Evangelio según san Juan 3, 7b-15
En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: «Tenéis que nacer de nuevo; el viento sopla donde quiere y oyes su ruido,pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu». Nicodemo le preguntó: «¿Cómo puede suceder eso?». Le contestó Jesús: «¿Tú eres maestro en Israel, y no lo entiendes? En verdad, en verdad te digo: hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero no recibís nuestro testimonio. Si os hablo de las cosas terrenas y no me creéis, ¿cómo creeréis si os hablo de las cosas celestiales? Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna».
Comentario del Evangelio
No se comprende bien si no entendemos lo que Jesús nos dice en el Evangelio. Jesús dice a los judíos: “Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces conoceréis que soy yo”. En el desierto ha sido por tanto elevado el pecado, pero es un pecado que busca la salvación, porque se cura allí. El que es elevado es el Hijo del hombre, el verdadero Salvador, Jesucristo.
El cristianismo no es una doctrina filosófica, no es un programa de vida para sobrevivir, para ser educados, para hacer las paces. Estas son las consecuencias. El cristianismo es una persona, una persona elevada en la Cruz, una persona que se aniquiló a sí misma para salvarnos; se ha hecho pecado. Y así como en el desierto ha sido elevado el pecado, aquí que se ha elevado Dios, hecho hombre y hecho pecado por nosotros. Y todos nuestros pecados estaban allí. No se entiende el cristianismo sin comprender esta profunda humillación del Hijo de Dios, que se humilló a sí mismo convirtiéndose en siervo hasta la muerte y muerte de cruz, para servir. (Cf Homilía de S.S. Francisco).
Lecturas del día
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 4, 32-37
El grupo de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma: nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía, pues lo poseían todo en común. Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor. Y se los miraba a todos con mucho agrado. Entre ellos no había necesitados, pues los que poseían tierras o casas las vendían, traían el dinero de lo vendido y lo ponían a los pies de los apóstoles; luego se distribuía a cada uno según lo que necesitaba. José, a quien los apóstoles apellidaron Bernabé, que significa hijo de la consolación, que era levita y natural de Chipre, tenía un campo y lo vendió; llevó el dinero y lo puso a los pies de los apóstoles.
Sal 92, 1ab. 1c-2. 5
El Señor reina, vestido de majestad
El Señor reina, vestido de majestad;
el Señor, vestido y ceñido de poder.
Así está firme el orbe y no vacila.
Tu trono está firme desde siempre,
y tú eres eterno.
Tus mandatos son fieles y seguros;
la santidad es el adorno de tu casa,
Señor, por días sin término.
Reflexión del Evangelio de hoy Testimonio y unidad
Tal vez la palabra testimonio sea la que enlace la 1ª lectura de este martes 2ª de Pascua de Hechos 4, 32-37, con el evangelio que se proclama hoy que es continuación del de ayer, como bien sabéis.
Jesús dice en el evangelio: “Damos testimonio de lo que hemos visto”.
Muchas cosas había visto Jesús en el seno de la Trinidad y de las que nos dio testimonio, pero nos vamos a detener en el ser UNO de las Tres Divinas personas. De ahí dimana el hecho de que Jesús creara comunidad a su alrededor, no fue un solitario como Juan Bautista. Y ese ser UNO lo vivieron día a día los primeros discípulos a los que Jesús fue convocando, y esto es lo que vivieron una vez que el Señor Jesús ascendió al cielo. Por eso se lee en la 1ª lectura “En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo, lo poseían todo en común”. Ese ir construyendo unidad en lo exterior, va unificando nuestras vidas, y así logramos el anhelo de Jesús: “Que sean Uno como tu Padre en Mí y yo en Ti”. Y este es el testimonio que debemos dar también nosotros ahora después de tantos siglos de cristianismo, ser UNO. Este es un primer aspecto.
Testimonio y resurrección
Los apóstoles también dieron testimonio de lo que habían visto no sólo, a lo largo de esos años junto al Maestro, sino y sobre todo de lo que fundamentaba su fe, la Pascua del Señor, dice el texto: “Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor”.
Ellos habían visto como era levantado el Hijo del Hombre (lo dice Jesús en el evangelio de hoy). Lo vieron levantado en la cruz, lo vieron levantado después de la resurrección y lo vieron levantarse en la ascensión, y esto que habían visto lo anunciaban. Eso era ya, de algún modo, la vida eterna que Jesús les anunciaba. Porque ¿qué es la vida eterna sino una belleza sin igual manifestada por el Verbo hecho carne en Jesús? Y Jesús era bello como lo canta san Agustín: “Hermoso siendo Dios, Verbo de Dios (…). Es hermoso en el cielo y es hermoso en la tierra; (…) hermoso en la cruz, hermoso en el sepulcro, y hermoso en el cielo. Oíd entendiendo el cántico, y la flaqueza de su carne no aparte de vuestros ojos el esplendor de su hermosura”.
Testimonio hoy
Y ahora nos toca a nosotros. Estamos viviendo la Pascua; el viernes santo vimos a Jesús levantado en la cruz, el domingo nos enteramos de que por el poder del Padre había sido levantado del sepulcro y ahora vive entre nosotros, y lo veremos levantarse en la ascensión. Siempre bello y hermoso, el mejor entre los hijos de los hombres.
¿Es nuestra vida un testimonio fehaciente de estas bellas verdades que estamos celebrando? ¿Tenemos valor para anunciar que el Señor Jesús vive ahora en medio de nosotros? ¿Anunciarán nuestras obras y palabras estos hechos que estamos recordando?
Que el Espíritu Santo, cuya venida esperamos, nos capacite para hacer vida en lo cotidiano todo esto que contemplamos en la liturgia pascual, siempre bella y exigente. Pidámoslo unos para otros.
Cristo ha resucitado. ¡Aleluya! Santa y feliz Pascua.