El Papa Pablo VI, hablando del Espíritu, decía: “Nosotros lo invitamos, lo queremos, lo deseamos ante todo que el pueblo cristiano, el pueblo creyente tenga de esta presencia del Espíritu de Dios un presentimiento, un culto, una alegría superior”. Pues bien, mis hermanos, yo creo que si nosotros estamos llamando, invocando, pidiendo al Espíritu de Dios que baje sobre nosotros, Él responde y de una manera tal que supera las expectativas y peticiones que brotan de todas las comunidades de oración.
Las promesas del libro del Exodo cumplidas en el Espíritu Santo
Ustedes recuerdan ese episodio que nos narra el libro del Éxodo, donde se dice que narra que Moisés quería ver a Dios. Y Moisés le dijo a Dios: Te ruego que yo pueda ver tu gloria. Y Dios respondió a Moisés: ¿Quieres ver mi gloria? Yo te voy a hacer ver mi amor, te voy a hacer ver mi bondad y te voy a revelar mi Nombre. Mi rostro no puedes verlo, porque un hombre no puede contemplar mi rostro sin morir, pero te voy a revelar mi amor, Yo te voy a revelar mi Nombre. Moisés había pedido ver la gloria y Dios le quiso revelar su bondad y le quiso revelar su Nombre.
Entonces nos cuenta el libro del Éxodo que Moisés se tuvo que ocultar en el hueco de una peña mientras Dios pasó y le cubrió con su mano, y decía su Nombre mientras iba pasando. ¡Ah, pero aquí como que nosotros no sólo hemos querido ver la gloria de Dios, sino que también Él ha querido ver nuestra gloria! Es como si Dios nos dijera: Hijo de hombre, Yo quiero ver tu gloria. Y yo tuviera que decirle a Él: Yo no tengo gloria, Señor, yo no tengo sino pecado, yo no tengo sino miseria, yo no tengo nada que mostrarte. Y Él dice: ¡Ah, yo quiero ver tu gloria y quiero ocultarme en una caverna, quiero ocultarme en una gruta, quiero ocultarme en tu propio corazón y ahí; desde tu propio corazón Yo voy a hacer que tu pequeñez y que tu pecado, y que tu maldad, se transformen en gloria, Yo voy a estar en ti, Yo voy a morar en ti, Yo voy a ser tú huésped!
Qué hace el Espíritu Santo en nosotros?
Eso es lo que el Espíritu Santo está haciendo en nosotros y en muchas personas, eso es lo que el Espíritu Santo de Dios quiere hacer en cada uno de nosotros: Quiere Él venir a morar en nuestro propio corazón y allí transformarnos de tal manera que todo lo que nosotros seamos sea únicamente su gloria, su Palabra y su amor. Y EL viene, así desciende sobre todos los que se parecen a Jesucristo y permanece sobre ellos.
Viene como agua, que purifica y que sacia la sed. Viene como fuego, que quema, que alumbra, que ilumina. Viene como sello, que nos imprime la imagen de Jesús. El viene como aceite, que nos penetra totalmente, que nos recorre todo el ser. Viene el Espíritu de Dios a cada uno de nosotros y cuando el Espíritu del Señor viene a cada uno de nosotros, cambia totalmente nuestro ser y de ahí en adelante ya sí que tenemos que decir:
Yo oro en el Espíritu, yo canto en el Espíritu, yo trabajo en el Espíritu, yo amo en el Espíritu, yo sufro en el Espíritu, yo soy en el Espíritu; mi ser todo, no únicamente mi oración, no únicamente yo oro en el Espíritu, toda mi actividad, todo mi ser tiene que ser en el Espíritu de Dios. Ese es el gran proyecto para cada uno de nosotros: SER en el Espíritu de Dios. Podemos nosotros preguntarnos: ¿En qué medida yo me estoy dejando impregnar por el Espíritu Santo? ¿En qué medida Él está penetrándome a mí? ¿En qué medida mi oración es oración en el Espíritu? ¿En qué medida mi canto es canto en el Espíritu? ¿En qué medida mis viajes son viajes en el Espíritu?
¿Estaré yo dejándome conducir como Pablo, “no, no vayas a allá, vete más bien a Macedonia”? ¿En qué medida mi alegría es una alegría en el Espíritu Santo de Dios? ¿Hasta dónde y hasta cuando yo podré decir como Jesucristo (Lc 10, 21) alegrándose profundamente Él en el Espíritu Santo de Dios, exultaba y decía:
Padre, Yo te bendigo, Señor del cielo y de la tierra porque has revelado estas cosas a los pequeños y las has ocultado a los poderosos y a los grandes. ¿En qué medida mi amor es un amor en el Espíritu de Dios? ¿En qué medida toda mi vida, todo mi trabajo, toda mi actividad, es un SER en el Espíritu Santo y no una vida en donde hay “pedacitos”, “momentos”, ‘fragmentos”, “minutos” de Espíritu Santo y minutos de espíritu de hombre y minutos de carne y minutos de pecado? El amor de Dios se ha manifestado en vosotros por el Espíritu de Dios que nos ha sido dado (Rom 5, 5). Pero ¿qué es lo que hace el Espíritu Santo de Dios cuando baja, cuando empapa, cuando impregna, cuando mora en el corazón de un hombre?
Cuando la luz del Espíritu aparece en oriente, es tal su brillo, es tal su esplendor, mayor que el del sol cuando está de veras en toda su magnificencia, que uno no puede mirarlo; los ojos del hombre no soportan el brillo de Dios, no lo puede mirar sin morir. Y entonces, cuando la luz del Espíritu de Dios aparece, ilumina, como que nosotros no podemos mirarlo, no podemos centrar nuestra mirada en Él y tenemos que volver nuestros ojos a otra parte, los volvemos hacia el Padre y lo volvemos hacia Jesús.
Espíritu Santo nos conduce al Padre
Una propiedad que tiene el Espíritu Santo es que es discreto, lo han llamado “la humildad de Dios” y por eso el Espíritu Santo cuando aparece nunca centra la atención en Sí mismo, sino siempre en el Padre, siempre en Jesús, por eso sabemos tan poco, por eso hablamos tan poco del Espíritu Santo de Dios.
Lo primero que hace el Espíritu Santo es que nos lleva al Padre y por eso en la oración de una persona que esté en el Espíritu, una oración en el Espíritu, es una oración que necesariamente tiene como protagonista al Padre, el Padre Dios, Él es el centro de la oración cristiana cuando es el Espíritu Santo el que la dice, cuando es el Espíritu Santo el que nos impulsa a decirla o la dice en nosotros: el Padre el protagonista. El Espíritu Santo a toda persona que VIVE y que ES bajo su impulso, la lleva necesariamente hacia el Padre. El Patriarca San Ignacio de Antioquia en el martirio sufrido en el siglo segundo decía: ” Siento dentro de mí un agua viva que me grita: ¡Ven hacia el Padre!”. Un agua viva, un agua viva que me grita: ¡Ven hacia el Padre, ven hacia el Padre! Lo que hace el Espíritu Santo en el corazón de quien anima es que lo lleva hacia el Padre, lo mueve hacia el Padre, le hace suspirar por el Padre.
El Espíritu Santo muestra nuestro verdadero ser y pide por nosotros
Cuando llega Jesucristo, el hombre dice: Apártate de mí, Señor, soy un hombre pecador, pero cuando Jesús comienza a predicar el hombre dice: Me levantaré e iré hacia mi Padre. El Espíritu Santo le muestra su pecado, le hace comprender que cuidando cerdos él no puede de ninguna manera vivir, porque no está hecho para comer algarrobas como por las que suspiraba el hijo pródigo para alimentarse, y dice: Me levantaré e iré hacia mi Padre. Un agua viva que le impulsa hacia el Padre. Me levantaré; iré hacia mi Padre y le diré… Me levantaré porque estaba caído e iré hacia mi Padre, iré porque estaba lejano, y le diré porque se había cortado el diálogo, porque ya no podía hablar, pero él quiere (levantado y regresado) hablar al Padre.
Eso es lo primero que hace el Espíritu Santo, la primera oración en el Espíritu Santo, la primera plegaria que el Espíritu Santo hace destilar del corazón nuestro: Por eso, una auténtica plegaria en el Espíritu Santo antes que nada nos hace tomar conciencia de nuestro pecado, de nuestra indigencia y nos impulsa a salir de ella, “me levantaré e iré a mi Padre y le diré”.
El Espíritu Santo, apenas el hombre da los primeros pasos y comienza a caminar hacia la estancia del Padre, le hace decir “dame pan, dame que tengo hambre, dame que estoy desfallecido”. El Espíritu Santo es el primero que, después de hacernos comprender la humildad y la indigencia de nuestra vida, nos va diciendo: “Tú puedes pedir, tú puedes considerarte como un niño, tú puedes considerarte indigente”. Eso es plegaria en el Espíritu Santo y Él dice: “Si tú no sabes pedir lo que quieres, soy Yo el que voy a pedir por ti y lo voy a hacer con gemidos inefables que tú mismo ni conoces”, porque si toda la creación gime por ser de nuevo redimida y si gimen también los hombres clamando por una redención, también el Espíritu gime en nosotros.
La oración al Espíritu Santo
Pide, pide a tu Padre que te ve venir de lejos. Basta que el hombre dé el primer paso, Dios que lo ha estado viendo desde siempre, lo ve venir de lejos y corre hacia él y cuando él dice: “PADRE”, porque esa es la plegaria que el Espíritu Santo pone en nuestro corazón, el Espíritu Santo de Dios nos hace gritar “ABBA, PADRE”, y en eso le decimos todo. El hijo ya es hijo, ya hizo el camino de la esclavitud a la filiación. Esa persona con las arras del Espíritu y alimentado con el Cuerpo del Señor Jesús, puede mirar y dándose cuenta donde está, ya puede decir: “Padre”
El Espíritu Santo lo lleva al regocijo, el Espíritu Santo lo lleva a la alegría. Para él, el Espíritu Santo hace servir el vino nuevo, el que da la Vid nueva que es Jesucristo de la cual somos todos sarmientos, el que se guarda en odres nuevos, el que produce una embriaguez nueva, una embriaguez distinta, de esa que dice Efesios: “Regocijaos pero no en el vino, llenaos de Espíritu Santo”, en Ese, con Ese, comienza la fiesta en la casa del Padre.
Toda nuestra oración en el Espíritu Santo es una oración que desde lo profundo de nosotros mismos brote buscando a Dios. Oración en el Espíritu no es solamente cuando nosotros no sabemos qué decir y entonces oramos en lenguas. Oración en el Espíritu es toda la oración que el Espíritu Santo de Dios produce en nosotros mismos y que nos va llevando desde el país lejano donde el hijo pródigo cuidaba cerdos hasta el festín de alabanza en la casa del Padre.
Entonces el hombre, dice con el salmista: “El mundo todo, las montañas, los valles, los ríos, bendecid conmigo al Señor”, o como dice el libro de Job: ¡Luceros del alba bendecid conmigo al Señor! O como otro de los salmos: ¡Pueblos todos, naciones todas de la tierra, unid vuestras voces a la mía y bendigamos al Señor! Y sus palabras como que se quedan pequeñas e invita a todos los hombres, a todos los instrumentos musicales, a los cantores todos, a las trompetas, instrumentos de viento, instrumentos de cuerda…Todos los pueblos, todas las voces, todos los murmullos de la Creación, ¡bendecid conmigo al Señor! Salmo 150
La palabra Mayor por la acción del Espíritu Santo
El Padre no tiene mayor Palabra para decirnos a nosotros que la Palabra JESUS. Al decirnos Jesucristo, el Padre nos está diciendo: “Este es mi amor para vosotros”. Eso es lo más que podemos decirle, y decir Jesucristo y ‘Creer en Jesucristo, nos dice la carta de S. Juan en el capítulo cuarto, y confesarlo no se puede hacer sin la fuerza del Espíritu Santo Y decir Jesucristo es el Señor y creerlo con fe, eso no es posible si no es con la fuerza del Espíritu Santo”.
¿Por qué es tan grande esta Palabra? Porque Jesucristo es el único puente, porque Jesucristo es el único pontífice, es el único sacerdote, porque Jesucristo es el único adorador, porque Jesucristo es el único conocedor, porque Jesucristo es el único revelador del misterio del Padre. Por eso, cuando nosotros le decimos al Padre en el nombre de Jesucristo nosotros le estamos diciendo al Padre todo, todo lo que nosotros somos y todo, todo lo que Él es.
Por eso, lo primero que el Espíritu Santo puede hacer en nosotros es llevarnos al Padre por Jesucristo, en Jesucristo, con Jesucristo: esa es la gran oración en el Espíritu. Pero si el Espíritu Santo es el que nos mueve, cualquiera que sea la modalidad que tome nuestra plegaria nos llevará necesariamente a acoger a Jesucristo y, por medio de Jesucristo, llegar hasta el Padre. ¡Qué es lo grande que el Espíritu Santo puede hacer en el corazón de un hombre? Que yo diga “Dios”, que diga “Padre” es muy bello, pero hay algo más grande todavía y es que Él me transforma a mí en una imagen viva del Señor Jesús, que Él me identifica a mí con el Señor Jesús, que Él me inserta a mí en el Cuerpo del Señor Jesús y que por eso yo ya puedo decir “No soy ya el que vivo, es Cristo el que vive en mí”
El Espíritu Santo nos transforma en Jesús
Dice San Agustín: Ya no soy yo: el que ora, es Jesucristo el que ora en mí, es que yo ya soy imagen de Cristo, es que yo ya soy parte de Cristo, es que yo soy miembro de Jesucristo; es que yo en parte ya soy Cristo. Estoy tan unido a Él, me alimento de su Cuerpo, tengo su Espíritu, que ya es una prolongación. Dice la carta a los Corintios que así como Moisés cuando bajaba del monte tenía que cubrirse con un velo por el resplandor de su rostro al encontrarse con Dios, nosotros, a cara descubierta, mirándolo a Él, día a día nos vamos transformando en su propia imagen. Por la fuerza del Espíritu Santo que nos ha sido dado yo me estoy transformando en Cristo. La imagen de Jesús debe ir resplandeciendo en mi corazón porque todos nosotros que “aunque nuestro hombre exterior se deteriora día a día, el interior, no obstante, se va renovando diariamente”.
Por eso, nosotros ya no vamos a decir solamente alabanzas, nosotros nos vamos a convertir en un hombre o en una mujer-alabanza, es decir, tu vida toda, tu trabajo todo, tus acciones todas, tu sueño… “sea que comas, sea que duermas, cualquiera otra cosa que hagas, todo para alabanza de la gloria de Dios”. Es decir, como nos dice la carta de Pablo a los Efesios Capitulo 1 versículo 6
SOMOS ALABANZA DE LA GLORIA DE DIOS
Autor: Diego Jaramillo, Pbro Minuto de Dios
Extacto y sub títulos del Editor