Evangelio según San Juan 14,7-14
En aquel tiempo dijo Jesús: Si me conocéis, también conoceréis a mi Padre; y desde ahora ya le conocéis y le estáis viendo. Felipe le dijo entonces: Señor, déjanos ver al Padre y con eso nos basta. Jesús le contestó: Felipe, ¿tanto tiempo hace que estoy con vosotros y todavía no me conoces? El que me ve a mí ve al Padre: ¿por qué me pides que os deje ver al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Las cosas que yo os digo no las digo por mi propia cuenta. El Padre, que vive en mí, es el que hace su propia obra. Creedme que yo estoy en el Padre y el Padre en mí; si no, creed al menos por las propias obras. Os aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago; y hará otras todavía más grandes, porque yo voy al Padre. Y todo lo que pidáis en mi nombre yo lo haré, para que por el Hijo se manifieste la gloria del Padre. Yo haré cualquier cosa que me pidáis en mi nombre.
Comentario del Evangelio
Los discípulos expresan su deseo de Dios y piden a Jesús: “déjanos ver al Padre”. Jesús les responde que en Él pueden encontrar al Padre: “el que me ve a mí ve al Padre”. Pero luego promete que los creyentes harán obras mayores que las que hizo él antes de morir. ¿Cómo podemos entender esta promesa? Nosotros no podemos resucitar muertos como hizo Jesús, pero hay obras que valen más que devolverle la vida a un cuerpo muerto. Ayudar a alguien a salir de la oscuridad interior es una obra mayor. Porque cuando una persona acepta la gracia que Dios le ofrece entra en otra dimensión. Después de la resurrección de Jesús, los creyentes podemos hacer esas obras mayores; pero no por nuestras capacidades, sino con su poder.
Lecturas del día
Libro de los Hechos de los Apóstoles 13,44-52
Casi toda la ciudad se reunió el sábado siguiente para escuchar la Palabra de Dios. Al ver esa multitud, los judíos se llenaron de envidia y con injurias contradecían las palabras de Pablo.
Entonces Pablo y Bernabé, con gran firmeza, dijeron: “A ustedes debíamos anunciar en primer lugar la Palabra de Dios, pero ya que la rechazan y no se consideran dignos de la Vida eterna, nos dirigimos ahora a los paganos. Así nos ha ordenado el Señor: Yo te he establecido para ser la luz de las naciones, para llevar la salvación hasta los confines de la tierra”. Al oír esto, los paganos, llenos de alegría, alabaron la Palabra de Dios, y todos los que estaban destinados a la Vida eterna abrazaron la fe. Así la Palabra del Señor se iba extendiendo por toda la región.
Pero los judíos instigaron a unas mujeres piadosas que pertenecían a la aristocracia y a los principales de la ciudad, provocando una persecución contra Pablo y Bernabé, y los echaron de su territorio. Estos, sacudiendo el polvo de sus pies en señal de protesta contra ellos, se dirigieron a Iconio. Los discípulos, por su parte, quedaron llenos de alegría y del Espíritu Santo.
Salmo 98(97),1.2-3ab.3cd-4
Canten al Señor un canto nuevo,
porque él hizo maravillas:
su mano derecha y su santo brazo
le obtuvieron la victoria.
El Señor manifestó su victoria,
reveló su justicia a los ojos de las naciones:
se acordó de su amor y su fidelidad
en favor del pueblo de Israel.
Los confines de la tierra han contemplado
el triunfo de nuestro Dios.
Aclame al Señor toda la tierra,
prorrumpan en cantos jubilosos.
Comentario del Evangelio por San Vicente de Paúl (1581-1660) El que cree en mi hará las mismas obras que yo e incluso mayores
Nuestro Señor dijo: «Bienaventurados los pobres de espíritu» (Mt 5,3); en esto la sabiduría eterna nos enseña que los obreros evangélicos tienen que evitar la magnificencia en las acciones y en las palabras, y seguir una manera de obrar y de hablar humilde, fácil y sencilla. Es el demonio el que nos pone bajo esa tiranía de querer tener éxito y el que, al vernos inclinados a proceder lisa y llanamente, nos dice: «Fíjate que vulgar; eso es demasiado basto e indigno de la majestad cristiana». ¡Qué astucia la del demonio! Tened cuidado, hermanos míos, renunciad a estas vanidades… tened ante los ojos la conducta de nuestro Señor, tan humilde y tan contraria a todo eso.
El podía dar un gran esplendor a sus obras y una virtud soberana a sus palabras, pero no lo hizo. Les decía a sus apóstoles: «Haréis lo que yo hago, y más todavía». Señor, ¿por qué queréis que haciendo lo que tú has hecho, hagan todavía más?. Porque nuestro Señor quiere dejarse superar en las acciones públicas, para distinguirse él en las humildes y secretas; él quiere los frutos del evangelio y no los aplausos del mundo; por eso ha hecho más por medio de sus servidores que por sí mismo.
Quiso que san Pedro convirtiese una vez a tres mil, otra vez a cinco mil personas (Hch 2,41; 4,4), y que toda la tierra se viera iluminada por sus apóstoles. En cuanto a él, a pesar de ser la luz del mundo (Jn 8,12), no predicó más que en Jerusalén y en sus alrededores, y predicó allí sabiendo que en otras partes tendría mucho más éxito. Sí, el se dirigió a los judíos como a los más capaces de despreciarle y de contradecirle. Por consiguiente, fue muy poco lo que hizo, mientras que sus pobres discípulos, ignorantes y vulgares, animados de su virtud, hicieron mucho más que él. ¿Por qué? Porque quiso ser humilde en esto.