Evangelio según San Mateo 5,17-19
Jesús dijo a sus discípulos: No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Les aseguro que no desaparecerá ni una i ni una coma de la Ley, antes que desaparezcan el cielo y la tierra, hasta que todo se realice. El que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los otros a hacer lo mismo, será considerado el menor en el Reino de los Cielos. En cambio, el que los cumpla y enseñe, será considerado grande en el Reino de los Cielos.
Comentario del Evangelio
Nosotros no abandonamos el Antiguo Testamento. Hay ritos que ya no practicamos porque Jesús los simplificó, pero las enseñanzas esenciales perduran. Jesús no anula las exigencias centrales de la antigua Ley, como no mentir, no hacer daño a los demás, ser honestos. Nos invita a vivirlas a fondo. Así, matar a otro no es sólo quitarle la vida, sino cualquier forma de violencia. Lo que Dios nos pide debe ser cumplido con delicadeza y amor. Jesús no sólo espera docilidad ante la Ley de Dios, sino que también la enseñemos, que nos identifiquemos con ella y la transmitamos a otros. Quien lo haga “será considerado grande en el reino de los cielos”. Contemplemos la vida de Jesús para saber lo que significa ser fieles a la Ley de Dios.
Lecturas del día
Deuteronomio 4,1.5-9
Moisés habló al pueblo, diciendo: Y ahora, Israel, escucha los preceptos y las leyes que yo les enseño para que las pongan en práctica. Así ustedes vivirán y entrarán a tomar posesión de la tierra que les da el Señor, el Dios de sus padres. Tengan bien presente que ha sido el Señor, mi Dios, el que me ordenó enseñarles los preceptos y las leyes que ustedes deberán cumplir en la tierra de la que van a tomar posesión. Obsérvenlos y pónganlos en práctica, porque así serán sabios y prudentes a los ojos de los pueblos, que al oír todas estas leyes, dirán: ¡Realmente es un pueblo sabio y prudente esta gran nación! ¿Existe acaso una nación tan grande que tenga sus dioses cerca de ella, como el Señor, nuestro Dios, está cerca de nosotros siempre que lo invocamos? ¿Y qué gran nación tiene preceptos y costumbres tan justas como esta Ley que hoy promulgo en presencia de ustedes? Pero presta atención y ten cuidado, para no olvidar las cosas que has visto con tus propios ojos, ni dejar que se aparten de tu corazón un sólo instante. Enséñalas a tus hijos y a tus nietos.
Salmo 147,12-13.15-16.19-20
¡Glorifica al Señor, Jerusalén,
alaba a tu Dios, Sión!
El reforzó los cerrojos de tus puertas
y bendijo a tus hijos dentro de ti.
Envía su mensaje a la tierra,
su palabra corre velozmente;
reparte la nieve como lana
y esparce la escarcha como ceniza.
Revela su palabra a Jacob,
sus preceptos y mandatos a Israel:
a ningún otro pueblo trató así
ni le dio a conocer sus mandamientos.
Comentario del Evangelio por San Hilario (c. 315-367) Cristo es el cumplimiento de las Escrituras
«No he venido a abolir, sino a dar plenitud». La fuerza y el poder de estas palabras del Hijo de Dios encierran un profundo misterio. En efecto, la Ley prescribía unas obras, pero ésta orientaba todas estas obras hacia la fe en las realidades que Cristo manifestaría, porque la enseñanza y la Pasión del Salvador nos revelan el designio grande y misterioso de la voluntad del Padre. La Ley, bajo el velo de las palabras inspiradas, anunció el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo, su encarnación, su Pasión, su resurrección; tanto los profetas como los apóstoles nos han enseñado repetidas veces que, desde toda la eternidad, estaba dispuesto que todo el misterio de Cristo sería revelado en nuestro tiempo…
Cristo no quiso que pensáramos que sus mismas obras contenían otra cosa que no fueran las prescripciones de la Ley. Por eso él mismo afirmó: «No he venido a abolir, sino a dar plenitud». El cielo y la tierra… deben desaparecer, pero no desaparecerá ni el más mínimo mandamiento de la Ley porque en Cristo toda la Ley y los profetas encuentran su fin y plenitud. Él mismo en el momento de la Pasión declaró: «Todo se ha cumplido» (Jn 19,30). En aquel momento se confirmaron todas las palabras de los profetas.
Por eso Cristo afirma que ni tan sólo el más pequeño de los mandamientos de Dios puede ser abolido sin ofender a Dios… Nada puede ser más humilde que la cosa más pequeña. Y la más humilde de todas ha sido la Pasión del Señor y su muerte en cruz.