Yo soy el pan vivo bajado del cielo el que coma de este pan vivirá eternamente

Yo soy el pan vivo bajado del cielo el que coma de este pan vivirá eternamente

Evangelio según san Juan 6,44-51

Jesús dijo a la gente: Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió; y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en el libro de los Profetas: Todos serán instruidos por Dios. Todo el que oyó al Padre y recibe su enseñanza, viene a mí. Nadie ha visto nunca al Padre, sino el que viene de Dios: sólo él ha visto al Padre. Les aseguro que el que cree, tiene Vida eterna. Yo soy el pan de Vida. Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron. Pero este es el pan que desciende del cielo, para que aquel que lo coma no muera. Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo.

Comentario del Evangelio

Este es el verdadero significado de la multiplicación de los panes. La abundancia y poder que demuestra es solo un signo de algo inconmensurablemente más maravilloso. Jesús se da a si mismo en la forma de comida y bebida. La fe es lo que hace mi vida durar eternamente. En tiempos de Jesús el maná simbolizaba la enseñanza de Dios a su pueblo. Por esta razón Jesús insiste en que todos llegan a Él movidos por el amor y la voluntad de su Padre Celestial. Nuestra plena realización, nuestra felicidad total consiste en ser uno con Dios, vivir para Él, vivir por Él, vivir con Él y para ello. El camino para alcanzar esta meta, pasa por encontrar a Jesús y seguirlo. Sin Jesús no somos hijos de Dios. Hoy nos preguntamos:

¿Dónde tengo puesto mis anhelos de felicidad?
¿Me dejo conducir por Jesús?
¿Jesús es todo para mí?

Lecturas del día

Libro de los Hechos de los Apóstoles 8,26-40

El Angel del Señor dijo a Felipe: “Levántate y ve hacia el sur, por el camino que baja de Jerusalén a Gaza: es un camino desierto”. El se levantó y partió. Un eunuco etíope, ministro del tesoro y alto funcionario de Candace, la reina de Etiopía, había ido en peregrinación a Jerusalén y se volvía, sentado en su carruaje, leyendo al profeta Isaías.

El Espíritu Santo dijo a Felipe: “Acércate y camina junto a su carro”. Felipe se acercó y, al oír que leía al profeta Isaías, le preguntó: “¿Comprendes lo que estás leyendo?”. El respondió: “¿Cómo lo puedo entender, si nadie me lo explica?”. Entonces le pidió a Felipe que subiera y se sentara junto a él. El pasaje de la Escritura que estaba leyendo era el siguiente: Como oveja fue llevado al matadero; y como cordero que no se queja ante el que lo esquila, así él no abrió la boca. En su humillación, le fue negada la justicia. ¿Quién podrá hablar de su descendencia, ya que su vida es arrancada de la tierra?

El etíope preguntó a Felipe: “Dime, por favor, ¿de quién dice esto el Profeta? ¿De sí mismo o de algún otro?”. Entonces Felipe tomó la palabra y, comenzando por este texto de la Escritura, le anunció la Buena Noticia de Jesús. Siguiendo su camino, llegaron a un lugar donde había agua, y el etíope dijo: “Aquí hay agua, ¿qué me impide ser bautizado?”. Y ordenó que detuvieran el carro; ambos descendieron hasta el agua, y Felipe lo bautizó.

Cuando salieron del agua, el Espíritu del Señor, arrebató a Felipe, y el etíope no lo vio más, pero seguía gozoso su camino. Felipe se encontró en Azoto, y en todas las ciudades por donde pasaba iba anunciando la Buena Noticia, hasta que llegó a Cesárea.

Salmo 66(65),8-9.16-17.20

Bendigan, pueblos, a nuestro Dios,
hagan oír bien alto su alabanza:
él nos concedió la vida
y no dejó que vacilaran nuestros pies.

Los que temen al Señor, vengan a escuchar,
yo les contaré lo que hizo por mí:
apenas mi boca clamó hacia él,
mi lengua comenzó a alabarlo.

Bendito sea Dios,
que no rechazó mi oración
ni apartó de mí su misericordia.

Simeón el Nuevo Teólogo (c. 949-1022) Se celeste como tu Maestro

Tal como es el primer hombre, terrestre, así son los que nacen de él. Tal como es Cristo, nuestro Maestro celeste, celestes también son los que han creído en él, renacidos de lo Alto y bautizados en el Santo Espíritu (cf.1Cor 15,48; Jn 3,3; Hech 1,5). Tal como el Espíritu que los hace nacer, Dios verdadero, así son los que nacen de él, dioses por adopción de Dios e hijos del Altísimo, como dicen los labios divinos. (…)

No vaciles. Si eres cristiano, debes ser como Cristo: celeste. Si tú no lo eres, ¿Cómo llamarte cristiano? Como el Maestro es celeste, así son celestes los que han creído en él. Todos los que piensan según el mundo, viven según la carne, no pertenecen al Dios Verbo que vino de lo Alto, sino al que fue moldeado de tierra, al hombre terrestre.

Así debes pensar, juzgar, creer, buscando devenir celeste, según la palabra del que vino desde los cielos y dio la vida al mundo (cf. Jn 6,33). Es él el Pan que desciende de lo Alto y los que lo comen no verán la muerte (cf. Jn 6,50 s). Siendo celestes, serán para siempre libres de la corrupción y revestidos de la incorruptibilidad; separados de la muerte y estrechamente unidos a la vida, ya que devienen inmortales e incorruptibles. Por eso son llamados celestes.

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