Evangelio según san Marcos 1. 40 – 45
Se acercó a Jesús un leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: Si quieres, puedes purificarme. Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: Lo quiero, queda purificado. En seguida la lepra desapareció y quedó purificado. Jesús lo despidió, advirtiéndole severamente: No le digas nada a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio. Sin embargo, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo, divulgando lo sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares desiertos. Y acudían a él de todas partes.
Comentario del Evangelio
La compasión de Jesús. Ese padecer con que lo acercaba a cada persona que sufre. Jesús, se da completamente, se involucra en el dolor y la necesidad de la gente, simplemente porque Él sabe y quiere padecer con ellos, porque tiene un corazón que no se avergüenza de tener compasión. “No podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado”. Esto significa que, además de curar al leproso, Jesús ha tomado sobre sí la marginación que la ley de Moisés imponía. Jesús no tiene miedo del riesgo que supone asumir el sufrimiento de otro, pero paga el precio con todas las consecuencias. La compasión lleva a Jesús a actuar concretamente: a reintegrar al marginado. Y éstos son los tres conceptos claves que la Iglesia nos propone hoy en la liturgia de la palabra: la compasión de Jesús ante la marginación y su voluntad de integración porque es un muerto viviente. Papa Fco.
Lecturas del día
Primer Libro de Samuel 4,1-11
Y la palabra de Samuel llegó a todo Israel. En aquellos días, los filisteos se reunieron para combatir contra Israel. Israel les salió al encuentro para el combate y acamparon en Eben Ezer, mientras los filisteos acampaban en Afec. Los filisteos se alinearon en orden de batalla frente a Israel y se entabló un duro combate. Israel cayó derrotado delante de los filisteos y unos cuatro mil hombres fueron muertos en el frente de batalla, en campo abierto. Cuando el pueblo regresó al campamento, los ancianos de Israel dijeron: “¿Por qué el Señor nos ha derrotado hoy delante de los filisteos? Vayamos a buscar a Silo el Arca de la Alianza del Señor: que ella esté presente en medio de nosotros y nos salve de la mano de nuestros enemigos”.
El pueblo envió unos hombres a Silo, y trajeron de allí el Arca de la Alianza del Señor de los ejércitos, que tiene su trono sobre los querubines. Jofní y Pinjás, los dos hijos de Elí, acompañaban el Arca.
Cuando el Arca de la Alianza del Señor llegó al campamento, todos los israelitas lanzaron una gran ovación y tembló la tierra. Los filisteos oyeron el estruendo de la ovación y dijeron: “¿Qué significa esa estruendosa ovación en el campamento de los hebreos?”. Al saber que el Arca del Señor había llegado al campamento, los filisteos sintieron temor, porque decían: “Un dios ha llegado al campamento”. Y exclamaron: “¡Ay de nosotros, porque nada de esto había sucedido antes!
¡Ay de nosotros! ¿Quién nos librará de este dios poderoso? Este es el dios que castigó a los egipcios con toda clase de plagas en el desierto. ¡Tengan valor y sean hombres, filisteos, para no ser esclavizados por los hebreos, como ellos lo fueron por ustedes! ¡Sean hombres y luchen!” Los filisteos libraron batalla. Israel fue derrotado y cada uno huyó a sus campamentos. La derrota fue muy grande, y cayeron entre los israelitas treinta mil hombres de a pie. El Arca del Señor fue capturada, y murieron Jofní y Pinjás, los dos hijos de Elí.
Salmo 44(43),10-11.14-15.24-25
Pero ahora nos rechazaste y humillaste:
dejaste de salir con nuestro ejército,
nos hiciste retroceder ante el enemigo
y nuestros adversarios nos saquearon.
Nos expusiste a la burla de nuestros vecinos,
a la risa y al escarnio de los que nos rodean;
hiciste proverbial nuestra desgracia
y los pueblos nos hacen gestos de sarcasmo.
¡Despierta, Señor! ¿Por qué duermes?
¡Levántate, no nos rechaces para siempre!
¿Por qué ocultas tu rostro
y te olvidas de nuestra desgracia y opresión?
Homilía de san Pablo VI Jesús extendió la mano y lo tocó
El gesto afectuoso de Jesús que se acerca a unos leprosos, los reconforta y los cura, tiene su plena y misteriosa expresión en la Pasión. En pleno suplicio y desfigurado por el sudor de sangre, por la flagelación, por la corona de espinas, por la crucifixión, abandonado por el pueblo que ha olvidado todo los bienes recibidos de él, Jesús en su Pasión se identifica con los leprosos; llega a ser su imagen y su símbolo, tal como el profeta Isaías había tenido la intuición contemplando por anticipado el misterio del Siervo del Señor:
“No tenía belleza ni figura, lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado por los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultan los rostros… Nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado” (Is 53,2-4). Pero es precisamente de las llagas del cuerpo sufriente de Jesús y de la fuerza de su resurrección que brotan la vida y la esperanza para todos los hombres golpeados por el mal y la enfermedad.
La Iglesia ha sido siempre fiel en anunciar la palabra de Cristo unida al gesto concreto de misericordia solidaria para con los más pobres, los últimos. A lo largo de los siglos ha habido un crecimiento en la entrega conmovedora y extraordinaria en favor de los que viven golpeados por el peso de las enfermedades humanamente más repugnantes. La historia hace relucir el hecho de que los cristianos han sido siempre los primeros en preocuparse del problema de los leprosos. El ejemplo de Cristo ha sido seguido, ha sido fecundo en gestos de solidaridad, de entrega, de generosidad y de caridad desinteresada.