Evangelio según san Mateo 6,7-15
Jesús dijo a sus discípulos: Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán escuchados. No hagan como ellos, porque el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan. Ustedes oren de esta manera: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino, que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día. Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido. No nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del mal. Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes.
Comentario del Evangelio
La oración establece un lazo sólido e íntimo con Dios. Jesús nos dice que tenemos que empezar dirigiéndonos a Dios como a nuestro Padre, un Padre bueno, lleno de ternura y misericordia. La confianza, la ternura, que brotan del amor de hijo, es lo que debe prevalecer en nuestra relación con Dios. Por eso, debemos de saber que nos encontramos ante un Padre bueno que conoce nuestras necesidades. Por ello pongamos delante de él nuestra vida para que la transforme y podamos ser capaces de vivir en su amor. Hoy nos preguntamos:
¿Cómo suelo rezar la oración del Padre Nuestro?
¿Es para mi un Padre cercano o un Dios lejano?
¿Es mi vida conducida por dicha oración?
Lecturas del día
Libro de Eclesiástico 48,1-14
Surgió como un fuego el profeta Elías, su palabra quemaba como una antorcha. El atrajo el hambre sobre ellos y con su celo los diezmó.
Por la palabra del Señor, cerró el cielo, y también hizo caer tres veces fuego de lo alto. ¡Qué glorioso te hiciste, Elías, con tus prodigios! ¿Quién puede jactarse de ser igual a ti?
Tú despertaste a un hombre de la muerte y de la morada de los muertos, por la palabra de Altísimo. Tú precipitaste a reyes en la ruina y arrojaste de su lecho a hombres insignes: tú escuchaste un reproche en el Sinaí y en el Horeb una sentencia de condenación; tú ungiste reyes para ejercer la venganza y profetas para ser tus sucesores
Tú fuiste arrebatado en un torbellino de fuego en un carro con caballos de fuego. De ti está escrito que en los castigos futuros aplacarás la ira antes que estalle, para hacer volver el corazón de los padres hacia los hijos y restablecer las tribus de Jacob.
¡Felices los que te verán y los que se durmieron en el amor, porque también nosotros poseeremos la vida!
Cuando Elías fue llevado en un torbellino, Eliseo quedó lleno de su espíritu. Durante su vida ningún jefe lo hizo temblar, y nadie pudo someterlo. Nada era demasiado difícil para él y hasta en la tumba profetizó su cuerpo. En su vida, hizo prodigios y en su muerte, realizó obras admirables.
Salmo 97(96),1-2.3-4.5-6.7
¡El Señor reina! Alégrese la tierra,
regocíjense las islas incontables.
Nubes y Tinieblas lo rodean,
la Justicia y el Derecho son
la base de su trono.
Un fuego avanza ante él
y abrasa a los enemigos a su paso;
sus relámpagos iluminan el mundo;
al verlo, la tierra se estremece.
Las montañas se derriten como cera
delante del Señor, que es el dueño de toda la tierra.
Los cielos proclaman su justicia
y todos los pueblos contemplan su gloria.
Se avergüenzan los que sirven a los ídolos,
los que se glorían en dioses falsos;
todos los dioses se postran ante él.
La oración del Señor de san Cipriano (c. 200-258) Nuestro pan de cada día
“El Pan nuestro de cada día, dánosle hoy.» Estas palabras se pueden entender en sentido espiritual o en sentido literal: en la intención de Dios, las dos interpretaciones deben contribuir a nuestra salvación.
Nuestro pan de vida es Cristo; este pan no es para todos, sino para nosotros. Así como decimos «Padre nuestro» porque es el Padre de los que tienen fe, así también llamamos a Cristo «nuestro pan» porque es el pan de los que forman su cuerpo.
Es para obtener este pan que oramos todos los días; no quisiéramos (…) a causa de una falta grave (…) privarnos del pan del cielo, separarnos del cuerpo de Cristo, de él que ha proclamado: «Yo soy el pan vivo bajado del cielo: el que come de este pan, vivirá eternamente. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo» (Jn 6,51). (…)
El Señor nos ha alertado: «Si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros» (Jn 6,53). Pedimos, pues, todos los días recibir nuestro pan, es decir, a Cristo, para permanecer y vivir en Cristo, y no alejarnos, en absoluto, de su gracia y de su cuerpo.
También podemos comprender esta petición de la siguiente manera: hemos renunciado al mundo; por la gracia de la fe hemos rechazado sus riquezas y seducciones; pedimos simplemente su alimento. (…)
El que comienza a ser discípulo de Cristo y renuncia a todo según la palabra del Maestro (Lc 14,33), debe pedir el alimento de cada día y no preocuparse de un largo plazo. El Señor ha dicho: «No os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le bastan sus disgustos» (Mt 6,34). El discípulo, pues, pide con razón su alimento de cada día, puesto que le está prohibido inquietarse por el día de mañana.