Somos simples servidores. Sólo hemos cumplido con nuestro deber

Somos simples servidores. Sólo hemos cumplido con nuestro deber

Evangelio según San Lucas 17,7-10

El Señor dijó:  Supongamos que uno de ustedes tiene un servidor para arar o cuidar el ganado. Cuando este regresa del campo, ¿acaso le dirá: Ven pronto y siéntate a la mesa? ¿No le dirá más bien: Prepárame la cena y recógete la túnica para servirme hasta que yo haya comido y bebido, y tú comerás y beberás después? ¿Deberá mostrarse agradecido con el servidor porque hizo lo que se le mandó? Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber.

Comentario del Evangelio 

Hemos hecho lo que teníamos que hacer

El Señor nos vuelve a hablar en parábolas y es necesario tener en cuenta que hemos de interpretar el texto en su contexto y con el estilo literario que se presenta. La parábola deja solo una enseñanza y éste es en lo que concluye: “somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer. La parábola nos habla de la disponibilidad para el servicio que requiere de la humildad. La humildad es una virtud básica que nos ayuda a reconocer nuestra verdad, tenemos capacidades, talentos, virtudes y también defectos, limitaciones y pecado.

Quien obra con humildad no se vanagloria de sus acciones ni presume de ellas, sino que se pone a disposición de los demás y el sólo el hecho de realizarlas da dignidad a la persona. Para los creyentes, servir a los hermanos es seguir el ejemplo del Maestro. Cristo nos ha dado ejemplo de servicio, de humildad. El servicio del cristiano no solo debe limitarse a hacer lo que tiene que hacer, sino que puede ir más allá, hacerlo bien y lo mejor que pueda; que no sea un servicio mediocre sino hecho con amor porque lo hacemos por Cristo y lo vemos a Él en los hermanos.

Lecturas del día

Libro de la Sabiduría 2,23-24.3,1-9

Dios creó al hombre para que fuera incorruptible y lo hizo a imagen de su propia naturaleza, pero por la envidia del demonio entró la muerte en el mundo, y los que pertenecen a él tienen que padecerla. Las almas de los justos están en las manos de Dios y no los afectará ningún tormento. A los ojos de los insensatos parecían muertos; su partida de este mundo fue considerada una desgracia y su alejamiento de nosotros, una completa destrucción; pero ellos están en paz.

A los ojos de los hombres, ellos fueron castigados, pero su esperanza estaba colmada de inmortalidad. Por una leve corrección, recibirán grandes beneficios, porque Dios los puso a prueba y los encontró dignos de él. Los probó como oro en el crisol y los aceptó como un holocausto.Por eso brillarán cuando Dios los visite, y se extenderán como chispas por los rastrojos. Juzgarán a las naciones y dominarán a los pueblos y el Señor será su rey para siempre.Los que confían en él comprenderán la verdad y los que le son fieles permanecerán junto a él en el amor. Porque la gracia y la misericordia son para sus elegidos.

Salmo 34(33),2-3.16-17.18-19

Bendeciré al Señor en todo tiempo,
su alabanza estará siempre en mis labios.
Mi alma se gloría en el Señor:
que lo oigan los humildes y se alegren.

Los ojos del Señor miran al justo
y sus oídos escuchan su clamor;
pero el Señor rechaza a los que hacen el mal
para borrar su recuerdo de la tierra.

Cuando ellos claman, el Señor los escucha
y los libra de todas sus angustias.
El Señor está cerca del que sufre
y salva a los que están abatidos.

Sermón de san Agustín (354-430)   El humilde servicio

Antes de la venida del Señor, los hombres buscaban la gloria en sí mismos. Ha venido como hombre para reducir la gloria terrena y aumentar la gloria de Dios. Ha venido sin pecado y nos ha encontrado a todos hundidos en el pecado. Si el Señor ha venido para perdonar los pecados, quiere poner de manifiesto que Dios es magnánimo; toca pues al hombre reconocer esta magnanimidad. Porque la humildad del hombre consiste en su gratitud y la grandeza de Dios se manifiesta en su misericordia.

Si, pues, ha venido para perdonar al hombre sus pecados, toca al hombre reconocer su pequeñez y darse cuenta de la misericordia de Dios. “Él tiene que crecer y yo tengo que menguar” (Jn 3,30) Es decir: Que él me dé y yo reciba. Es justo que la gloria sea del Señor y yo la reconozca en él; que el hombre reconozca dónde está su lugar, reconozca a Dios y comprenda lo que dice el apóstol al hombre soberbio y orgulloso que pretende ensalzarse:

“¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo has recibido ¿por qué presumes como si no lo hubieras recibido?” (1Cor 4,7) El hombre que considera suyo lo que no le pertenece, comprenda, pues, que lo ha recibido y que se humille, porque le conviene que Dios sea glorificado en él. Que el hombre se considere cada vez menos importante para que Dios sea glorificado en él…

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