Evangelio según san Lucas 12, 54-59
En aquel tiempo, decía Jesús a la gente: «Cuando veis subir una nube por el poniente, decís enseguida: “Va a caer un aguacero”, y así sucede. Cuando sopla el sur decís: “Va a hacer bochorno”, y sucede. Hipócritas: sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, pues ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo presente? ¿Cómo no sabéis juzgar vosotros mismos lo que es justo? Por ello, mientras vas con tu adversario al magistrado, haz lo posible en el camino por llegar a un acuerdo con él, no sea que te lleve a la fuerza ante el juez y el juez te entregue al guardia y el guardia te meta en la cárcel. Te digo que no saldrás de allí hasta que no pagues la última monedilla».
Comentario del Evangelio
Si la ley no lleva a Jesucristo, si no nos acerca a Jesucristo, está muerta. Y por esto Jesús les reprende por estar cerrados, por no ser capaces de reconocer los signos de los tiempos, por no estar abiertos al Dios de las sorpresas:
Y esto debe hacernos pensar: ¿Estoy tan apegado a mis cosas, a mis ideas, cerrado? ¿O estoy abierto al Dios de las sorpresas? ¿Soy una persona quieta o una persona que camina? ¿Creo en Jesucristo -en Jesús, en lo que ha hecho: ha muerto, ha resucitado y termina la historia- creo que el camino siga hacia la madurez, hacia la manifestación de la gloria del Señor? ¿Soy capaz de entender los signos de los tiempos y ser fiel a la voz del Señor que se manifiesta en ellos? Podemos hacernos hoy estas preguntas y pedir al Señor un corazón que ame la ley, porque la ley es de Dios; que ame también las sorpresas de Dios y que sepa que esta ley santa no termina en sí misma. Y en camino es una pedagogía que nos lleva a Jesucristo, al encuentro definitivo, donde habrá este gran signo del Hijo del hombre. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 13 de octubre de 2014, en Santa Marta).
Lecturas del dia
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 4, 1-6
Hermanos: Yo, el prisionero por el Señor, os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados. Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor, esforzándoos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todos, que está sobre todos, actúa por medio de todos y está en todos.
Sal 23, 1b -2. 3-4ab. 5-6
Esta es la generación que busca tu rostro, Señor
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
El hombre de manos inocentes y puro corazón,
que no confía en los ídolos.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
Esta es la generación que busca al Señor,
que busca tu rostro, Dios de Jacob.
Reflexión de hoy Conservad la unidad que es fruto del Espíritu Santo
El apóstol San Pablo se entregó en cuerpo y alma al anuncio del Evangelio. Lo vemos en sus múltiples viajes, en sus cartas, escritas incluso desde la cárcel, como es el caso de la que recoge la lectura de hoy.
Pablo, que ha proclamado con su boca “no soy yo, es Cristo que vive en mí”, lo profesa ahora con su vida, y no sólo porque se refiera a sí mismo como “el prisionero por el amor del Señor”, si no sobre todo, porque aún en medio de esa situación adversa, se olvida de sí mismo y de lo incómodo que puede resultar estar en la cárcel, y sigue exhortando a los cristianos a que vivan conforme a la vocación que han recibido. Está más preocupado por ellos que por él mismo.
La vocación cristiana, la llamada a la santidad que todos hemos recibido, exige de nosotros un comportamiento concreto, como nos recuerda el apóstol: humildad, amabilidad y paciencia. Y tiene una finalidad: conservar la unidad fruto del Espíritu, mediante el vínculo de la paz.
Vivir la unidad, sentirnos uno con los demás cristianos y con la Iglesia, sólo será posible si vivimos la humildad, la amabilidad y la paciencia con los demás. La unidad es un don de Dios, un fruto del Espíritu, pero como todo don reclama una tarea. Hay que orar, pedírselo al Señor y vivir en continua actitud de conversión del corazón.
La intimidad con Cristo avivada en la oración, despertará nuestra conciencia para que nuestra vida se vaya asemejando más a la suya, esto nos unificará interiormente y nos capacitará para vivir la unidad con los demás.
El fundamento de la unidad visible que vivimos los cristianos es la unidad Trinitaria: Padre, Hijo y Espíritu Santo en continua relación de Amor. A eso estamos llamados a vivir unidos en el Amor. Sabemos la meta y conocemos el camino, pongámonos en marcha.
¿Cómo es que no sabéis discernir el tiempo presente?
El tono duro en que Jesús habla a la gente en este Evangelio nos da a entender de que se trata de algo importante, por eso les habla así para llamar su atención y que no se les olvide.
El discernimiento es transcendental para la vida del cristiano, porque la vida nos expone continuamente ante dos caminos a elegir y es necesario saber encaminar nuestros pasos en la dirección correcta. Nuestro corazón se siente agitado por multitud de deseos y sentimientos, que contrastan entre ellos, y hay que elegir con acierto lo que más y mejor nos acerque a Dios.
En el ejercicio del discernimiento en un primer momento hay que tener el coraje, la honestidad y la libertad interior de reconocer las voces que nos llaman desde nuestro interior y en un segundo momento interpretar de dónde nos vienen (de Dios, del demonio o de nosotros mismos) y hacia dónde nos encaminan. Este segundo paso exige de nosotros que nos confrontemos con honradez con las exigencias de la moral cristina, considerada a la luz de la Palabra de Dios y de la experiencia de la relación personal con el Señor.
Pidamos al Señor el don de discernimiento, que ilumine nuestra mente para descubrir el bien y la verdad, y mueva nuestra voluntad hacia ella.
“Aparta de mí Señor, todo lo que me aparte de Ti”