Se acercaron a Jesús los discípulos de Juan y le dijeron: “¿Por qué tus discípulos no ayunan, como lo hacemos nosotros y los fariseos?”. Jesús les respondió: “¿Acaso los amigos del esposo pueden estar tristes mientras el esposo está con ellos? Llegará el momento en que el esposo les será quitado, y entonces ayunarán. Nadie usa un pedazo de género nuevo para remendar un vestido viejo, porque el pedazo añadido tira del vestido y la rotura se hace más grande. Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque los odres revientan, el vino se derrama y los odres se pierden. ¡No, el vino nuevo se pone en odres nuevos, y así ambos se conservan!”
Comentario del Evangelio
Hoy Mateo nos habla de lo nuevo y de lo viejo. Y apropósito de las prácticas de ayuno se habla de los discípulos de Juan Bautista y de los fariseos, que practicaban ayunos por propia iniciativa para apresurar con su piedad la venida del Reino; Jesús en cambio, nos trae una nueva realidad y el comportamiento de sus discípulos resulta escandaloso para los otros. Para Jesús, el ayuno que practicaban sus contemporáneos era una tradición que pertenecía al ámbito de “lo viejo” y que no encajaba en la novedad del Reino. Cuando las prácticas piadosas son un parche, siempre hay tensión en el entorno, como entre un paño viejo y uno nuevo. El Reino de Dios no se sostiene con parches, sino que requiere conversión total del corazón. De algún modo se nos recuerda hoy que Jesucristo es el Hombre Nuevo, el que renueva todo lo caduco que se había ido pegando a la humanidad a lo largo de los siglos. Hoy nos preguntamos:
¿Cuál es la imagen de Dios que está detrás de todos nuestros conceptos y prácticas religiosas?
¿Cómo entender la frase de Jesús: “No colocar un remiendo nuevo en un vestido viejo?”
¿Qué mensaje saco de todo esto para mi comunidad, hoy?
Lecturas del día
Lectura del libro del Génesis 27, 1-5. 15-29
Cuando Isaac se hizo viejo y perdió la vista, llamó a su hijo mayor: «Hijo mío». Le contestó: «Aquí estoy». Él le dijo: «Mira, yo soy viejo y no sé cuándo moriré. Toma tus aparejos, arco y aljaba, y sal al campo a buscarme caza; después me preparas un guiso sabroso, como a mí me gusta, y me lo traes para que lo coma; pues quiero darte mi bendición antes de morir». Rebeca escuchó la conversación de Isaac con Esaú, su hijo. Salió Esaú al campo a cazar para su padre. Rebeca tomó un traje de su hijo mayor Esaú, el mejor que tenía en casa, y vistió con él a Jacob, su hijo menor. Con la piel de los cabritos le cubrió los brazos y la parte lisa del cuello. Y puso en manos de su hijo Jacob el guiso sabroso que había preparado y el pan. El entró en la habitación de su padre y dijo: «Padre». Respondió Isaac: «Aquí estoy; ¿quién eres, hijo mío?». Contestó Jacob a su padre: «Soy Esaú, tu primogénito; he hecho lo que me mandaste. Incorpórate, siéntate y come de mi caza; después podrás bendecirme». Isaac dijo a su hijo: «¿Cómo la has podido encontrar tan pronto, hijo mío?». Él respondió: «El Señor tu Dios me la puso al alcance». Isaac dijo a Jacob:«Acércate que te palpe, hijo mío, a ver si eres tú mi hijo Esaú o no». Se acercó Jacob a su padre Isaac, que lo palpó y le dijo: «La voz es de Jacob, pero los brazos son de Esaú». Y no lo reconoció porque sus brazos estaban peludos como los de su hermano Esaú. Así que le bendijo.
Pero insistió: «Eres tú realmente mi hijo Esaú?». Respondió Jacob: «Yo soy». Isaac dijo: «Sírveme, hijo mío, que coma yo de tu caza; después te bendeciré». Se la sirvió y él comió. Le trajo vino y bebió. Entonces le dijo su padre Isaac: «Acércate y bésame, hijo mío». Se acercó y lo besó. Y, al oler el aroma del traje, le bendijo con estas palabras: «El aroma de mi hijo es como el aroma de un campo que bendijo el Señor. Que Dios te conceda el rocío del cielo, la fertilidad de la tierra, abundancia de trigo y de vino. Que te sirvan los pueblos, y se postren ante ti las naciones.
Sé señor de tus hermanos, que ellos se postren ante ti. Maldito quien te maldiga, bendito quien te bendiga».
Sal 134,1-2.3-4.5-6
Alabad al Señor porque es bueno
Alabad el nombre del Señor,
alabadlo, siervos del Señor,
que estáis en la casa del Señor,
en los atrios de la casa de nuestro Dios.
Alabad al Señor porque es bueno,
tañed para su nombre, que es amable.
Porque él se escogió a Jacob,
a Israel en posesión suya.
Yo sé que el Señor es grande,
nuestro Dios más que todos los dioses.
El Señor todo lo que quiere lo hace:
en el cielo y en la tierra,
en los mares y en los océanos.
Reflexión del Evangelio Señor, tu Dios, me la puso al alcance
La oración colecta del domingo décimo tercero del tiempo ordinario, recogía una petición dirigida a Dios: “permanecer siempre en el esplendor de la verdad.” Y la verdad, dice Jesús, nos hace libres. Y siendo él la Verdad, reconocemos que solamente él puede liberarnos y mantenernos como seres humanos libres.
La historia de Isaac nos sitúa ante la absoluta libertad de Dios que nunca se verá mermada por los procedimientos humanos. Abrahán engendra dos hijos: Ismael, tenido con la esclava, e Isaac, el hijo de la promesa. El primero alejado, por la presión de Sara, pero no abandonado por Dios, pues de él hará un gran pueblo también. Pero los planes de Dios van por otra vía, que no es la elegida por Sara. La promesa de un hijo le afecta a ella.
Ocurre lo mismo con los hijos de Isaac: dos hermanos gemelos. Sus movimientos en el seno materno son tenidos como enfrentamiento ya en ese momento. Nos cuenta el autor sagrado que Esaú cambió la primogenitura por un plato de lentejas que pidió a su hermano Jacob. Poco valoraba la primogenitura Esaú y Jacob con gran viveza, le exige que se la entregue, si quiere la comida que le pide. No lo pensó dos veces, sin medir las consecuencias, la cede. Es lo que hemos escuchado hoy. Las consecuencias. Llega el momento de impartir su bendición Isaac, con las limitaciones propias de la vejez: ceguera. Con esa bendición única, pasará a su hijo la Promesa hecha por Dios. Esaú está en la intención de Isaac y le pide que cace y prepare la comida para luego bendecirlo.
Pero lo que vemos en el texto de hoy es, por un lado, la bendición que ofrece Isaac a Esaú. El ocultamiento de la renuncia a la primogenitura por parte de los dos hermanos y la actuación de Rebeca, en favor de Jacob, propiciando que suplante a Esaú en el acto formal de la bendición, deja entrever que es en esta historia humana, con sus luces y sombras donde se va abriendo camino la actuación de Dios. Dios elige al menor de los dos y deja claro que no se ve condicionado por nada y nadie, siendo fiel a su promesa a Abrahán.
Las respuestas de Jacob a Isaac, entremezclan lo artificial de la suplantación y cómo Dios le ha favorecido en la caza y preparación de la comida que ofrece a su padre. La bendición la otorga Isaac a Esaú, sin descubrir del engaño. Pero la palabra pronunciada en irrevocable: “Aroma de un campo que bendijo el Señor es el aroma de mi hijo; que Dios te conceda el rocío del cielo, la fertilidad de la tierra, abundancia de trigo y vino. Que te sirvan los pueblos, y se postren ante ti las naciones. Sé señor de tus hermanos, que ellos se postren ante ti. Maldito quien te maldiga, bendito quien te bendiga.»
¿De qué modo puede servirnos a nosotros estos episodios del Génesis? Ciertamente como invitación a valorar lo esencial y no entrar en negociaciones con ello. La sinceridad y la honestidad como valores irrenunciables, que inciden y se revelan en la vida y conducta del cristiano. El andar en una vida nueva cimentada en la Verdad, entendiendo que ella nos hace libres.
A vino nuevo, odres nuevos
Los discípulos de Juan el Bautista acuden a preguntar a Jesús, extrañados ante la conducta de los discípulos de Jesús: “¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?» Por la cercanía con Jesús algo va cambiando en la vivencia de los discípulos. Vivencia que genera una cierta libertad de espíritu, que sin duda han observado en Jesús. Este pasaje está situado una vez finalizado el sermón de la montaña, en el cual Jesús ha explicado con sentido nuevo todas las enseñanzas y prácticas de Israel.
Lo que él anuncia y hace presente lleva a plenitud la ley y los profetas, porque en él se da el cumplimiento de lo que ellas anunciaban. De ahí que llame la atención de algo que debiera ser obvio: mientras el novio está presente no tiene cabida la práctica penitencial. Ya habrá tiempo para ello, en los días en que les arrebaten al Maestro. Pero sin duda la advertencia definitiva se encuentra en la afirmación: A vino nuevo, odres nuevos.
Naturalmente la comprensión de esta enseñanza tiene que situarse en la novedad de vida a la que somos llamados y esa novedad la revelan las actitudes y criterios con los que nos manejamos en el mundo de relaciones y compromisos que establecemos. Los discípulos de Juan debieran tenerlo claro, porque el Bautista ha afirmado que era preciso que él se opacara ante la presencia del Mesías del que era precursor y para quien preparaba el camino.
Lo sorprendente en nuestros días es, que habiendo superado el tiempo de colocar parches y remiendos en los trajes, sigamos poniéndolos a la hora de afrontar los problemas y situaciones en la que vivimos a diario. A los grandes temas que afectan al ser humano, nos cuesta ofrecer soluciones novedosas y eficaces. Parece que no hemos entendido lo que Jesús ha dicho como respuesta a la pregunta formulada y yendo más allá. No vale ir repitiendo, sin discernir si es válido y oportuno, lo que ofrecemos en nombre del Evangelio.
¿Nos quedamos con la propuesta novedosa de Jesús o preferimos repetir lo de siempre sin caer en la cuenta de lo que el Espíritu va sugiriendo en nuestros días?