Evangelio según san San Lucas 12,49-53
Jesús dijo a sus discípulos: “Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo! Tengo que recibir un bautismo, ¡y qué angustia siento hasta que esto se cumpla plenamente! ¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división. De ahora en adelante, cinco miembros de una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra”.
Comentario del Evangelio
Es probable que la primera vez que oímos a Jesús las palabras del evangelio de hoy, nos chocaron y extrañaron. Pero ahondando y profundizando en ellas caímos en la cuenta de que dicen la verdad y que Jesús acierta. Jesús sabe que su mensaje es como un fuego y Jesús desea que su mensaje llegue cuanto antes a todo el mundo porque la buena noticia de su evangelio que nos lleva a la alegría de vivir. Entendemos que Jesús provoca división, porque habrá personas que no aceptan ni su mensaje ni su persona.
Lecturas del dia
Carta de San Pablo a los Romanos 6,19-23
Voy a hablarles de una manera humana, teniendo en cuenta la debilidad natural de ustedes. Si antes entregaron sus miembros, haciéndolos esclavos de la impureza y del desorden hasta llegar a sus excesos, pónganlos ahora al servicio de la justicia para alcanzar la santidad. Cuando eran esclavos del pecado, ustedes estaban libres con respecto de la justicia. Pero, ¿Qué provecho sacaron entonces de las obras que ahora los avergüenzan? El resultado de esas obras es la muerte. Ahora, en cambio, ustedes están libres del pecado y sometidos a Dios: el fruto de esto es la santidad y su resultado, la Vida eterna. Porque el salario del pecado es la muerte, mientras que el don gratuito de Dios es la Vida eterna, en Cristo Jesús, nuestro Señor.
Salmo 1,1-2.3.4.6
¡Feliz el hombre
que no sigue el consejo de los malvados,
ni se detiene en el camino de los pecadores,
ni se sienta en la reunión de los impíos,
sino que se complace en la ley del Señor
y la medita de día y de noche!
El es como un árbol
plantado al borde de las aguas,
que produce fruto a su debido tiempo,
y cuyas hojas nunca se marchitan:
todo lo que haga le saldrá bien.
No sucede así con los malvados:
ellos son como paja que se lleva el viento.
Porque el Señor cuida el camino de los justos,
pero el camino de los malvados termina mal.
Mensaje de beato Columba Marmion (1858-1923) El fuego interior del amor
Uno de los mejores frutos de la vida de unión y abandono a Dios es cuidar el fuego del amor en el alma. No sólo del amor divino sino también la caridad hacia el prójimo. Al contacto frecuente con el foco del Amor sustancial, el alma arde por los intereses y la gloria del Señor, por el crecimiento del reinado de Cristo en los corazones. La verdadera vida interior nos libra tanto a las almas cómo a Dios: ella es fuente de celo. Cuando amamos realmente a Dios, deseamos que sea amado, que su Nombre sea glorificado, que su reinado llegue a las almas, que su voluntad se haga en todos (cf. Mt 6,9-10).
El alma que ama realmente a Dios, siente profundamente las injurias que son hechas al objeto de su amor: “Me lleno de indignación ante los pecadores, ante los que abandonan tu ley” (Sal 118,53). Sufre al ver expandirse por el pecado el imperio del príncipe de las tinieblas. “El demonio ronda como un león rugiente, buscando a quien devorar” (I Pe 5,8), tiene cómplices a quienes insufla un ardor incesante, un celo de odio contra los miembros de Cristo Jesús. El alma que ama sinceramente a Dios, es también devorada de celo pero por la gloria de la casa de Señor (cf. Sal 68,10).
¿Qué es el celo? Un ardor que quema y se comunica, consume y se propaga. Es la llama del amor -o el odio- que se manifiesta en la acción. El alma abrasada de un santo celo se dispensa totalmente por Dios, busca servirlo con todas sus fuerzas. Cuanto más el foco de ese fuego interior es ardiente, más irradia exteriormente. El alma está animada por ese fuego que Cristo Jesús ha venido a traer sobre la tierra y que desea ardientemente ver encenderse en nosotros (cf. Lc 12,49).