Todo lo ha hecho bien hace oír a los sordos y hablar a los mudos

Todo lo ha hecho bien hace oír a los sordos y hablar a los mudos

Evangelio según san Marcos 7,31-37

Cuando Jesús volvía de la región de Tiro, pasó por Sidón y fue hacia el mar de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis. Entonces le presentaron a un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos. Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua. Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: “Efatá”, que significa: “Abrete”. Y enseguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente. Jesús les mandó insistentemente que no dijeran nada a nadie, pero cuanto más insistía, ellos más lo proclamaban y, en el colmo de la admiración, decían: “Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos”.

Comentario del Evangelio

Aunque ni sordo ni mudo, frecuentemente pareciera que lo soy, porque no te escucho, Señor, y no hablo a los demás de la experiencia de tu amor. Inspira esta oración para que de ella saque la fuerza de voluntad y sea siempre un testigo fiel de tu amor. Acoquémonos a Jesús, nos ayudará a saber escuchar y a hablar bien de Él y de los demás. El encuentro con Jesús, que abre a la vida y a la fe, nos abre el camino a los demás y a la comunidad, dice el papa Francisco. Cómo quisiéramos que se nos dijera que todo lo hemos hecho bien pero como está escrito en la Biblia: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad”. Hoy nos preguntamos:

¿Hago el bien por obligación o por ayudar a los demás?
¿Vivo llevando el mensaje de Jesús con humildad?
¿Pido que lo que hago sea para gloria de Dios o por vanidad?

Lecturas del día

Primer Libro de los Reyes 11,29-32.12,19

En cierta ocasión, Jeroboám salió de Jerusalén y lo encontró en el camino el profeta Ajías, de Silo; este iba cubierto con un manto nuevo, y los dos estaban solos en el campo. Ajías tomó el manto que llevaba encima y lo desgarró en doce pedazos. Luego dijo a Jeroboám: “Toma para ti diez pedazos, porque así habla el Señor, el Dios de Israel: Yo voy a desgarrar el reino que Salomón tiene en su mano, y te daré las diez tribus.

Una sola tribu será para él, por consideración a mi servidor David y a Jerusalén, la ciudad que yo elegí entre todas las tribus de Israel. Fue así como Israel se rebeló contra la casa de David hasta el día de hoy.

Salmo 81(80),10-11ab.12-13.14-15

No tendrás ningún Dios extraño,
no adorarás a ningún dios extranjero:
yo, el Señor, soy tu Dios,
que te hice subir de la tierra de Egipto.

Pero mi pueblo no escuchó mi voz,
Israel no me quiso obedecer:
por eso los entregué a su obstinación
para que se dejaran llevar por sus caprichos.

¡Ojalá mi pueblo me escuchara,
e Israel siguiera mis caminos!
Yo sometería a sus adversarios en un instante,
y volvería mi mano contra sus opresores.

Enseñanza de san Agustín (354-430) sobre los salmos “Dios cura todas tus enfermedades” (Sl 103 (102),3)

No temas, todas tus enfermedades están curadas. Dirás que son muy grandes, pero el médico es aún más grande. Para un médico todopoderoso no existe enfermedad incurable. Déjate, simplemente, cuidar, no rechaces su mano; él sabe lo que tiene que hacer. No te alegres tan sólo cuando actúa con dulzura, sino también cuando corta. Acepta el dolor del remedio pensando en la salud que te va a devolver.

Ved, hermanos, todo lo que los hombres soportan en sus enfermedades físicas y sólo para alargar unos días su vida… Tú, por lo menos, no sufras por un resultado dudoso: el que te ha prometido la salud no se puede equivocar. ¿Por qué los médicos, a veces, se equivocan? Porque no han creado ese cuerpo que intentan curar. Pero Dios ha hecho tu cuerpo, Dios ha hecho tu alma. Sabe cómo ha de recrear lo que ha creado, sabe cómo reformar lo que ha formado. No tienes que hacer otra cosa que abandonarte a sus manos de médico… Soporta, pues, sus manos, oh alma, que “le bendices y no olvidas sus beneficios: él cura todas tus enfermedades” (Sl 102, 2,3).

Aquel que te ha hecho para no estar nunca enfermo si has querido guardar sus preceptos, ¿no te curará? Aquel que ha hecho los ángeles y que, recreándote, te hará ser igual a ellos, ¿no te curará? Aquel que ha hecho el cielo y la tierra, después de haberte hecho a su imagen ¿no te curará? (Gn 1,26) Te curará, pero es necesario que tú consientas a ser curado. Él cura perfectamente a todo enfermo, pero no lo hace si el enfermo no se deja curar… Tu salud, es Cristo.

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