Evangelio según San Lucas 11,1-4
Estaba Jesús una vez orando en cierto lugar. Cuando terminó, uno de sus discípulos le rogó: Señor, enséñanos a orar, lo mismo que Juan enseñaba a sus discípulos. Jesús les contestó: Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Danos cada día el pan que necesitamos. Perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos han ofendido. Y no nos expongas a la tentación.
Comentario del Evangelio
Jesús nos propone, ante todo, que nos dirijamos al Padre llenos de confianza filial. Luego nos invita a desear que el nombre del Padre sea santificado. Es el gran deseo que llena el corazón de Jesús, porque él anhela, ante todo, la adoración y la gloria de su Padre amado. Después nos llama a pedir la llegada del Reino, para despertar en nosotros una actitud de espera. A continuación, pedimos el pan, pero sólo el pan indispensable para seguir entregándonos por el Reino. Luego pedimos perdón, pero únicamente en la medida en que nosotros perdonamos. Si no lo hacemos, no podemos estar en paz con el Padre de todos. Finalmente, rogamos que no nos deje caer en la tentación, que no permita que el mal nos domine, porque necesitamos que Él sea nuestro liberador. Amén.
Lecturas del día
Carta de San Pablo a los Gálatas 2,1-2.7-14
Hermanos: Al cabo de catorce años, subí nuevamente a Jerusalén con Bernabé, llevando conmigo a Tito. Lo hice en virtud de una revelación divina, y les expuse el Evangelio que predico entre los paganos, en particular a los dirigentes para asegurarme que no corría o no había corrido en vano. Al contrario, aceptaron que me había sido confiado el anuncio del Evangelio a los paganos, así como fue confiado a Pedro el anuncio a los judíos. Porque el que constituyó a Pedro Apóstol de los judíos, me hizo también a mí Apóstol de los paganos. Por eso, Santiago, Cefas y Juan -considerados como columnas de la Iglesia- reconociendo el don que me había sido acordado, nos estrecharon la mano a mí y a Bernabé, en señal de comunión, para que nosotros nos encargáramos de los paganos y ellos de los judíos. Solamente nos recomendaron que nos acordáramos de los pobres, lo que siempre he tratado de hacer. Pero cuando Cefas llegó a Antioquía, yo le hice frente porque su conducta era reprensible. En efecto, antes que llegaran algunos enviados de Santiago, él comía con los paganos, pero cuando estos llegaron, se alejó de ellos y permanecía apartado, por temor a los partidarios de la circuncisión. Los demás judíos lo imitaron, y hasta el mismo Bernabé se dejó arrastrar por su simulación. Cuando yo vi que no procedían rectamente, según la verdad del Evangelio, dije a Cefas delante de todos: “Si tú, que eres judío, vives como los paganos y no como los judíos, ¿por qué obligas a los paganos a que vivan como los judíos?
Salmo 117(116),1.2
¡Alaben al Señor, todas las naciones,
glorifíquenlo, todos los pueblos!
Porque es inquebrantable su amor por nosotros,
y su fidelidad permanece para siempre.
¡Aleluya!
Comentario del Evangelio por Beato Columba Marmion (1858-1923) La confianza filial
La consideración de tus faltas es absolutamente verdadera. Las faltas provenientes de la debilidad, y realmente detestadas, no le impiden a Dios de amarnos sino que aumentan su Compasión: «Como un Padre tiene compasión por sus hijos, así Dios tiene compasión por quienes Le temen…pues él sabe bien que polvo somos» (Sal 102:13-14b). La gran devoción de San Pablo era el presentarse ante el Padre celestial con todas sus discapacidades, y como solía siempre mirarse como un miembro de Jesucristo, sus discapacidades eran las de Cristo: «con sumo gusto seguiré vanagloriándome, sobre todo en mi debilidad, para que se manifieste en mí la fuerza de Cristo» (2Cor 12:9). Esfuércense en llenarse de este espíritu de confianza de niño ante Dios. Me parece que entre más estoy íntimamente unido a nuestro divino Señor, más Él mismo me atrae hacia su Padre- y más me quiere llenar de su espíritu filial. Este es todo el espíritu de la Nueva Ley: «Ustedes no han recibido un espíritu de esclavos para recaer en el temor; más bien, han recibido un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá Padre!»(Rm 8:15).