Quién dice la gente que soy yo?

Quién dice la gente que soy yo?

Evangelio según San Lucas 9,18-22

Un día en que Jesús oraba a solas y sus discípulos estaban con él, les preguntó: ¿Quién dice la gente que soy yo? Ellos le respondieron: Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los antiguos profetas que ha resucitado. Pero ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy yo? Pedro, tomando la palabra, respondió: Tú eres el Mesías de Dios. Y él les ordenó terminantemente que no lo dijeran a nadie. El Hijo del hombre, les dijo, debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día.

Comentario del Evangelio

Hacer nuestra la respuesta de Pedro

La pregunta que hizo Jesús hace dos mil años sigue siendo la cuestión crucial hoy en día. Y no puede ser respondida de una manera neutral, ni con respuestas estereotipadas, ni con la frialdad de un cálculo o de un mero razonamiento, porque su interpelación se dirige al corazón del creyente o del que busca, de toda persona de buena voluntad. Hoy queremos hacer nuestra la respuesta del apóstol.

Pedro es la primera persona del Evangelio en confesar que Jesús es el Cristo. Una profesión de fe que lleva al seguimiento de Jesús por el camino que ha escogido para mostrar a todos la salvación. Jesús no es el Mesías del triunfo o del poder. Es el Mesías incompresible para la cultura del éxito fácil y efímero y del individualismo, pero reconocible desde la lógica del amor y del servicio.

Lecturas del día

Libro de Ageo 1,15b.2,1-9

Era el día veinticuatro del sexto mes, del segundo año del rey Darío. El día veintiuno del séptimo mes, la palabra del Señor llegó, por medio del profeta Ageo, en estos términos: Di a Zorobabel, hijo de Sealtiel, gobernador de Judá, a Josué, hijo de Iehosadac, el Sumo Sacerdote, y al resto del pueblo: Queda alguien entre ustedes que haya visto esta Casa en su antiguo esplendor? ¿Y qué es lo que ven ahora? ¿No es como nada ante sus ojos? ¡Animo, Zorobabel! oráculo del Señor. ¡Animo, Josué, hijo de Iehosadac, Sumo Sacerdote!

¡Animo, todo el pueblo del país! -oráculo del Señor-. ¡Manos a la obra! Porque yo estoy con ustedes -oráculo del Señor de los ejércitos- según el compromiso que contraje con ustedes cuando salieron de Egipto, y mi espíritu permanece en medio de ustedes. ¡No teman!

Porque así habla el Señor de los ejércitos: Dentro de poco tiempo, yo haré estremecer el cielo y la tierra, el mar y el suelo firme, haré estremecer a todas las naciones: entonces afluirán los tesoros de todas las naciones y llenaré de gloria esta Casa, dice el Señor de los ejércitos. ¡Son míos el oro y la plata! -oráculo del Señor de los ejércitos- La gloria última de esta Casa será más grande que la primera, dice el Señor de los ejércitos, y en este lugar yo daré la paz -oráculo del Señor de los ejércitos-.

Salmo 43(42),1.2.3.4

Júzgame, Señor,
y defiende mi causa
contra la gente sin piedad;
líbrame del hombre falso y perverso.

Si tú eres mi Dios y mi fortaleza,
¿por qué me rechazas?
¿Por qué tendré que estar triste,
oprimido por mi enemigo?

Envíame tu luz y tu verdad:
que ellas me encaminen
y me guíen a tu santa Montaña,
hasta el lugar donde habitas.

Y llegaré al altar de Dios,
el Dios que es la alegría de mi vida;
y te daré gracias con la cítara,
Señor, Dios mío.

Exhortación apostólica de Benedicto XVI   Para vosotros ¿quién soy yo?

Hay que reconocer que uno de los efectos más graves de la secularización [de la sociedad] consiste en tener la fe cristiana relegada, al margen de la existencia, como si fuera inútil por lo que se refiere al desarrollo concreto de la vida de los hombres. El fracaso de la manera de vivir “como si Dios no existiera” está ahora a la vista de todos. Hoy es necesario redescubrir que Jesucristo no es una simple convicción privada o una doctrina abstracta, sino una persona real, cuya inserción en la historia es capaz de renovar la vida de todos.

Por esto la eucaristía, como fuente y cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia, se debe traducir en espiritualidad, en vida “según el Espíritu” (Rm 8,4; Gal 5,16.25). Y es significativo que san Pablo, en el pasaje de la carta a los Romanos en la que invita a vivir un nuevo culto espiritual, recuerde, al mismo tiempo, la necesidad de un cambio en la manera de vivir y de pensar: “No os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que agrada, lo perfecto” (12,2).

De esta manera, el apóstol de los gentiles subraya la relación entre el verdadero culto espiritual (Rm 12,1) y la necesidad de una nueva manera de percibir la existencia y de conducirse en la vida. Renovar su manera de pensar es parte integrante de la forma eucarística de la vida cristiana “para que ya no seamos niños sacudidos por las olas y llevados al retortero de todo viento de doctrina” (Ef 4,14).

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