Evangelio según San Juan 15,1-8
En aquel tiempo dijo Jesús: Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el viñador. Si uno de mis sarmientos no da fruto, lo corta; pero si da fruto, lo poda y lo limpia para que dé más. Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado. Seguid unidos a mí como yo sigo unido a vosotros. Un sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no está unido a la vid. De igual manera, vosotros no podéis dar fruto si no permanecéis unidos a mí. Yo soy la vid y vosotros sois los sarmientos. El que permanece unido a mí y yo unido a él, da mucho fruto; pues sin mí nada podéis hacer. El que no permanece unido a mí será echado fuera, y se secará como los sarmientos que se recogen y se queman en el fuego. Si permanecéis unidos a mí, y si sois fieles a mis enseñanzas, pedid lo que queráis y se os dará. Mi Padre recibe honor cuando vosotros dais mucho fruto y llegáis así a ser verdaderos discípulos míos.
Comentario del Evangelio
Dios quiere que seamos fecundos, que nuestras capacidades se desarrollen y fructifiquen. Unidos a Jesús, recibimos de él la fuerza que necesitamos para entregarnos y ser útiles. Esta fecundidad da gloria al Padre, porque él ama que la vida se difunda, se derrame cada vez más. Nos quiere vivos, produciendo fruto, no nos quiere adormecidos, sobreviviendo sin ganas. Él es también el viñador que poda y limpia las ramas para que no se arruinen. Se trata de las purificaciones que recibimos cuando gastamos nuestras energías en las vanidades del mundo más que en el deseo de hacer el bien. Porque no estamos llamados al éxito, sino a la fecundidad. Entonces el Padre permite que la vida nos despierte y nos pode, aun con humillaciones, para que los dones que nos regaló den frutos valiosos.
Lecturas del día
Libro de los Hechos de los Apóstoles 15,1-6
Algunas personas venidas de Judea enseñaban a los hermanos que si no se hacían circuncidar según el rito establecido por Moisés, no podían salvarse. A raíz de esto, se produjo una agitación: Pablo y Bernabé discutieron vivamente con ellos, y por fin, se decidió que ambos, junto con algunos otros, subieran a Jerusalén para tratar esta cuestión con los Apóstoles y los presbíteros. Los que habían sido enviados por la Iglesia partieron y atravesaron Fenicia y Samaría, contando detalladamente la conversión de los paganos. Esto causó una gran alegría a todos los hermanos. Cuando llegaron a Jerusalén, fueron bien recibidos por la Iglesia, por los Apóstoles y los presbíteros, y relataron todo lo que Dios había hecho con ellos. Pero se levantaron algunos miembros de la secta de los fariseos que habían abrazado la fe, y dijeron que era necesario circuncidar a los paganos convertidos y obligarlos a observar la Ley de Moisés. Los Apóstoles y los presbíteros se reunieron para deliberar sobre este asunto.
Salmo 122(121),1-2.3-4a.4b-5
¡Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la Casa del Señor!»
Nuestros pies ya están pisando
tus umbrales, Jerusalén.
Jerusalén, que fuiste construida
como ciudad bien compacta y armoniosa.
Allí suben las tribus,
las tribus del Señor.
Porque allí está el trono de la justicia,
el trono de la casa de David.
Comentario del Evangelio por San Luís de Griñón (1673-1716) Jesús, nuestro todo
Jesús es nuestro único Maestro que debe enseñarnos, nuestro único Señor de quien debemos depender, nuestra única Cabeza a la que debemos estar unidos, nuestro único Modelo a quien debemos asemejarnos, nuestro único Médico que debe curarnos, nuestro único Pastor que debe alimentarnos, nuestro único Camino que debe conducirnos, nuestra única Verdad que debemos creer,nuestra única Vida que debe vivificarnos y nuestro único Todo que en todo debe bastarnos. No nos ha sido dado bajo el cielo otro nombre por el que nosotros debamos salvarnos. Dios no nos ha dado otro fundamento de salvación, perfección y gloria que Jesucristo: todo edificio que no esté construido sobre esta roca firme, se apoya en arena movediza, e infaliblemente se derrumbará tarde o temprano. Todo fiel que no esté unido a Cristo como el sarmiento a la vid, caerá, se secará y lo echarán al fuego. Si permanecemos en Jesucristo, y Jesucristo en nosotros, no debemos temer a la condenación; ni los ángeles del cielo, ni los hombres de la tierra, ni los demonios del infierno, ninguna creatura podrá hacernos daño, porque nadie podrá separarnos de la caridad de Dios presente en Cristo Jesús.