Evangelio según San Mateo 28,16-20
Los once discípulos fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Y al ver a Jesús, le adoraron, aunque algunos dudaban. Jesús se acercó a ellos y les dijo: Dios me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced mis discípulos a todos los habitantes del mundo; bautizadlos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y enseñadles a cumplir todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.
Comentario del Evangelio
El monte simboliza la presencia de Dios. Allí él se manifiesta de un modo especial. Desde allí Jesús envía a sus discípulos a bautizar, para que todos sean sus discípulos. Pero ese Bautismo debe celebrarse “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. Las tres Personas aparecen así con la misma perfección divina, en el mismo nivel, porque son el único Dios. Jesús nos lleva a ese Misterio de la Trinidad. De esa Comunidad divina bebe su fuerza y su luz la comunidad misionera. La Trinidad se hace presente a través de Jesús, que nos revela al Padre y nos envía el Espíritu. Los discípulos deben aprender a descubrir la presencia de Jesús, que nos une a la Trinidad en medio de la tarea: “Yo estaré con vosotros todos los días”. Te adoro Señor, que eres Padre, Hijo y Espíritu Santo. Te contemplo y te alabo en este misterio de amor, comunicación y comunión. Amén. Siéntete parte de una comunidad de amor.
Lecturas del día
Deuteronomio 4,32-34.39-40
Pregúntale al tiempo pasado, a los días que te han precedido desde que el Señor creó al hombre sobre la tierra, si de un extremo al otro del cielo sucedió alguna vez algo tan admirable o se oyó una cosa semejante. ¿Qué pueblo oyó la voz de Dios que hablaba desde el fuego, como la oíste tú, y pudo sobrevivir? ¿O qué dios intentó venir a tomar para sí una nación de en medio de otra, con milagros, signos y prodigios, combatiendo con mano poderosa y brazo fuerte, y realizando tremendas hazañas, como el Señor, tu Dios, lo hizo por ustedes en Egipto, delante de tus mismos ojos? Reconoce hoy y medita en tu corazón que el Señor es Dios – allá arriba, en el cielo y aquí abajo, en la tierra – y no hay otro. – Observa los preceptos y los mandamientos que hoy te prescribo. Así serás feliz, tú y tus hijos después de ti, y vivirás mucho tiempo en la tierra que el Señor, tu Dios, te da para siempre.
Salmo 33(32),4-5.6.9.18-19.20.22
Porque la palabra del Señor es recta
y él obra siempre con lealtad;
él ama la justicia y el derecho,
y la tierra está llena de su amor.
La palabra del Señor hizo el cielo,
y el aliento de su boca, los ejércitos celestiales;
porque él lo dijo, y el mundo existió,
él dio una orden, y todo subsiste.
Los ojos del Señor están fijos sobre sus fieles,
sobre los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y sustentarlos en el tiempo de indigencia.
Nuestra alma espera en el Señor;
él es nuestra ayuda y nuestro escudo.
Señor, que tu amor descienda sobre nosotros,
conforme a la esperanza que tenemos en ti.
Carta de San Pablo a los Romanos 8,14-17
Todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y ustedes no han recibido un espíritu de esclavos para volver a caer en el temor, sino el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios ¡Abba!, es decir, ¡Padre! El mismo Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, también somos herederos, herederos de Dios y coherederos de Cristo, porque sufrimos con él para ser glorificados con él.
Comentario del Evangelio por Pio XII (1876-1958) Estoy con ustedes por siempre hasta el fin del mundo
Cristo, nuestro abogado (1Jn 2:1), está sentado a la derecha del Padre. En medio de nosotros ya no es visible en su naturaleza humana. Pero se dignó quedarse con nosotros hasta el fin de los siglos, invisible bajo las apariencias de pan y de vino en el sacramento de su amor. Es el gran misterio de un Dios presente y escondido, de ese Dios que un día vendrá juzgar a los vivos y a los muertos. Es hacia ese gran día de Dios que avanza la humanidad entera de los siglos pasados, del presente y del porvenir. Es hacia ese día que avanza la Iglesia, maestra para todas las naciones de la fe y de la moral, bautizando en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Y nosotros, así como creemos en el Padre, creador del cielo y de la tierra, en el Hijo, redentor del género humano, igualmente creemos en el Espíritu Santo.
Él es el Espíritu que procede del Padre y del Hijo, de su amor consubstancial, prometido y enviado por Cristo a los Apóstoles el día del Pentecostés, virtud que viene de arriba y que los llena. Es el Paráclito y el Consolador que mora con ellos por siempre, Espíritu invisible, desconocido por el mundo, quién les enseña y recuerda todo lo que Jesús les dijo. Muestren al pueblo cristiano el poder divino e infinito de este Espíritu creador, don del Altísimo, dador de todo carisma espiritual, consolador, luz de los corazones, que, en nuestras almas lava lo que está sucio, riega lo que es árido, sana lo que está herido. De él, amor eterno, desciende el fuego de esta caridad que Cristo quiere ver encendida aquí abajo; esta caridad que hace a la Iglesia una, santa, católica, que la anima y la vuelve invencible en medio de los ataques de la sinagoga de Satán; esta caridad que une en la comunión de los santos; esta caridad que renueva la amistad con Dios y perdona el pecado.