Evangelio según san Mateo 10,7-15
Jesús dijo a sus apóstoles: Por el camino, proclamen que el Reino de los Cielos está cerca. Curen a los enfermos, resuciten a los muertos, purifiquen a los leprosos, expulsen a los demonios. Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente.” No lleven encima oro ni plata, ni monedas, ni provisiones para el camino, ni dos túnicas, ni calzado, ni bastón; porque el que trabaja merece su sustento. Cuando entren en una ciudad o en un pueblo, busquen a alguna persona respetable y permanezcan en su casa hasta el momento de partir. Al entrar en la casa, salúdenla invocando la paz sobre ella. Si esa casa lo merece, que la paz descienda sobre ella; pero si es indigna, que esa paz vuelva a ustedes. Y si no los reciben ni quieren escuchar sus palabras, al irse de esa casa o de esa ciudad, sacudan hasta el polvo de sus pies. Les aseguro que, en el día del Juicio, Sodoma y Gomorra serán tratadas menos rigurosamente que esa ciudad.
Comentario
Hoy se nos enseña que el objetivo de la misión es revelar la presencia del Reino. Hay que anunciar a los hombres de todos los tiempos que Dios se ofrece a reinar en nuestro corazón para ser por ello, nuestro Dios y Señor. Por eso, evangelizar no es algo reservado sólo a los teólogos, a los ministros ordenados de la Iglesia o a los catequistas experimentados, sino una llamada que se nos hace a todos, hombres y mujeres. Ello se hace a través de un mensaje de paz. Paz que es mucho más que un saludo o un deseo. Es el modo de entablar vínculos sanos y positivos. Es l signo del reinado de Dios en nuestro corazón. Porque Evangelizar es llevar la paz. Es acoger y ser acogido. Hoy nos preguntamos:
¿Estoy con mi vida anunciando el Reino de Dios?
¿Cómo estoy siendo signo de paz en mi entorno?
¿Es nuestra vida un ejemplo de vivir el reinado de Dios en nuestro corazón?
Lecturas del día
Libro de Oseas 11,1-4.8c-9
Así habla el Señor: Cuando Israel era niño, yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo. Pero cuanto más los llamaba, más se alejaban de mí; ofrecían sacrificios a los Baales y quemaban incienso a los ídolos. ¡Y yo había enseñado a caminar a Efraím, lo tomaba por los brazos! Pero ellos no reconocieron que yo los cuidaba. Yo los atraía con lazos humanos, con ataduras de amor; era para ellos como los que alzan a una criatura contra sus mejillas, me inclinaba hacia él y le daba de comer.
Mi corazón se subleva contra mí y se enciende toda mi ternura: no daré libre curso al ardor de mi ira, no destruiré otra vez a Efraím. Porque yo soy Dios, no un hombre: soy el Santo en medio de ti, y no vendré con furor.
Salmo 80(79),2ac.3b.15-16
Escucha, Pastor de Israel,
Tú que tienes el trono sobre los querubines,
reafirma tu poder y ven a salvarnos.
Vuélvete, Señor de los ejércitos,
observa desde el cielo y mira:
ven a visitar tu vid,
la cepa que plantó tu mano,
el retoño que Tú hiciste vigoroso.
Enseñanza de san Efrén (c. 306-373) Si la casa se lo merece, la paz que le deseáis vendrá a ella
«Cuando entréis en una casa, decid primero: Paz a esta casa» (Lc 10,5) para que el mismo Señor entre en ella y se quede allí, como cerca de María… Esta salutación es el misterio de la fe que ilumina el mundo; por ella se ahoga la enemistad, se acaba la guerra y los hombres se reconocen mutuamente. El efecto de esta salutación estaba escondido como debajo de un velo, a pesar de ser prefigurado en el misterio de la resurrección (…) cada vez que la luz se levanta y que la aurora echa fuera la noche. A partir de este envío hecho por Cristo, los hombres han comenzado a dar y a recibir esta salutación, fuente de curación y de bendición. (…)
Esta salutación, con su escondido poder… es suficiente para llegar, ampliamente, a todos los hombres. Por eso Nuestro Señor ha enviado, como precursores, a sus discípulos a llevarla para que ella haga realidad la paz que llevan, por su voz, los apóstoles, sus enviados, y prepare el camino ante ellos. Fue sembrada en todas las casas (…); entraba en todos los que la oían, para separar y poner a parte a sus hijos que la reconocían. Quedaba en ellos pero denunciaba a los que le eran extraños porque no la acogían.
Esta salutación de paz no se acaba nunca, saliendo de los apóstoles llega a sus hermanos desvelándoles los tesoros inagotables del Señor. (…) Presente tanto en los que la daban como en los que la acogían, este anuncio de la paz no sufría ni disminución ni división. Anunciaba que el Padre está cerca de todos y en todos; revelaba que la misión del Hijo está enteramente cerca de todos, aunque su fin sea junto a su Padre. No cesa de proclamar que las imágenes están ya cumplidas y que la verdad hace huir las sombras.