YO SOY EL CAMINO LA VERDAD Y LA VIDA

YO SOY EL CAMINO LA VERDAD Y LA VIDA

No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí. En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, se lo habría dicho a ustedes. Yo voy a prepararles un lugar. Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes. Ya conocen el camino del lugar adonde voy. Tomás le dijo: Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino? Jesús le respondió: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Si ustedes me conocen, conocerán también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto. Felipe le dijo: Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta. Jesús le respondió: Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes ¿y todavía no me conocen? El que me ha visto, ha visto al Padre. (Jn 14,1-9)

A modo de ejemplo

Un turista inexperto se perdió en medio de una tupida y peligrosa selva africana. Por fin, después de una larga caminata se encontró con un nativo, a quien le rogó: “¿Me puede usted mostrar el camino a través del bosque, por favor?” Después de un buen trecho de avanzar juntos, el turista empezó a dudar y preguntó: “Disculpe, señor, ¿es este el camino?” El nativo respondió: “Aquí no hay caminos; el camino soy yo”. Al apóstol Tomás que le preguntó sobre el camino que condujera a la Casa del Padre, Jesús le respondió: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí”.

Vivir sin camino

El problema de no pocos no es que vivan extraviados o descaminados, sino que viven sin camino, andando y desandando los mil caminos, es decir, las mil sugerencias, consignas y modas del momento que la sociedad les va indicando, especialmente a través de los medios de comunicación social. ¿Adónde puede acudir quien se encuentra sin camino? ¿A quién se puede dirigir? Sólo Jesús encarnado es el camino, la verdad y la vida. “Todo nuestro bien y remedio -dice Santa Teresa de Avila- es la sacratísima humanidad de nuestro Señor Jesucristo”. Los otros no son caminos verdaderos, que llevan a la vida, sino senderos tortuosos, que llevan a la muerte.

YO SOY EL CAMINO

Si uno se encuentra con Jesús, encuentra el camino para recorrerlo con él mismo. A veces avanzará con fe; otras veces, hallará dificultades; incluso podrá retroceder, pero está en el camino acertado que conduce al Padre, a la Casa del Padre, o sea, al paraíso. Es la promesa de Jesús.

YO SOY LA VERDAD

Estas palabras resultan inadmisibles a los oídos modernos, que solo admiten la verdad científica, la teoría científica. Pero tal verdad, tal teoría no contiene toda la verdad. El misterio último de la realidad no se deja atrapar por los análisis científicos, por más sofisticados que sean. Jesús es el camino que acerca a ese misterio último.

El Antiguo Testamento le dice a Dios: “Tú eres Dios, y tus palabras son verdaderas”. Dios hace que sus fieles caminen en la verdad, es decir, que sean veraces, confiables, que desechen la mentira, la falsedad, la maldad, la infidelidad.

YO SOY LA VIDA

La vida humana es pasajera, limitada, y desemboca en la muerte. El miércoles de ceniza la liturgia repite: “Recuerda que eres polvo y en polvo te convertirás”, o bien: “Conviértete y cree en el Evangelio”. La primera fórmula, tomada al pie de la letra, viene a ser la expresión perfecta del ateísmo moderno: el hombre no es más que una polvareda de átomos que se resolverá, al final, en otra polvareda de átomos. El Qohélet (o Eclesiastés) parece confirmar esta interpretación atea cuando escribe: “Todos caminan hacia una misma meta; todos han salido del polvo y todos vuelven al polvo. ¿Quién sabe si el aliento de vida de los humanos asciende hacia arriba y si el aliento de vida de la bestia desciende hacia abajo, a la tierra?” (Qo 3, 20-21). Pero al final del libro, el autor disipa la duda afirmando: “Vuelva el polvo a la tierra, a lo que era, y el espíritu vuelva a Dios que es quien lo dio” (Qo 12, 7).

En los últimos escritos del Antiguo Testamento se abre camino la idea de una recompensa de los justos después de la muerte, y hasta la idea de una resurrección de los cuerpos, pero es creencia bastante vaga y no compartida por todos, como por ejemplo, por los saduceos.

LA NOVEDAD DEL EVANGELIO

En este contexto podemos valorar la novedad de las palabras con que empieza el Evangelio: No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí. En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, ¿les habría dicho a ustedes que voy a prepararles un lugar? Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes.

Según nuestra religión, por lo tanto, la verdadera vida no está limitada a este mundo ni al tiempo presente. Cristo es la vida en persona. El dijo: Yo soy la resurrección y la vida. Sus palabras son “espíritu y vida”. El da “el agua viva”. El es y se da en comida, como “pan de vida”. Por el bautismo y la fe conseguimos la nueva vida, vida que emana del amor de Dios y que finalmente lleva a la vida eterna.

LA VERDADERA VIDA

Así, sólo Cristo, sólo su doctrina, responde a la más inquietante de las preguntas humanas: ¿qué es morir y qué le sigue? Morir no es -como estaba en los inicios de la Biblia y en el mundo pagano- bajar al Seól o al Hades para vivir una vida de sombras; no es -como sostienen ciertos biólogos ateos- restituir a la naturaleza el propio material orgánico para un ulterior uso por parte de otros seres vivos. Tampoco es, como en ciertas formas de religiosidad actuales que se inspiran en doctrinas orientales (con frecuencia mal entendidas), disolverse como persona en el gran mar de la conciencia universal, en el Todo o, según los casos, en la Nada… Es, en cambio, ir a estar con Cristo en el seno del Padre y ser como EL es, participando de su gloria, de su dicha y sobre todo, de su amor.

Benedicto XVI en su encíclica “Spe salvi” escribe que la vida eterna será sumergirse en el océano del amor infinito, en el cual el tiempo -el antes y el después- ya no existe. La vida eterna será, pues, un instante de felicidad colmada, rebosante, exhaustiva, que nunca acabará.

REALIDAD DEL MENSAJE  EVANGELICO

Nuestra relación con Cristo es “estar con él”, porque él es “Dios con nosotros”. “Estar con Jesús” no es algo que sólo se dé después de nuestra muerte; comienza ya ahora. La partida de Jesús ha sido desaparecer de un modo visible para entrar de un modo más profundo en lo íntimo de nuestras vidas. Los apóstoles sufrieron con la muerte de Jesús, pero luego de su resurrección tuvieron un encuentro mucho más bello e intenso con Jesús, porque comenzaron a experimentar su presencia en lo íntimo de sus corazones y en medio de la comunidad. Por eso, el anuncio que Jesús les hace de volver a tomarlos con él para estar juntos, no se refería a la muerte de ellos, sino a la nueva relación que iban a tener con él después de la resurrección.

Jesús no quiere estar sin la compañía de los suyos, de los hombres a los que amó hasta el extremo: pide estar con nosotros; quiere nuestra compañía desde ahora y para siempre, para toda la eternidad. Jesús en su solicitud, quiso dejarnos la Casa de su Cuerpo glorioso, la Eucaristía. En ella nos hacemos “concorpóreos” y “consanguíneos” del Señor Resucitado.

¿Cómo preparamos la Pascua semanal que es la eucaristía? ¿Es un anhelado sacrificio espiritual aceptable a Dios por medio de Jesucristo?

http://juan23.edu.ar

sub titulo y extracto del Editor

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