Evangelio según San Mateo 20,20-28
La madre de los hijos de Zebedeo se acercó con ellos a Jesús, y se arrodilló para pedirle un favor. Jesús le preguntó: “¿Qué quieres?”. Ella le dijo: “Manda que estos dos hijos míos se sienten en tu reino uno a tu derecha y el otro a tu izquierda”. Jesús contestó: “No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa amarga que voy a beber yo?”. Le dijeron: “Podemos”. Jesús les respondió: “Vosotros beberéis esa copa de amargura, pero el sentaros a mi derecha o a mi izquierda no me corresponde a mí darlo. Será para quienes mi Padre lo ha preparado”.
Cuando los otros diez discípulos oyeron todo esto, se enojaron con los dos hermanos. Pero Jesús los llamó y les dijo: “Sabéis que, entre los paganos, los jefes gobiernan con tiranía a sus súbditos y los grandes descargan sobre ellos el peso de su autoridad. Pero entre vosotros no debe ser así. Al contrario, el que entre vosotros quiera ser grande, que sirva a los demás; y el que entre vosotros quiera ser el primero, que sea vuestro esclavo. Porque, del mismo modo, el Hijo del hombre no ha venido para ser servido, sino para servir y dar su vida en pago de la libertad de todos”.
Comentario del Evangelio
Beber el cáliz del Señor es la condición para estar con Él en su reino y gozar de su victoria. San Ignacio, en la Meditación del Rey Eternal, dice: “quien quisiere venir conmigo ha de trabajar conmigo, para que, siguiéndome en la pena, me siga también en la gloria”. Se trata de “correr su misma suerte” para “participar de su destino”; de sellar un consorcio, una alianza de amor, para “querer lo mismo y rechazar lo mismo” (Benedicto XVI), porque Él no ha venido “a ser servido sino a servir y dar su vida”. ¿Llevas en tu cuerpo la muerte de Jesús para que su vida se manifieste en ti?
Lecturas del día
Carta II de San Pablo a los Corintios 4,7-15
Hermanos: Nosotros llevamos un tesoro en recipientes de barro, para que se vea bien que este poder extraordinario no procede de nosotros, sino de Dios. Estamos atribulados por todas partes, pero no abatidos; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no aniquilados. Siempre y a todas partes, llevamos en nuestro cuerpo los sufrimientos de la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo.
Y así aunque vivimos, estamos siempre enfrentando a la muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. De esa manera, la muerte hace su obra en nosotros, y en ustedes, la vida. Pero teniendo ese mismo espíritu de fe, del que dice la Escritura: Creí, y por eso hablé, también nosotros creemos, y por lo tanto, hablamos. Y nosotros sabemos que aquel que resucitó al Señor Jesús nos resucitará con él y nos reunirá a su lado junto con ustedes. Todo esto es por ustedes: para que al abundar la gracia, abunde también el número de los que participan en la acción de gracias para gloria de Dios.
Salmo 126(125),1-2ab.2cd-3.4-5.6
Cuando el Señor cambió la suerte de Sión,
nos parecía que soñábamos:
nuestra boca se llenó de risas
y nuestros labios, de canciones.
Hasta los mismos paganos decían:
“¡El Señor hizo por ellos grandes cosas!”.
¡Grandes cosas hizo el Señor por nosotros
y estamos rebosantes de alegría!
¡Cambia, Señor, nuestra suerte
como los torrentes del Négueb!
Los que siembran entre lágrimas
cosecharán entre canciones.
El sembrador va llorando
cuando esparce la semilla,
pero vuelve cantando
cuando trae las gavillas.
Sermón de san Agustín (354-430) ¿Pueden ustedes beber la copa que yo voy a beber?
“Cristo dio su vida por nosotros, y nosotros también debemos dar la vida por nuestros hermanos”(1 Jn 3,16). Jesús dijo a Pedro: “cuando eras joven, tú mismo te ponías el cinturón e ibas a donde querías. Pero cuando llegues a viejo, abrirás los brazos y otro te amarrará la cintura y te llevará a donde no quieras.» (Jn 21,18)Es la cruz que le estaba prometiendo, es la Pasión. “Ve hasta allí, dice el Señor, apacienta mis ovejas, sufre por mis ovejas.” Así debe ser el buen obispo. Si no es así, no es un obispo.
Escucha este otro testimonio: dos de sus discípulos, los hermanos Juan y Santiago, hijos del Zebedeo, tenían como ambición los primeros lugares a costa de los demás. El Señor les respondió: “no saben lo que están pidiendo”, y agregó: “¿Pueden ustedes beber la copa que yo tengo que beber?” ¿Cuál copa sino la de la Pasión? Y ellos llenos de avaricia por la dignidad, olvidando su propia incompetencia, respondieron inmediatamente: “Podemos”. Jesús les respondió “Ustedes sí beberán mi copa, pero no me corresponde a mí el concederles que se sienten a mi derecha o a mi izquierda. Eso será para quienes el Padre lo haya dispuesto”. De esta manera demostraba su humildad, de hecho todo lo que prepara el Padre es también preparado por el Hijo. Vino a este mundo humilde: el mismo creador fue creado entre nosotros. Él nos hizo, pero fue hecho por nosotros. Dios antes del tiempo, y hombre en el tiempo: liberó al hombre del tiempo. Este gran médico vino a sanar nuestro cáncer, vino a sanar el orgullo mismo por su ejemplo.
Es esto lo que debemos observar y estar atentos en el Señor: miremos la humildad del Señor, bebamos la copa de su humildad, llenémonos de él, contemplémoslo. Es fácil tener pensamientos nobles, fácil gozar de honores, fácil prestar su oído a quienes nos halagan, y a aquellos que nos alaban. Pero cargar con las injurias, soportar con paciencia las humillaciones, orar por aquél que nos ofende (Mt 5,39.44): esa es la copa del Señor, he allí el banquete del Señor.