Evangelio según San Juan 15,9-11
En aquel tiempo dijo Jesús: Yo os amo como el Padre me ama a mí; permaneced, pues, en el amor que os tengo. Si obedecéis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo obedezco los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os hablo así para que os alegréis conmigo y vuestra alegría sea completa.
Comentario del Evangelio
La alegría completa. La convocatoria de Jesús a su seguimiento no es de carácter ético. El Evangelio es mucho más que un tratado de moral. El “ser” precede al “deber”. El Señor no llama sólo al deber de ser buenas personas, sino para forjar hombres y mujeres que sean plenamente felices. El origen de la pretensión cristiana es, por tanto, la acción amable del amor de Dios. Cuando se corresponde con la fe y con la coherencia del amor a los hermanos, la dicha es plena. Sobre todo, cuando ambas virtudes responden al requerimiento del Señor de durar por siempre.
Lecturas del día
Libro de los Hechos de los Apóstoles 15,7-21
Al cabo de una prolongada discusión, Pedro se levantó y dijo: “Hermanos, ustedes saben que Dios, desde los primeros días, me eligió entre todos ustedes para anunciar a los paganos la Palabra del Evangelio, a fin de que ellos abracen la fe. Y Dios, que conoce los corazones, dio testimonio en favor de ellos, enviándoles el Espíritu Santo, lo mismo que a nosotros. El no hizo ninguna distinción entre ellos y nosotros, y los purificó por medio de la fe. ¿Por qué ahora ustedes tientan a Dios, pretendiendo imponer a los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros pudimos soportar?
Por el contrario, creemos que tanto ellos como nosotros somos salvados por la gracia del Señor Jesús”. Después, toda la asamblea hizo silencio para oír a Bernabé y a Pablo, que comenzaron a relatar los signos y prodigios que Dios había realizado entre los paganos por intermedio de ellos.
Cuando dejaron de hablar, Santiago tomó la palabra, diciendo: “Hermanos, les ruego que me escuchen: Simón les ha expuesto cómo Dios dispuso desde el principio elegir entre las naciones paganas, un Pueblo consagrado a su Nombre. Con esto concuerdan las palabras de los profetas que dicen: Después de esto, yo volveré y levantaré la choza derruida de David; restauraré sus ruinas y la reconstruiré, para que el resto de los hombres busque al Señor, lo mismo que todas las naciones que llevan mi Nombre. Así dice el Señor, que da a conocer estas cosas desde la eternidad.
Por eso considero que no se debe inquietar a los paganos que se convierten a Dios, sino que solamente se les debe escribir, pidiéndoles que se abstengan de lo que está contaminado por los ídolos, de las uniones ilegales, de la carne de animales muertos sin desangrar y de la sangre. Desde hace muchísimo tiempo, en efecto, Moisés tiene en cada ciudad sus predicadores que leen la Ley en la sinagoga todos los sábados”.
Salmo 96(95),1-2a.2b-3.10
Canten al Señor un canto nuevo,
cante al Señor toda la tierra;
canten al Señor, bendigan su Nombre.
Día tras día, proclamen su victoria.
Anuncien su gloria entre las naciones,
y sus maravillas entre los pueblos.
Digan entre las naciones: “¡El Señor reina!
el mundo está firme y no vacilará.
El Señor juzgará a los pueblos con rectitud”.
Tomás de Celano (c. 1190-c. 1260) Os he dicho todo esto para que participéis en mi gozo y vuestro gozo sea completo.
San Francisco afirmaba: “Mi mejor defensa contra los ataques y las maquinaciones del enemigo sigue siendo el espíritu de alegría. El diablo nunca está más contento que cuando ha logrado quitar la alegría del alma de un servidor de Dios. El enemigo siempre tiene una reserva de polvo para insuflar en la conciencia por algún resquicio, para convertir lo puro en opaco. En cambio, intenta en vano introducir su veneno mortal en un corazón rebosando de gozo. Los demonios no pueden nada con el servidor de Cristo rebosando de santa alegría, mientras que una alma pesarosa y deprimida se deja fácilmente inundar por la tristeza y acaparar por falsos placeres.
Por esto, San Francisco se esforzaba por mantener siempre un corazón alegre, conservar el óleo de la alegría con el que su alma había sido ungida. (Sal 44,8) Tenía sumo cuidado en desechar la tristeza, la peor de las enfermedades, y cuando se daba cuenta que empezaba a infiltrarse en su alma, recorría de inmediato a la oración. “En la primera turbación,” decía él, “el servidor de Dios se levante, se ponga en oración y permanezca ante el Padre hasta que éste le haya devuelto la alegría de saberse salvado.” (Sal 50,14)…
He visto con mis propios ojos como a veces recogía algún trozo de leña del suelo, ponerlo sobre su brazo izquierdo y rasgarlo con una varilla como si tuviera entre manos el arco de una viola. Imitaba así el acompañamiento de las alabanzas que cantaba al Señor en francés.