Señor Jesús ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida Eterna

Señor Jesús ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida Eterna

Evangelio según san Juan 6,60-69

Después de oírlo, muchos de sus discípulos decían: ¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo? Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: ¿Esto los escandaliza? ¿Qué pasará, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes? El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida. Pero hay entre ustedes algunos que no creen.

En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y agregó: Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede. Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo. Jesús preguntó entonces a los Doce: ¿También ustedes quieren irse? Simón Pedro le respondió: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios.

Comentario del Evangelio

El evangelio nos muestra las exigencias de la fe y la necesidad de un compromiso firme con Jesús y con su propuesta. Diversos discípulos se volvieron atrás y ya no estaban dispuestos a recorrer el camino de Jesús. Hoy a nosotros nos puede pasar lo mismo. Estamos en un tiempo en que la vida cristiana debe ser vivida a contracorriente, proclamando unos valores que el mundo no entiende. La decisión de quedarse o marcharse en el camino de Jesús dependerá de que vivamos su “pan de vida” y sus “palabras de vida eterna”. Hoy nos preguntamos:

¿Qué respuesta doy a Jesús en mi vida?
¿Es mi camino el camino de Jesús?
¿Dejo al Espíritu Santo que me conduzca a Jesús?

Lecturas del día

Libro de los Hechos de los Apóstoles 9,31-42

La Iglesia, entre tanto, gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaría. Se iba consolidando, vivía en el temor del Señor y crecía en número, asistida por el Espíritu Santo. Pedro, en una gira por todas las ciudades, visitó también a los santos que vivían en Lida. Allí encontró a un paralítico llamado Eneas, que estaba postrado en cama desde hacía ocho años.

Pedro le dijo: “Eneas, Jesucristo te devuelve la salud: levántate, y arregla tú mismo la cama”. El se levantó en seguida, y al verlo, todos los habitantes de Lida y de la llanura de Sarón se convirtieron al Señor. Entre los discípulos de Jope había una mujer llamada Tabitá, que quiere decir “gacela”. Pasaba su vida haciendo el bien y repartía abundantes limosnas. Pero en esos días se enfermó y murió. Después de haberla lavado, la colocaron en la habitación de arriba.

Como Lida está cerca de Jope, los discípulos, enterados de que Pedro estaba allí, enviaron a dos hombres para pedirle que acudiera cuanto antes. Pedro salió en seguida con ellos. Apenas llegó, lo llevaron a la habitación de arriba. Todas las viudas lo rodearon y, llorando, le mostraban las túnicas y los abrigos que les había hecho Tabitá cuando vivía con ellas. Pedro hizo salir a todos afuera, se puso de rodillas y comenzó a orar. Volviéndose luego hacia el cadáver, dijo: “Tabitá, levántate”. Ella abrió los ojos y, al ver a Pedro, se incorporó. El la tomó de la mano y la hizo levantar. Llamó entonces a los hermanos y a las viudas, y se las devolvió con vida.

La noticia se extendió por toda la ciudad de Jope y muchos creyeron en el Señor.

Salmo 116(115),12-13.14-15.16-17

¿Con qué pagaré al Señor
todo el bien que me hizo?
Alzaré la copa de la salvación
e invocaré el nombre del Señor.

Cumpliré mis votos al Señor
en presencia de todo su pueblo.
¡Qué penosa es para el Señor
la muerte de sus amigos!

Yo, Señor, soy tu servidor,
tu servidor, lo mismo que mi madre:
por eso rompiste mis cadenas.
Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
e invocaré el nombre del Señor.

Del Concilio Vaticano II Constitución sobre la Sagrada Liturgia El sacramento del Cuerpo y de la Sangre de Cristo nos reúne a todos en él y nos envía al mundo

La liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza. Pues los trabajos apostólicos se ordenan a que, una vez hechos hijos de Dios por la fe y el bautismo, todos se reúnan, alaben a Dios en medio de la Iglesia, participen en el sacrificio y coman la cena del Señor.

Por su parte, la liturgia misma impulsa a los fieles a que, saciados “con los sacramentos pascuales”, sean “concordes en la piedad” (cf Hch 4,32); ruega a Dios que “conserven en su vida lo que recibieron en la fe”, y la renovación de la alianza del Señor con los hombres en la Eucaristía enciende y arrastra a los fieles a la apremiante caridad de Cristo.

Por tanto, de la liturgia, sobre todo de la Eucaristía, mana hacia nosotros la gracia como de su fuente y se obtiene con la máxima eficacia aquella santificación de los hombres en Cristo y aquella glorificación de Dios a la cual las demás obras de la Iglesia tienden como a su fin.

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