Yo soy la luz del mundo y el que me sigue no andará en tinieblas

Yo soy la luz del mundo y el que me sigue no andará en tinieblas

Evangelio según san Juan 8,12-20

Jesús les dirigió una vez más la palabra, diciendo: Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la Vida. Los fariseos le dijeron: Tú das testimonio de ti mismo: tu testimonio no vale. Jesús les respondió: Aunque yo doy testimonio de mí, mi testimonio vale porque sé de dónde vine y a dónde voy; pero ustedes no saben de dónde vengo ni a dónde voy. Ustedes juzgan según la carne; yo no juzgo a nadie, y si lo hago, mi juicio vale porque no soy yo solo el que juzga, sino yo y el Padre que me envió.

En la Ley de ustedes está escrito que el testimonio de dos personas es válido. Yo doy testimonio de mí mismo, y también el Padre que me envió da testimonio de mí. Ellos le preguntaron: ¿Dónde está tu Padre? Jesús respondió: Ustedes no me conocen ni a mí ni a mi Padre; si me conocieran a mí, conocerían también a mi Padre. El pronunció estas palabras en la sala del Tesoro, cuando enseñaba en el Templo. Y nadie lo detuvo, porque aún no había llegado su hora.

Comentario del Evangelio

Hoy Jesús se proclama como Luz del mundo lo que no deja de ser provocador.El es quien puede dar sentido a nuestros anhelos y esperanzas, el que puede calmar toda la sed que se nos presentan,el que responde a tantas interrogantes y necesidades de dicha y felicidad que todo corazón humano esconde. A menudo nos sentimos débiles, perdidos en un mundo en el que predominan las malas noticias, donde hay tinieblas que no nos dejan ver con claridad el camino. Entonces aparece la Luz, y nos ofrece su brillo, para que sepamos hacia dónde ir. Y nos invita a seguirle. Particularmente, como personas, y juntos, como Iglesia. Pero no podremos seguirle en tanto que lo dejemos todo, que nos neguemos a nosotros mismos y a nuestros propios planes. El que de esta manera sigue a Cristo no andará en tinieblas, ni quedará en su ignorancia y seguirá el camino de la vida que conduce al cielo. Hoy nos preguntamos:

¿Jesús es para nosotros luz del mundo?
¿Es Él quien me ilumina o me dejo encandilar por luces que me paralizan?
Sigo realmente a Jesús en mi vida diaria?

Lecturas del día

Libro de Daniel 13,1-9.15-17.19-30.33-62

Había en Babilonia un hombre llamado Joaquín. Se había casado con una mujer llamada Susana, hija de Jilquías, que era muy bella y temerosa de Dios; sus padres eran justos y habían educado a su hija según la ley de Moisés. Joaquín era muy rico, tenía un jardín contiguo a su casa, y los judíos solían acudir donde él, porque era el más prestigioso de todos. Aquel año habían sido nombrados jueces dos ancianos, escogidos entre el pueblo, de aquellos de quienes dijo el Señor: «La iniquidad salió en Babilonia de los ancianos y jueces que se hacían guías del pueblo.» Venían éstos a menudo a casa de Joaquín, y todos los que tenían algún litigio se dirigían a ellos.

Cuando todo el mundo se había retirado ya, a mediodía, Susana entraba a pasear por el jardín de su marido. Los dos ancianos, que la veían entrar a pasear todos los días, empezaron a desearla. Perdieron la cabeza dejando de mirar hacia el cielo y olvidando sus justos juicios. Mientras estaban esperando la ocasión favorable, un día entró Susana en el jardín como los días precedentes, acompañada solamente de dos jóvenes doncellas, y como hacía calor quiso bañarse en el jardín. No había allí nadie, excepto los dos ancianos que, escondidos, estaban al acecho.

Dijo ella a las doncellas: «Traedme aceite y perfume, y cerrad las puertas del jardín, para que pueda bañarme.» En cuanto salieron las doncellas, los dos ancianos se levantaron, fueron corriendo donde ella, y le dijeron: «Las puertas del jardín están cerradas y nadie nos ve. Nosotros te deseamos; consiente pues, y entrégate a nosotros. Si no, daremos testimonio contra ti diciendo que estaba contigo un joven y que por eso habías despachado a tus doncellas.» Susana gimió: «¡Ay, qué aprieto me estrecha por todas partes! Si hago esto, es la muerte para mí; si no lo hago, no escaparé de vosotros. Pero es mejor para mí caer en vuestras manos sin haberlo hecho que pecar delante del Señor.» Y Susana se puso a gritar a grandes voces. Los dos ancianos gritaron también contra ella, y uno de ellos corrió a abrir las puertas del jardín.

Al oír estos gritos en el jardín, los domésticos se precipitaron por la puerta lateral para ver qué ocurría, y cuando los ancianos contaron su historia, los criados se sintieron muy confundidos, porque jamás se había dicho una cosa semejante de Susana. A la mañana siguiente, cuando el pueblo se reunió en casa de Joaquín, su marido, llegaron allá los dos ancianos, llenos de pensamientos inicuos contra Susana para hacerla morir. Y dijeron en presencia del pueblo: «Mandad a buscar a Susana, hija de Jilquías, la mujer de Joaquín.» Mandaron a buscarla, y ella compareció acompañada de sus padres, de sus hijos y de todos sus parientes. Todos los suyos lloraban, y también todos los que la veían. Los dos ancianos, levantándose en medio del pueblo, pusieron sus manos sobre su cabeza.

Ella, llorando, levantó los ojos al cielo, porque su corazón tenía puesta su confianza en Dios. Los ancianos dijeron: «Mientras nosotros nos paseábamos solos por el jardín, entró ésta con dos doncellas. Cerró las puertas y luego despachó a las doncellas. Entonces se acercó a ella un joven que estaba escondido y se acostó con ella. Nosotros, que estábamos en un rincón del jardín, al ver esta iniquidad, fuimos corriendo donde ellos. Los sorprendimos juntos, pero a él no pudimos atraparle porque era más fuerte que nosotros, y abriendo la puerta se escapó. Pero a ésta la agarramos y le preguntamos quién era aquel joven.

No quiso revelárnoslo. De todo esto nosotros somos testigos.» La asamblea les creyó como ancianos y jueces del pueblo que eran. Y la condenaron a muerte. Entonces Susana gritó fuertemente: «Oh Dios eterno, que conoces los secretos, que todo lo conoces antes que suceda, tú sabes que éstos han levantado contra mí falso testimonio. Y ahora voy a morir, sin haber hecho nada de lo que su maldad ha tramado contra mí.»

El Señor escuchó su voz y, cuando era llevada a la muerte, suscitó el santo espíritu de un jovencito llamado Daniel, que se puso a gritar: «¡Yo estoy limpio de la sangre de esta mujer!» Todo el pueblo se volvió hacia él y dijo: «¿Qué significa eso que has dicho?» El, de pie en medio de ellos, respondió: «¿Tan necios sois, hijos de Israel, para condenar sin investigación y sin evidencia a una hija de Israel? ¡Volved al tribunal, porque es falso el testimonio que éstos han levantado contra ella!»

Todo el pueblo se apresuró a volver allá, y los ancianos dijeron a Daniel: «Ven a sentarte en medio de nosotros y dinos lo que piensas, ya que Dios te ha dado la dignidad de la ancianidad.» Daniel les dijo entonces: «Separadlos lejos el uno del otro, y yo les interrogaré.» Una vez separados, Daniel llamó a uno de ellos y le dijo: «Envejecido en la iniquidad, ahora han llegado al colmo los delitos de tu vida pasada, dictador de sentencias injustas, que condenabas a los inocentes y absolvías a los culpables, siendo así que el Señor dice: ‘No matarás al inocente y al justo.’ Conque, si la viste, dinos bajo qué árbol los viste juntos.» Respondió él: «Bajo una acacia.»

«En verdad – dijo Daniel – contra tu propia cabeza has mentido, pues ya el ángel de Dios ha recibido de él la sentencia y viene a partirte por el medio.»Retirado éste, mandó traer al otro y le dijo: «¡Raza de Canaán, que no de Judá; la hermosura te ha descarriado y el deseo ha pervertido tu corazón! Así tratabais a las hijas de Israel, y ellas, por miedo, se entregaban a vosotros. Pero una hija de Judá no ha podido soportar vuestra iniquidad. Ahora pues, dime: ¿Bajo qué árbol los sorprendiste juntos?» El respondió: «Bajo una encina.» En verdad, dijo Daniel, tú también has mentido contra tu propia cabeza: ya está el ángel del Señor esperando, espada en mano, para partirte por el medio, a fin de acabar con vosotros.» Entonces la asamblea entera clamó a grandes voces,bendiciendo a Dios que salva a los que esperan en él. Luego se levantaron contra los dos ancianos, a quienes, por su propia boca, había convencido Daniel de falso testimonio y, para cumplir la ley de Moisés, les aplicaron la misma pena que ellos habían querido infligir a su prójimo: les dieron muerte, y aquel día se salvó una sangre inocente.

Salmo 23(22),1-3a.3b-4.5.6

El Señor es mi pastor,
nada me puede faltar.
El me hace descansar en verdes praderas,
me conduce a las aguas tranquilas
y repara mis fuerzas.

Me guía por el recto sendero,
Aunque cruce por oscuras quebradas,
no temeré ningún mal,
porque Tú estás conmigo:

tu vara y tu bastón me infunden confianza.
Tú preparas ante mí una mesa,
frente a mis enemigos;
unges con óleo mi cabeza

y mi copa rebosa.
Tu bondad y tu gracia me acompañan
a lo largo de mi vida;
y habitaré en la Casa del Señor,

por muy largo tiempo.

Enseñanza de Talasio Líbico y Africano El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la Vida (Jn 8,12)

Nosotros que hasta ahora somos esclavos de los placeres de la carne, ¿con qué esperanza vamos al encuentro de Cristo? Cristo es el salvador del alma y del cuerpo. El que sigue sus huellas es librado del mal. Nuestro Señor y nuestro Dios es Jesucristo. El que lo sigue, no permanece en las tinieblas. (cf. Jn 12,46).

La luz del alma es el santo conocimiento. El insensato que no la posee, camina como en las tinieblas. (…) El que ama a Jesús será librado del mal. El que lo sigue verá el verdadero conocimiento. El que venera a Dios, busca las razones de Dios. El que ama la verdad, encuentra esas razones. En su compasión, el Señor sostiene los que caen y levanta a los que fueron volteados (cf. Sal 144(145),14).

El estudio de las palabras de Dios, abre al conocimiento de Dios al que lo busca de verdad, con deseo y piedad. El que escucha a Cristo se ilumina. El que lo imita se endereza. Cristo, nuestro Señor y nuestro Dios, es Jesús. Nos dio la fe en él y nos lleva a la vida.

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