No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores

No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores

Evangelio según san Lucas 5, 27-32

En aquel tiempo, vio Jesús a un publicano llamado Leví, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: Sígueme. Él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió. Leví ofreció en su honor un gran banquete en su casa, y estaban a la mesa con ellos un gran número de publicanos y otros. Y murmuraban los fariseos y sus escribas diciendo a los discípulos de Jesús: ¿Cómo es que coméis y bebéis con publicanos y pecadores? Jesús les respondió: No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan.

Comentario del Evangelio

Con su gesto Jesús de comer con publicanos y pecadores estaba acogiendo a los excluidos como hermanos de la misma familia de Dios. Tal vez como en ese tiempo se podría reclamar que Leví no cumplía con los requisitos de ingreso. Las personas que seguían a Jesús y convivían con él no eran santas. Eran personas comunes, como nosotros. Tenían sus virtudes y sus defectos. Con este grupo, Jesús dio comienzo a la revolución más grande de la historia. Vale la pena destacar y agradecer la llamada que hizo y que nos sigue haciendo hoy el Señor. Hoy como ayer nos continúa diciendo: “Sígueme”. Hoy nos preguntamos:

¿Cómo respondemos el llamado del Señor?
¿Cuál es mi actitud de respuesta a ese llamado?
¿Cómo responde la sociedad al llamado de Jesús?

Lecturas del día

Libro de Isaías 58,9b-14

Así habla el Señor: Si eliminas de ti todos los yugos, el gesto amenazador y la palabra maligna; si ofreces tu pan al hambriento y sacias al que vive en la penuria, tu luz se alzará en las tinieblas y tu oscuridad será como el mediodía. El Señor te guiará incesantemente, te saciará en los ardores del desierto y llenará tus huesos de vigor; tú serás como un jardín bien regado, como una vertiente de agua, cuyas aguas nunca se agotan.

Reconstruirás las ruinas antiguas, restaurarás los cimientos seculares, y te llamarán “Reparador de brechas”, “Restaurador de moradas en ruinas”. Si dejas de pisotear el sábado, de hacer tus negocios en mi día santo; si llamas al sábado “Delicioso” y al día santo del Señor “Honorable”; si lo honras absteniéndote de traficar, de entregarte a tus negocios y de hablar ociosamente, entonces te deleitarás en el Señor; yo te haré cabalgar sobre las alturas del país y te alimentaré con la herencia de tu padre Jacob, porque ha hablado la boca del Señor.

Salmo 86(85),1-2.3-4.5-6

Inclina tu oído, Señor, respóndeme,
porque soy pobre y miserable;
protégeme, porque soy uno de tus fieles,
salva a tu servidor que en ti confía.

Tú eres mi Dios: ten piedad de mí, Señor,
porque te invoco todo el día;
reconforta el ánimo de tu servidor,
porque a ti, Señor, elevo mi alma.

Tú, Señor, eres bueno e indulgente,
rico en misericordia con aquellos que te invocan:
¡atiende, Señor, a mi plegaria,
escucha la voz de mi súplica!

Carta de santa Teresa de Calcuta (1910-1997) Llamados a ser santos

¿Cuál es la voluntad de Dios acerca de nosotros? ¡Que seamos santos! La santidad es el don más grande que Dios nos puede dar porque nos ha creado para este fin. Someterse a aquel o a aquella que se ama es más que un deber: es el secreto mismo de la santidad.

Como recuerda san Francisco, cada uno de nosotros somos lo que somos ante Dios, nada más, nada menos. Todos somos llamados a ser santos. No hay nada de extraordinario en esta vocación. Todos hemos sido creados a imagen de Dios para amar y ser amados. Jesús desea nuestra santidad con un ardor inefable: “Porque ésta es la voluntad de Dios: que viváis como consagrados a él”(1Tes 4,3). Su divino corazón desborda de un deseo insaciable de vernos progresar en la santidad.

Debemos renovar cada día nuestra decisión de avanzar en el fervor como si se tratara del primer día de nuestra conversión, diciendo: “Ayúdame, Señor, Dios mío, en mis buenos propósitos en tu servicio, y dame la gracia de comenzar hoy mismo, porque lo que he hecho hasta ahora no ha sido nada.” No podemos renovarnos interiormente si no tenemos la humildad de reconocer aquello en nosotros que necesita ser renovado.

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