Si dos de ustedes se unen en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá

Si dos de ustedes se unen en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá

Evangelio según San Mateo 18,15-20

Jesús dijo a sus discipulos: Si tu hermano peca, ve y corrígelo en privado. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, busca una o dos personas más, para que el asunto se decida por la declaración de dos o tres testigos. Si se niega a hacerles caso, dilo a la comunidad. Y si tampoco quiere escuchar a la comunidad, considéralo como pagano o publicano.Les aseguro que todo lo que ustedes aten en la tierra quedará atado en el cielo y lo que desaten en la tierra, quedará desatado en el cielo.

También les aseguro que si dos de ustedes se unen en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá. Porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos.

Comentaio del Evangelio

En este pasaje del evangelio Jesús nos enseña tres cosas fundamentales del perdón. Primero: el perdón es un camino, no algo automático. “Si tu hermano te ofende, habla con él. Si te hace caso, has ganado a tu hermano”. Segundo: la palabra y la escucha son muy importantes. Cuando levantamos un muro de silencio, el perdón se hace difícil. Entre la ofensa y el perdón debemos poner el diálogo, como ocasión de profundización e iluminación. Tercero: el perdón no tiene sólo una dimensión individual. Cuando no logramos perdonar con nuestras solas fuerzas, es importante servirse de la mediación de la comunidad para que nos ayude en el proceso: “donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.

Lecturas del dia

Libro de Ezequiel 9,1-7.10,18-22

El gritó fuertemente a mis oídos: “Acérquense, Castigos de la ciudad, cada uno con su instrumento de exterminio en la mano”. Entonces llegaron seis hombres del lado de la puerta superior que mira hacia el norte, cada uno con su instrumento de destrucción en la mano. En medio de ellos había un hombre vestido de lino, con la cartera de escriba en la cintura. Todos entraron y se detuvieron delante del altar de bronce. La gloria del Dios de Israel se levantó de encima de los querubines sobre los cuales estaba, se dirigió hacia el umbral de la Casa, y llamó al hombre vestido de lino que tenía la cartera de escriba en la cintura.

El Señor le dijo: “Recorre toda la ciudad de Jerusalén y marca con una T la frente de los hombres que gimen y se lamentan por todas las abominaciones que se cometen en medio de ella”. Luego oí que les decía a los otros: “Recorran la ciudad detrás de él, hieran sin una mirada de piedad y sin tener compasión. Maten y exterminen a todos, ancianos, jóvenes, niños y mujeres, pero no se acerquen a ninguno que esté marcado con la T. Comiencen por mi Santuario”. Y comenzaron por los ancianos que estaban delante de la Casa. Después dijo: “Contaminen la Casa y llenen de víctimas los atrios; luego salgan y golpeen en la ciudad”. La gloria del Señor salió de encima del umbral de la Casa y se detuvo sobre los querubines.

Al salir, los querubines desplegaron sus alas y se elevaron del suelo, ante mis propios ojos, y las ruedas lo hicieron al mismo tiempo. Ellos se detuvieron a la entrada de la puerta oriental de la Casa de Señor, y la gloria del Dios de Israel estaba sobre ellos, en lo alto. Eran los seres vivientes que yo había visto debajo del Dios de Israel a orillas del río Quebar, y reconocí que eran querubines. Cada uno tenía cuatro rostros y cuatro alas, y una especie de manos de hombre debajo de sus alas. En cuanto a la forma de sus rostros, era la misma que yo había visto en una visión a orillas del río Quebar. Cada uno avanzaba derecho hacia adelante.

Salmo 113(112),1-2.3-4.5-6

Alaben, servidores del Señor,
alaben el nombre del Señor.
Bendito sea el nombre del Señor,
desde ahora y para siempre.

Desde la salida del sol hasta su ocaso,
sea alabado el nombre del Señor.
El Señor está sobre todas las naciones,
su gloria se eleva sobre el cielo.

¿Quién es como el Señor, nuestro Dios,
que tiene su morada en las alturas,
y se inclina para contemplar
el cielo y la tierra?

Sermón de san Cesáreo de Arlés (470-543)    Todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo

Todas las Santas Escrituras nos advierten, para nuestro bien, que debemos confesar nuestros pecados constantemente y con humildad, no sólo delante de Dios sino también ante un hombre santo y temeroso de Dios. Es eso lo que el Espíritu Santo, por boca del apóstol Santiago, nos recomienda: «Confesaos, pues, mutuamente vuestros pecados y orad los unos por los otros, para que seáis curados» (5,16)… y el salmista dice: «’Confesaré al Señor mi culpa’ y tú perdonaste mi culpa y mi pecado» (31,5).

Estamos siempre heridos por nuestros pecados; por eso mismo debemos recurrir siempre a la medicina de la confesión. En efecto, si Dios quiere que confesemos nuestros pecados, no es porque él mismo no pueda conocerlos, sino porque el diablo desea tener de qué acusarnos ante el tribunal del Juez eterno; por eso quisiera que pensáramos antes en excusarlos que en acusarlos.

Nuestro Dios, por el contrario, porque es bueno y misericordioso, quiere que los confesemos en este mundo para que en el otro no seamos confundidos a propósito de los mismos. Si los confesamos, él se muestra clemente; si los declaramos, él los perdona… Y nosotros, hermanos, somos vuestros médicos espirituales: con solicitud buscamos curar vuestras almas.

 

 

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