Evangelio según San Marcos 3,7-12
Jesús, seguido por mucha gente de Galilea, se fue con sus discípulos a la orilla del lago. Al oír hablar de las grandes cosas que hacía, acudieron también a verle muchos de Judea, de Jerusalén, de Idumea, del lado oriental del Jordán y de la región de Tiro y Sidón. Por eso, Jesús encargó a sus discípulos que le tuvieran preparada una barca, para evitar que la multitud le apretujara. Porque había sanado a tantos, que todos los enfermos se echaban sobre él para tocarle. Y cuando los espíritus impuros le veían, se ponían de rodillas delante de él y gritaban: “¡Tú eres el Hijo de Dios!”. Pero Jesús les ordenaba con severidad que no hablaran de él públicamente.
Comentario del Evangelio
¡Tú eres el Hijo de Dios! Muchas personas lo seguían, otras acudían a verlo cuando se enteraban de dónde estaba; a todos les gustaba escucharlo, oír lo que decía y cómo lo decía. El pueblo tiene necesidad de verdad, de cercanía, de encuentro con quien no engaña. El pueblo tiene un sentido fuerte de dónde está la presencia de Dios. Muchos habían experimentado cómo los había curado. El Señor no busca su propia comodidad, más bien le interesaba que los demás estuvieran cómodos escuchándole y todos pudieran tocarlo. Nadie se resiste ante Jesucristo, todos reconocen en Él al Hijo de Dios, hasta los más alejados, los que, invadidos por el pecado, el mal y el demonio, confesaban: “¡Tú eres el Hijo de Dios!”. Haz con tu vida esta confesión.
Lecturas del día
Lectura de la carta a los Hebreos 7,25–8,6
Jesús puede salvar definitivamente a los que por medio de él se acercan a Dios, porque vive siempre para interceder en su favor. Y tal convenía que fuese nuestro sumo sacerdote: santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores y encumbrado sobre el cielo. Él no necesita ofrecer sacrificios cada día –como los sumos sacerdotes, que ofrecían primero por los propios pecados, después por los del pueblo–, porque lo hizo de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo. En efecto, la ley hace a los hombres sumos sacerdotes llenos de debilidades.
En cambio, las palabras del juramento, posterior a la ley, consagran al Hijo, perfecto para siempre. Esto es lo principal de toda la exposición: Tenemos un sumo sacerdote tal, que está sentado a la derecha del trono de la Majestad en los cielos y es ministro del santuario y de la tienda verdadera, construida por el Señor y no por hombre. En efecto, todo sumo sacerdote está puesto para ofrecer dones y sacrificios; de ahí la necesidad de que también éste tenga algo que ofrecer. Ahora bien, si estuviera en la tierra, no sería siquiera sacerdote, habiendo otros que ofrecen los dones según la Ley. Estos sacerdotes están al servicio de un esbozo y sombra de las cosas celestes, según el oráculo que recibió Moisés cuando iba a construir la tienda: «Mira –le dijo Dios–, te ajustarás al modelo que te fue mostrado en la montaña.» Mas ahora a él le ha correspondido un ministerio tanto más excelente, cuanto mejor es la alianza de la que es mediador, una alianza basada en promesas mejores.
Salmo 39,7-8a.8b-9.10.17
Tú no quieres sacrificios ni ofrendas,
y, en cambio, me abriste el oído;
no pides sacrificio expiatorio,
entonces yo digo: «Aquí estoy.»
«Como está escrito en mi libro,
para hacer tu voluntad.»
Dios mío, lo quiero,
y llevo tu ley en las entrañas.
He proclamado tu salvación
ante la gran asamblea;
no he cerrado los labios:
Señor, tú lo sabes.
Alégrense y gocen contigo
todos los que te buscan;
digan siempre: «Grande es el Señor»
los que desean tu salvación.
Comentario de San Bernardo (1091-1153) Los que padecían alguna dolencia, se precipitaban sobre él para tocarlo
Seguid el ejemplo de nuestro Salvador que quiso sufrir su Pasión con el fin de aprender compasión; sujetarse a la miseria, con el fin de comprender a los miserables. Lo mismo que aprendió a obedecer, por lo que aguanto (He 5,8), quiso aprender también la misericordia… Posiblemente encontrarás extraño lo que acabo de decir sobre Cristo: Él, que es la sabiduría de Dios (1Co 1,24), ¿qué pudo aprender?…
Reconocéis que es Dios y hombre en una sola persona. Como Dios eterno, siempre tuvo conocimiento de todo; como hombre, nacido en el tiempo, aprendió muchas cosas en el tiempo. Cuando empezó a estar en nuestra carne, también comenzó a enterarse, por experiencia, de las miserias de la carne. Habría sido más feliz y más sabio con nuestros primeros padres, de no haber hecho esta experiencia, pero su creador ” vino a buscar lo que estuvo perdido ” (Lc 19,10). Tuvo lastima de su obra y vino a rescatarla, descendiendo misericordiosamente, allí dónde ésta había perecido miserablemente…
No era simplemente para compartir su desgracia, sino para compadecerse de su miseria y liberarlos: para llegar a ser misericordioso, no como un Dios en su bondad eterna, sino como un hombre que comparte la situación de los hombres… ¡Maravillosa lógica del amor! ¿Cómo habríamos podido conocer esta admirable misericordia, si no conociera la miseria existente? ¿ Cómo habríamos podido entender la compasión de Dios, si no conociera el sufrimiento?… A la misericordia de un Dios, Cristo unió la de un hombre, sin cambiarla, pero multiplicándola, como está escrito: ” salvarás a hombres y animales, Señor. ¡Mi Dios, cómo hiciste sobreabundar tu misericordia! ” (Sal. 35,7-8)