Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador

Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador

Jesús dijo a sus discípulos:
«Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador.
El corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía.
Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié.
Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí.
Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer.
Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde.
Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán.
La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos.»
Comentario
 Jesús ha querido iluminar nuestra fe en su acción santificante, con una comparación. “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos” (Jn 15,5), expresa. Los sarmientos viven, pero no tiran de su propio fondo la savia que los fecunda. Constantemente toman su vitalidad de la savia que viene del tronco. Elaborada fuera de ellos, es ella que los vivifica. Así es también para los miembros de Cristo. Buenas acciones, práctica de virtudes, progreso espiritual, todo por santidad. Sin embargo, es la savia de la gracia viniendo de Cristo que realiza en ellos maravillas: “Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí” (Jn 15,5). En Jesucristo todo irradia vida: sus palabras, acciones, condiciones. Todos sus misterios, los de la infancia, de su muerte, resurrección, gloria, poseen una fuerza siempre eficaz de santificación. En él, el pasado no está abolido (cf. Rom 6,9; Heb 13,6). Versa en nosotros la vida sobrenatural, continuamente. Sin embargo, nuestra falta de atención o de fe, paraliza frecuentemente su acción en nuestra alma. Para nosotros, vivir de la vida divina, es tener la gracia santificante. Es decir, ser parte de Cristo por la fe y el amor, en nuestros pensamientos, afectos y en toda acción.
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