Evangelio según san Marcos 2,13-17
En aquel tiempo, Jesús salió de nuevo a la orilla del mar; toda la gente acudía a él y les enseñaba. Al pasar vio a Leví, el de Alfeo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dice: «Sígueme». Se levantó y lo siguió. Sucedió que, mientras estaba él sentado a la mesa en casa de Leví, muchos publicanos y pecadores se sentaban con Jesús y sus discípulos, pues eran muchos los que lo seguían. Los escribas de los fariseos, al ver que comía con pecadores y publicanos, decían a sus discípulos: «¿Por qué come con publicanos y pecadores?» Jesús lo oyó y les dijo:
«No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores».
Comentario del Evangelio
Jesús va delante, nos precede, abre el camino y nos invita a seguirlo. Nos invita a ir lentamente superando nuestras nuestras resistencias al cambio de los demás e incluso de nosotros mismos. Nos desafía día a día con una pregunta: ¿Crees? ¿Crees que es posible que el hijo de un carpintero sea el Hijo de Dios? Su mirada transforma nuestras miradas, su corazón transforma nuestro corazón. Dios es Padre que busca la salvación de todos sus hijos. Dejémonos mirar por el Señor en la oración, en la Eucaristía, en la Confesión, en nuestros hermanos. Aprendamos a mirar como Él nos mira. Es una llamada personal e intransferible que hace a cada uno de nosotros y por ello dice: “Sígueme”. Ahí está el contenido de la llamada: seguir sus huellas, caminar sus caminos… hacer lo que Él hace, decir como Él dice, sanar como Él sana, anunciar como Él anuncia… amar como Él ama… y todo esto en movimiento, porque no será lo mismo hacerlo en Cafarnaún que en Jerusalén… en el siglo I que en el XXI…Hoy nos preguntamos:
¿A qué me ha llamado el Señor?
¿Cómo le he ido respondiendo en mi vida?
¿Realmente escucho el llamado que me hace el Señor?
Lecturas del día
Lectura de la carta a los Hebreos 4,12-16
Hermanos: La palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo; penetra hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos; juzga los deseos e intenciones del corazón. Nada se le oculta; todo está patente y descubierto a los ojos de aquel a quien hemos de rendir cuentas. Así pues, ya que tenemos un sumo sacerdote grande que ha atravesado el cielo, Jesús, Hijo de Dios, mantengamos firme la confesión de fe.
No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo, como nosotros, menos en el pecado. Por eso, comparezcamos confiados ante el trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia para un auxilio oportuno.
Sal 18.8.9.10.15
Tus palabras, Señor, son espíritu y vida
La ley del Señor es perfecta
y es descanso del alma;
el precepto del Señor es fiel
e instruye a los ignorantes.
Los mandatos del Señor son rectos
y alegran el corazón;
la norma del Señor es límpida
y da luz a los ojos.
El temor del Señor es puro
y eternamente estable;
los mandamientos del Señor son verdaderos
y enteramente justos.
Que te agraden las palabras de mi boca,
y llegue a tu presencia el meditar de mi corazón,
Señor, Roca mía, Redentor mío.
Reflexión de las lecturas de hoy La palabra de Dios es viva y eficaz
Llegamos al final de esta primera semana del tiempo ordinario, resonando en nuestros oídos la voz del Padre al tiempo del bautismo de Jesús en el Jordán: “Este es mi hijo muy amado, el predilecto.” Era la solemne presentación de Jesús ante Israel. Comenzamos ahora, durante el tiempo ordinario, a profundizar en las enseñanzas que él nos va proponiendo cada día.
La carta a los Hebreos, alienta a los convertidos del judaísmo a considerar quién es éste al cual se han adherido por la fe. La primera afirmación se centra en torno a la palabra de Dios. Es “viva y eficaz.” Por lo tanto, no es una palabra cualquiera. Si a los padres Dios les ha hablado de muchas maneras por medio de los profetas, ahora lo ha hecho por medio de su mismo Hijo, la Palabra que estaba junto a Dios, que era Dios y por medio de la cual se ha hecho todo lo que existe. Por eso se dice que es viva. Juan dirá en el prólogo de su evangelio: en esta palabra había vida y la vida era la luz que alumbra a todo hombre, por eso es eficaz. Penetra profundamente llegando a la intimidad misma del ser humano. Esta penetración lo ilumina todo dejando al descubierto la realidad de cada uno. El objetivo no es avergonzar, sino sanar pensamientos, afectos y actuaciones. Allí alcanza la mirada misericordiosa de Dios, al que solamente mueve el amor y por amor levanta al ser humano.
Y frente a los recuerdos nostálgicos del culto de la antigua alianza, pone de relieve el sacerdocio de Cristo, nuevo y definitivo; superior en todo al conferido a Aarón. La firmeza de la confesión de fe procede de la excelencia de aquél, que por ser Hijo de Dios, ha penetrado en el Santuario de una vez para siempre y por el cual se ha derramado la misericordia de Dios y comunicado el auxilio necesario para vivir en su seguimiento.
Tus palabras, Señor, son espíritu y vida
La antífona del salmo, que repetimos, recoge como una síntesis, lo que hemos escuchado en la carta a los Hebreos y lo que a continuación nos dirá Jesús, mientras come en casa de Leví: “No necesitan médico los sanos sino los enfermos.” Y esto lleva a recapacitar sobre el verdadero alcance de la antífona “Tus palabras, Señor, son espíritu y vida.” Y cuando el espíritu de la ley se pierde, se pierde también el sentido de la vida. Es lo que ponen de manifiesto los escribas de los fariseos. Ceñidos a la letra de la ley y poniendo la razón de su existencia en la letra, dejaron de lado el espíritu, por lo mismo no alcanzan a ver lo que está ocurriendo ante sus ojos. Un pietismo que no hunde sus raíces en el amor de Dios. La consecuencia es el rigorismo estéril, que ni ayuda a crecer a la persona, ni permite el crecimiento de los otros.
¿Por qué come con publicanos y pecadores?
Jesús llama a Levi, que estaba centrado en su ocupación, la cobranza de los impuestos, invitándolo a seguirle. Irse con él es aceptar la transformación que ocurre en quien responde con un sí. Ha escuchado y se aventura con él. Un encuentro y comunión integrador. Incorporado al grupo en torno a la mesa, muchos publicanos y pecadores se sientan con ellos a la misma mesa. Lo que Jesús ha hecho se convierte en norma. Es el espíritu de la ley. Los pequeños, los marginados, los señalados como pecadores, entienden el alcance de lo que Jesús realiza y se abren a la experiencia de esta Palabra que comunica el Espíritu y da vida.
San Juan en el prólogo de su evangelio indicará la necesidad de pasar de la ley dada por medio de Moisés, a la “gracia y la verdad” que han sido dadas por medio de Jesucristo. Esto es lo que se escapa a la mirada de los apegados a la letra de la ley. Una comprensión petrificada de la ley, que no es capaz ya de dinamizar al que la cumple yendo más allá de los enunciados.
Bajo la guía del Espíritu se va comprendiendo la profunda regeneración del ser humano al entrar en comunión con Jesucristo, la Palabra eterna salida de la boca del Padre. Y la comprensión no se queda solamente en la racionalidad, sino que penetra en la existencia misma, para generar un modo de pensar, sentir y actuar en todo conforme con Jesucristo.
No necesitan del médico los sanos, sino los enfermos
Y frente a la incomprensión de los seguidores de la ley, la respuesta de Jesús clarifica la misma ley. Pues la cercanía de Dios busca la sanación del ser humano, sin hacer distinciones y, desde luego, rechazando el rigorismo y la falta de misericordia. Sale al paso de una falsa espiritualidad, que nada tiene que ver con lo repetido en la antífona del salmo: “Tus palabras, Señor, son espíritu y vida.”
Cabe preguntarse, por tanto, ¿cómo ilumina nuestra realidad esta palabra que hoy se nos ofrece? ¿Cómo reaccionamos ante las actuaciones de Dios en nuestros días y en nuestra vida?