime. A partir de ahora, Jesús se ha hecho glorioso. No ha vuelto a la vida terrestre, sino que ha inaugurado una nueva vida en la que posee una plenitud que incluye la inmortalidad y la liberación de las limitaciones del tiempo y del espacio. Como consecuencia, el cuerpo de Cristo participa de la gloria que, desde el principio, llevaba el alma del Señor. Los Apóstoles son los testigos de esta nueva realidad, para los hombres de todos los tiempos. La fe de todos los cristianos que vengan después apoya en el testimonio de la fe apostólica.
Pero a estos testigos oculares también se les exigía fe: vieron y creyeron. No basta con ver para percibir la nueva creación que significa la Resurrección de Cristo. Los testigos se encontraron con Jesús y le reconocieron por la fe, movidos por el Espíritu Santo.
Consecuencias de la resurrección
La Resurrección de Jesucristo no es algo que le afecte o beneficie a Él, en el sentido de que le libera de las consecuencias de la muerte una realidad que nos afecta a todos los hombres de un modo importantísimo. En efecto, la Resurrección fue necesaria para que se completara nuestra Redención. Jesucristo, con su muerte, nos libró de los pecados pero, con su Resurrección, nos devolvió los bienes que habíamos perdido por el pecado, es decir, nos abrió las puertas de la vida eterna. Nosotros creemos en Aquél que resucitó de entre los muertos a Jesús Señor nuestro, quien fue entregado por nuestros pecados y fue resucitado para nuestra justificación. (Rom 4, 24-25). El haber resucitado por su propio poder es prueba definitiva de que Cristo es el Hijo de Dios y, por tanto, su Resurrección confirma plenamente nuestra fe en su divinidad.
Las apariciones de Jesús muestran una nueva manera de presencia del Redentor en la Iglesia y en los cristianos: presencia del que es permanente aunque no se le vea. Al mostrarse a sus discípulos, enseña no sólo que puede «entrar con las puertas cerradas», sino que está siempre presente y cercano. En los días posteriores a la Resurrección, el Señor comunica a los discípulos su Espíritu, mediante el gesto de soplar sobre ellos. Por medio de este don, nos será posible unirnos a Él en lo sucesivo.
Y lo mismo que los discípulos entraron en esa vida nueva a través de su encuentro con Jesús y la fe en Él, todos los hombres que vivan la vida de Cristo habrán de comenzar por un encuentro con esa Persona concreta que es Jesús resucitado.
La alegría de la pascua
Después de narrar con detalle los sucesos de la Pasión y Muerte de Jesucristo, los evangelios nos transmiten la gran ALEGRIA PASCUAL de la Resurrección. Esta alegría no sólo alcanza al hecho de que el Señor haya vuelto a la vida. La Resurrección de Jesús es un suceso ligado a los anteriores. Juntos constituyen lo que se llama el MISTERIO PASCUAL.
Así como la Pascua judía o «paso del Señor» rememoraba el momento en que los israelitas fueron liberados tanto de la esclavitud de los egipcios como de la muerte de los primogénitos, que Dios envió como castigo al Faraón y su pueblo, LA NUEVA PASCUA, LA PASCUA CRISTIANA, es LA LIBERACIÓN DEL HOMBRE DE LA ESCLAVITUD DEL PECADO.
Esta liberación la ha realizado Jesús por medio de su Pasión y Muerte en la Cruz y por su Resurrección de entre los muertos. Con ésta, se ha demostrado su poder divino no sólo sobre la muerte, sino también sobre las fuerzas del mal. Por ello, los relatos de los días siguientes a la Resurrección rebosan alegría:
El ángel habló a las mujeres: Vosotras no temáis, ya sé que buscáis a Jesús crucificado. No está aquí: Ha resucitado, como había dicho. Venid a ver el sitio donde yacía e id aprisa a decir a sus discípulos: Ha resucitado de entre los muertos y va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis ( …) Filas se marcharon ( … ) y llenas de alegría, corrieron a comunicarlo a sus discípulos. De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: Alegraos (Mt. 28, 5-9)
La vida nueva en Cristo
Cuando Jesús se aparece a sus discípulos después de su Resurrección, siempre les saluda con las palabras: paz a vosotros La fe y la alegría pascual deben llevar a la paz: Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.» (Jn. 20, 19-21). Pero no se debe entender que la alegría pascual fue un estado de ánimo propio de un tiempo cercano a la Resurrección, sino que todo el Nuevo Testamento está como atravesado por esta actitud. Los cristianos tienen motivos para la alegría, que no son pasajeros, que no se basan en cosas de este mundo, sino en la participación ya aquí, en la tierra, de la vida nueva en Cristo.
La meta en Cristo Jesús como centro demuestra vida
San Pablo nos dejará muy diversos testimonios de esta dimensión característica del cristiano. Quizá entre todos ellos destaque el del capítulo tercero de la carta a los Filipenses: «hermanos míos, manteneos alegres en el Señor (… ) juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mí Señor, (… ) y conocerle a Él, el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta hacerme semejante a Él en su muerte, tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos» (1-11).
Pbro Enrique Cases