Se suscitó una discusión sobre quién sería el más importante

Se suscitó una discusión sobre quién sería el más importante

Lectura del santo evangelio según san Lucas 9, 46-50

En aquel tiempo, se suscitó entre los discípulos una discusión sobre quién sería el más importante. Entonces Jesús, conociendo los pensamientos de sus corazones, tomó de la mano a un niño, lo puso a su lado y les dijo: «El que acoge a este niño en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, acoge al que me ha enviado. Pues el más pequeño de vosotros es el más importante». Entonces Juan tomó la palabra y dijo: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y se lo hemos prohibido, porque no anda con nosotros». Jesús le respondió: «No se lo impidáis: el que no está contra vosotros, está a favor vuestro».

Comentario del evangelio

Hoy resulta muy interesante ver cómo Jesús abandona los discursos, y decide realizar un significativo gesto, ante el olvido de sus seguidores y la posibilidad que malinterpreten su ministerio. Por eso, sin margen de error, requiere que los apóstoles entiendan bien que la humildad del servicio es un rasgo esencial de la misión y el camino que propone. Y esto lo recuerda también para nosotros porque muchas veces nos parece que nuestros méritos por lo que hacemos tienen que ser recompensados con algún reconocimiento. Por ello Jesús nos dice que el más pequeño es el más grande. Cuánto no tenemos que cambiar para seguir de verdad al Señor. Que el Señor nos conceda la apertura de corazón y la disponibilidad para dirigir nuestros pasos hacia el horizonte que nos propone. A la luz de su Palabra Hoy nos preguntamos:

¿Qué es lo que mueve realmente nuestro compromiso eclesial?

¿Qué pasa si no nos sentimos suficiente recompensados o reconocidos nuestros desvelos por la misión?

¿Somos humildes en el seguimiento de Jesús como El quiere?

Lecturas del dia

Lectura del libro de Job 1, 6-22

Un día los hijos de Dios se presentaron ante el Señor; entre ellos apareció también Satán.  El Señor preguntó a Satán: «¿De dónde vienes?». Satán respondió al Señor: «De dar vueltas por la tierra; de andar por ella». El Señor añadió: «¿Te has fijado en mi siervo Job? En la tierra no hay otro como él: es un hombre justo y honrado, que teme a Dios y vive apartado del mal».  Satán contestó al Señor: «¿Y crees que Job teme a Dios de balde? ¿No has levantado tú mismo una valla en torno a él, su hogar y todo lo suyo? Has bendecido sus trabajos, y sus rebaños se extienden por el país. Extiende tu mano y daña sus bienes y ¡ya verás cómo te maldice en la cara!». El Señor respondió a Satán: «Haz lo que quieras con sus cosas, pero a él ni lo toques». Satán abandonó la presencia del Señor.

Un día que sus hijos e hijas comían y bebían en casa del hermano mayor, llegó un mensajero a casa de Job con esta noticia: «Estaban los bueyes arando y las burras pastando a su lado, cuando cayeron sobre ellos unos sabeos, apuñalaron a los mozos y se llevaron el ganado. Solo yo pude escapar para contártelo». No había acabado este de hablar, cuando llegó otro con esta noticia: «Ha caído un rayo del cielo que ha quemado y consumido a las ovejas y a los pastores. Solo yo pude escapar para contártelo».No había acabado este de hablar, cuando llegó otro con esta noticia: «Una banda de caldeos, divididos en tres grupos, se ha echado sobre los camellos y se los ha llevado, después de apuñalar a los mozos. Solo yo pude escapar para contártelo». No había acabado este de hablar, cuando llegó otro con esta noticia: «Estaban tus hijos y tus hijas comiendo y bebiendo en casa del hermano mayor, cuando un huracán cruzó el desierto y embistió por los cuatro costados la casa, que se derrumbó sobre los jóvenes y los mató. Solo yo pude escapar para contártelo».

Entonces Job se levantó, se rasgó el manto, se rapó la cabeza, se echó por tierra y dijo: «Desnudo salí de! vientre de mi madre y desnudo volveré a él. El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó; bendito sea el nombre del Señor». A pesar de todo esto, Job no pecó ni protestó contra Dios.

Sal 16, 1. 2-3. 6-7 

Señor, escucha mi apelación,
atiende a mis clamores,
presta oído a mi súplica,
que en mis labios no hay engaño.

Emane de ti la sentencia,
miren tus ojos la rectitud.
Aunque sondees mi corazón, visitándolo de noche;
aunque me pruebes al fuego,
no encontrarás malicia en mí.

Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío;
inclina el oído y escucha mis palabras.
Muestra las maravillas de tu misericordia,
tú que salvas de los adversarios
a quien se refugia a tu derecha.

Conferencias de san Juan Casiano (c. 360-435)  « Venid y aprended de mí» (Mt 11,29)

Los grandes en la fe de ninguna manera se vanagloriaban del poder que tenían de obrar maravillas. Confesaban que no eran sus propios méritos los que actuaban sino que era la misericordia del Señor la que lo había hecho todo. Si alguien se admiraba de sus milagros, rechazaban la gloria humana con estas palabras tomadas de los apóstoles: «Hermanos, ¿por qué os admiráis de esto, o por qué nos miráis fijamente, como si por nuestro poder o piedad hubiéramos hecho caminar a éste?» (Hch 3,12). Nadie, a su juicio, debía se alabado por los dones y maravillas que sólo son propias de Dios…

Pero sucede, a veces, que hombres inclinados al mal, reprobables por lo que se refiere a la fe, echan demonios y obran prodigios en nombre del Señor. Es de esto que un día los apóstoles se quejaron al Señor: «Maestro, decían, hemos visto un hombre que echa a los demonios en tu nombre, y se lo hemos prohibido porque no es de los nuestros». Inmediatamente Cristo respondió: «No se lo impidáis, porque el que no está contra vosotros está con vosotros». Pero cuando al final de los tiempos esta gente dirá: «Señor, Señor, ¿no es en tu nombre que hemos profetizado? ¿No hemos echado demonios en tu nombre? ¿Y en tu nombre hemos hecho muchos milagros?» él asegura que replicará: «Nunca os he conocido; alejaos de mí, malvados». (Mt 7,22s).

A los que ha concedido la gloria de los signos y milagros, el Señor les advierte de no creerse mejores a causa de ello: «No os alegréis de que los espíritus se os sometan; alegraos de que vuestros nombres estén escritos en los cielos» (Lc 10,20). El autor de todos los signos y milagros llama a sus discípulos a recoger su doctrina: «Venid, les dice; y aprended de mí» –no a echar a los demonios por el poder del cielo, ni a curar leprosos, ni a devolver la vista a los ciegos, ni a resucltar a los muertos, sino que dice: «Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11,28-29).

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