Lectura del santo evangelio según san Mateo 11, 25-30
En aquel tiempo, tomó la palabra Jesús y dijo:
«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien.
Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».
Comentario
Has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños
¿Qué sabe el “pequeño” que no saben los “entendidos y sabios”? ¿Qué sabiduría es esa, oculta a los ojos de los eruditos y conocedores de este mundo? Su sabiduría es esta: que esta vida no es la verdadera.
¿Cómo alcanzan los pequeños este saber? ¿Qué tipo de revelación les es comunicada? Los pequeños alcanzan su saber no por estudios enjundiosos, a los que no tienen acceso, sino por la simple experiencia vital, que no le puede ser negada a ningún ser. La captación de la verdad se realiza en el mismo transcurso de la realidad vivida, y porque es experiencia vital que se padece en la carne y en el espíritu, difícil resulta de eludir, pero también de oponerle argumentos lógicos.
Pero, en fin, ¿quién es pequeño en las categorías de este mundo? Quien no cuenta o cuenta sin más como parte de una masa indefinida y amorfa. Y porque no cuenta, nadie se preocupa por cómo le va en la vida; vida que consiste, en el mejor de los casos, en un “ir tirando”, que no es poco. Retrotraída esta condición del “ser-pequeño”al siglo I en que escribe Mateo, la misma se identifica, la mayor parte de las veces, con el pasar serias estrecheces y sufrir injusticia como experiencia vital cotidiana, cuya mejor expresión es la petición al cielo “danos hoy el pan de cada día”.
En tanto no falle la esperanza, de la vida mal vivida se extraerá, como revelación del deseo de felicidad, el ansía de una verdadera vida, pues vida que no es feliz, ¿acaso merece llamarse vida? ¿No será acaso una agonía más o menos prolongada?
Dios es luz y en él no hay tiniebla alguna
Y hablando de muerte, en tanto pecado y muerte – dice Pablo – van unidas de la mano, la carta de Juan, tan saturada está de pecado que repele a la lectura; pues coloca al lector – en ese contrapunto joánico luz-tiniebla; verdad-mentira; pureza-corrupción; en fin, vida-muerte – en posición incómoda a más no poder, pues se trata de una incomodidad de índole ontológica y existencial: ¿qué es, pues, el hombre, sino pecado y corrupción, muerte y mentira, animal que se oculta en las sombras?
El autor joánico hace al ser humano no sólo distinto a Dios, sino opuesto. Y siendo Dios la vida, no corresponde al ser humano, sino lo más contrario; y no sólo la muerte como epílogo biológico, sino la aniquilación, el no-ser. No es ya sólo aquello de que “sin mí no podéis hacer nada” sino que sin mí no sois nada. Este es el sentido del “pecado” en Juan: no se trata de una mera cuestión ética – resoluble en múltiples instancias humanas – sino de una noción de orden ontológico y existencial: quien está separado de Dios – llamado aquí pecador –sencillamente no es. Y que el hombre sea pecador por principio – esto es, el que en sí es un ser separado de Dios – significa que es preciso un acto positivo de Dios – llamado gracia – de acercamiento de Dios al hombre, por el que el hombre pasa del no-ser al ser (del estado de pecado al estado de gracia); he aquí la misión de Cristo: eliminar el pecado, entiéndase, eliminar la separación radical entre Dios y el hombre, y con ello, hacer pasar al hombre de la muerte a la vida, pues la vida del mundo – entendido el mundo con lo no-Dios – , la vida que ofrece el mundo, no es vida, sino muerte.
Ambas lecturas, pues, se aúnan es una sabiduría correlativa y que podemos sintetizar en la idea de que a lo que los hombres llaman vida no es la vida.
Tal sabiduría, esto es, la trasposición de sentido de vida/muerte está a la base de la mística, la misma que profesa existencialmente Catalina de Siena, cuya memoria hoy celebramos.