Evangelio según San Juan 8,21-30
Jesús les volvió a decir: Yo me voy, y vosotros me buscaréis, pero moriréis en vuestro pecado. A donde yo voy vosotros no podéis ir. Los judíos decían: ¿Acaso estará pensando en matarse y por eso dice que no podemos ir a donde él va? Jesús añadió: Vosotros sois de aquí abajo, pero yo soy de arriba. Vosotros sois de este mundo, pero yo no soy de este mundo. Por eso os he dicho que moriréis en vuestros pecados: porque si no creéis que yo soy, moriréis en vuestros pecados. Entonces le preguntaron: ¿Quién eres tú? Jesús les respondió:
En primer lugar, ¿por qué he de hablar con vosotros? Tengo mucho que decir y juzgar de vosotros; pero el que me ha enviado dice la verdad, y lo que yo digo al mundo es lo mismo que le he oído decir a él. Pero ellos no entendieron que les hablaba del Padre. Por eso les dijo: Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, reconoceréis que yo soy y que no hago nada por mi propia cuenta. Solamente digo lo que el Padre me ha enseñado. El que me ha enviado está conmigo: no me ha dejado solo, porque yo siempre hago lo que le agrada. Al decir Jesús estas cosas, muchos creyeron en él.
Comentario del Evangelio
El misterio de la Cruz. De Jesús nos viene la vida, de nosotros viene la muerte. El misterio de la cruz lo recibimos en medio de las picaduras de nuestro mundo. Las serpientes siguen reptando a nuestro alrededor. Murmuraciones y cerrazones… La Cuaresma nos ayuda a nombrarlas y a mirarlas sin miedo; cosa que nuestro mundo no quiere. Se nos invita a mirar a la serpiente en lo alto: para eso hay que aprender a mirar al cielo que hay tras cada serpiente. Eso conduce a no dejarnos enredar por nuestras autorreferencialidades o nuestros egocentrismos, que nos hacen fijarnos sólo en nosotros mismos. Hay que atreverse a entrenar la mirada para contemplar la cruz de Cristo.
Lecturas del día
Libro de los Números 21,4-9
Los israelitas partieron del monte Hor por el camino del Mar Rojo, para bordear el territorio de Edóm. Pero en el camino, el pueblo perdió la paciencia y comenzó a hablar contra Dios y contra Moisés: ¿Por qué nos hicieron salir de Egipto para hacernos morir en el desierto? ¡Aquí no hay pan ni agua, y ya estamos hartos de esta comida miserable! Entonces el Señor envió contra el pueblo unas serpientes abrasadoras, que mordieron a la gente, y así murieron muchos israelitas. El pueblo acudió a Moisés y le dijo: Hemos pecado hablando contra el Señor y contra ti. Intercede delante del Señor, para que aleje de nosotros esas serpientes. Moisés intercedió por el pueblo, y el Señor le dijo: Fabrica una serpiente abrasadora y colócala sobre un asta. Y todo el que haya sido mordido, al mirarla, quedará curado. Moisés hizo una serpiente de bronce y la puso sobre un asta. Y cuando alguien era mordido por una serpiente, miraba hacia la serpiente de bronce y quedaba curado.
Salmo 102(101),2-3.16-18.19-21
Señor, escucha mi oración
y llegue a ti mi clamor;
no me ocultes tu rostro
en el momento del peligro;
inclina hacia mí tu oído,
respóndeme pronto, cuando te invoco.
Las naciones temerán tu Nombre, Señor,
y los reyes de la tierra se rendirán ante tu gloria:
cuando el Señor reedifique a Sión
y aparezca glorioso en medio de ella;
cuando acepte la oración del desvalido
y no desprecie su plegaria.
Quede esto escrito para el tiempo futuro
y un pueblo renovado alabe al Señor:
porque él se inclinó desde su alto Santuario
y miró a la tierra desde el cielo,
para escuchar el lamento de los cautivos
y librar a los condenados a muerte.
Comentario de san Bernardo (1091-1153) Cuando hayáis levantado al hijo del hombre, entonces comprenderéis que Yo Soy
A Cristo Jesús le debes toda tu vida, porque él ha dado su vida por tu vida, y ha soportado amargos tormentos para que tú no soportes tormentos eternos. ¿Podrá haber para ti algo más duro y espantoso, cuando te acordarás que aquél que siendo de condición divina en el día de su eternidad, antes que naciera la aurora, en el esplendor de los santos, él, el esplendor y la imagen de la sustancia de Dios, vino a tu prisión, se hundió, como se dice, hasta el cuello, en lo más profundo de tu barro? (Flp 2,6; Sl 109,3; Heb 1,3; Sl 68,3)
¿Qué cosa no va a parecerte dulce cuando habrás acogido en tu corazón todas las amarguras de tu Señor y te acordarás, primero de lo que pasó en su infancia, después de las fatigas durante el tiempo de su predicación, las tentaciones que sufrió en sus ayunos, sus vigilias en oración, sus lágrimas de compasión, las emboscadas que tramaron contra él… y luego, las injurias, los salivazos, las bofetadas, los latigazos, los escarnios, las burlas, los clavos, y todo lo que soportó por nuestra salvación?
¡Qué compasión tan inmerecida, qué amor tan gratuito y tan probado, qué aprecio tan inesperado, qué dulzura tan sorprendente, qué invencible bondad! ¡El rey de la gloria (sl 23) crucificado por un esclavo tan despreciable! ¿Quién ha oído jamás nada parecido, quién ha visto cosa semejante? Porque “difícilmente se encuentra uno que quiera morir por un justo (Rm 5,7). Pero él, ha muerto por nosotros que éramos injustos y enemigos, prefiriendo dejar el cielo para conducirnos al mismo cielo, él, el dulce amigo, el sabio consejero, el sólido sostén. ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? (Sl 115,3)