Evangelio según san Juan 6,16-21
Al atardecer, sus discípulos bajaron a la orilla del mar y se embarcaron, para dirigirse a Cafarnaún, que está en la otra orilla. Ya era de noche y Jesús aún no se había reunido con ellos. El mar estaba agitado, porque soplaba un fuerte viento. Cuando habían remado unos cinco kilómetros, vieron a Jesús acercarse a la barca caminando sobre el agua, y tuvieron miedo. El les dijo: “Soy yo, no teman”. Ellos quisieron subirlo a la barca, pero esta tocó tierra en seguida en el lugar adonde iban.
Comentario del Evangelio
Todo lo que se relata ocurre “en la noche”, en medio de tormentas y movimientos que no deseamos y que nos asustan e inquietan. Nosotros podemos compararlo con la barca de nuestra vida, de nuestra familia, con la noche que significa la ausencia de Jesús y que encontramos en los diversos acontecimientos de la vida. ¡Cuántas situaciones hay en la vida personal y en la vida de la Iglesia que no comprendemos, que nos desconciertan y asustan! En medio de todo esto, surge la ternura de la voz de Jesús, que nos dice “no teman”. El está cerca, con nosotros y en nosotros, y nos guía con seguridad a nuestra meta. De este modo, no hay lugar para el temor. Hoy nos preguntamos:
¿Ante qué realidad o situación el Señor me dice que no tema?
¿Cuáles son los mares agitados que hoy me toca enfrentar?
¿Escucho la voz de Jesús que me dice: Soy yo, no temas?
Lecturas del día
Libro de los Hechos de los Apóstoles 6,1-7
En aquellos días, como el número de discípulos aumentaba, los helenistas comenzaron a murmurar contra los hebreos porque se desatendía a sus viudas en la distribución diaria de los alimentos. Entonces los Doce convocaron a todos los discípulos y les dijeron: “No es justo que descuidemos el ministerio de la Palabra de Dios para ocuparnos de servir las mesas. Es preferible, hermanos, que busquen entre ustedes a siete hombres de buena fama, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, y nosotros les encargaremos esta tarea. De esa manera, podremos dedicarnos a la oración y al ministerio de la Palabra”.
La asamblea aprobó esta propuesta y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y del Espíritu Santo, a Felipe y a Prócoro, a Nicanor y a Timón, a Pármenas y a Nicolás, prosélito de Antioquía. Los presentaron a los Apóstoles, y estos, después de orar, les impusieron las manos. Así la Palabra de Dios se extendía cada vez más, el número de discípulos aumentaba considerablemente en Jerusalén y muchos sacerdotes abrazaban la fe.
Salmo 33(32),1-2.4-5.18-19
Aclamen, justos, al Señor:
es propio de los buenos alabarlo.
Alaben al Señor con la cítara,
toquen en su honor el arpa de diez cuerdas.
Porque la palabra del Señor es recta
y él obra siempre con lealtad;
él ama la justicia y el derecho,
y la tierra está llena de su amor.
Los ojos del Señor están fijos sobre sus fieles,
sobre los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y sustentarlos en el tiempo de indigencia.
Oración llamada “de Pedro y de los demás apóstoles” “Tú te abriste un camino por las aguas, un vado por las aguas caudalosas”
Santo eres tú, Señor, Dios todopoderoso,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
el paraíso de la felicidad, el cetro real,
el amor suntuoso, la esperanza cierta…
Santo eres tú, Señor Dios,
tú eres “el Rey de los reyes y Señor de los señores.
Sólo tú posees la inmortalidad.
Tú habitas en una luz inaccesible
que nadie ha visto jamás” (1Tm 6,15-16).
Tú te paseas sobre las alas del viento (Sl 103,3);
tú has creado el cielo, la tierra y el mar
y todo lo que contienen (Hch 4,24).
Tú tienes a los vientos por mensajeros
y al fuego llameante por ministro (Sl 103,4);
tú has creado al hombre a tu imagen y semejanza (Gn 1,26),
tú has medido el cielo con tu palmo
y la tierra entera con el dedo de tu mano (Is 40,12).
Sí, tus obras son bellísimas en tu presencia.