No es voluntad de nuestro Padre que está en el cielo que se pierda uno de nosotros

No es voluntad de nuestro Padre que está en el cielo que se pierda uno de nosotros

Evangelio según san Mateo 18, 12-14

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«¿Qué os parece? Suponed que un hombre tiene cien ovejas: si una se le pierde, ¿no deja las noventa y nueve en el monte y va en busca de la perdida? Y si la encuentra, en verdad os digo que se alegra más por ella que por las noventa y nueve que no se habían extraviado. Igualmente, no es voluntad de vuestro Padre que está en el cielo que se pierda ni uno de estos pequeños».

Comentario

Consolad, consolad a mi pueblo

En este tiempo de expectación, cuando somos convocados para renovar y acrecentar nuestra esperanza, resuena por boca de Isaías el mandato del Dios de Israel: “Consolad, consolad a mi pueblo…”. No se trata de mirar hacia el nacimiento del Salvador, como quien celebra un cumpleaños, pues no cuadra la imagen con la realidad del misterio que se contempla. Se trata de caer en la cuenta de cómo se ha de disponer cada uno y ha de colaborar en la renovación de la humanidad y del orden social, desde el proceso renovador de la Iglesia misma.

Escuchamos que una voz grita: “En el desierto preparadle un camino al Señor.” No consiste en disponer el camino como a nosotros nos parece que debiera ser, sino de entender que hay que partir de una experiencia fundante: la liberación de la esclavitud y la estancia en el desierto, mediante la cual, Dios mismo acompañó a su pueblo. Y esto hay que aplicarlo a la situación actual de la Iglesia y de la Humanidad. Es en el corazón de la Iglesia y de la Humanidad donde hay que rectificar actitudes y criterios, clarificación de principios que devuelvan la esperanza al ser humano. A él se dirige la palabra de consuelo que abre un horizonte nuevo y verán todos juntos la gloria del Señor.

Dice una voz: «Grita». Respondo: «¿Qué debo gritar?». Con estas palabras, el profeta fija la disposición en la que hay que permanecer. Escuchar lo que se nos pide. Alzar la voz, decir alto y claro, lo que constituirá el consuelo de nuestro Dios: “Toda carne es hierba, se marchita la flor, cuando el aliento del Señor sopla sobre ellos; sí, la hierba es el pueblo; se agosta la hierba, se marchita la flor, pero la palabra de nuestro Dios permanece por siempre”. No se trata de ocultar la realidad, ni personal ni comunitaria. Es necesario reconocer nuestra pequeñez y finitud como criaturas. Lo que Dios ofrece como salvación, hace consistente a ser humano y en esa consistencia permanece, en la medida en que permanece en Dios y Dios en él.

Dios camina junto a la humanidad por el creada, camina, protege y cuida. Y siempre estas intervenciones de Dios se hacen de forma mediada. Por eso se nos pide, como heraldos, hablar desde lo alto, es decir, acogiendo la palabra que se debe comunicar, el contenido del mensaje que se ha de trasmitir.

Aquí está nuestro Dios, que llega con poder

Junto a la debilidad e incapacidad humana aparece la fortaleza y el poder del Señor que nos envía. Habiendo asumido la debilidad en ella misma se hace presente la fortaleza y cuando somos conscientes de ello, nos abrimos a la actuación del Señor que, obrando a través de la debilidad, hace que se manifieste la fortaleza de Dios.

No se llega con prepotencia y dominio al corazón del otro, de la humanidad misma, sino siguiendo la vía del abajamiento se podrá, unidos con el Señor, levantar a quien está caído e invitar al que está alzado a abajarse. Así como el Señor, se rebajó para levantar lo que estaba derrumbado.

Es voluntad de vuestro Padre que está en el cielo que no se pierda ninguno de estos pequeños
Los discípulos, la misma Iglesia, debe enterarse y asumir esta afirmación de Jesús. Manteniéndose como discípulos, permitir al Espíritu que nos recuerde las palabras y actuaciones de Jesús. Salir hacia los alejados sin reproches, convencidos de que lo realmente importante es encontrar al alejado y acompañarlo en su vuelta a Jesús. Importa mucho el objetivo que se persigue, que no puede ser otro que llevar a todos a encontrarse con el Señor.

Alegrarse, con la alegría del Señor, cuando retornan a la comunión, sin que reciban, por parte de los que acogen, ni gestos ni palabras que cuestionen su retorno, sino que perciban un corazón agradecido a la bondad y misericordia del Señor, que abre sus brazos a todos. Porque si algo hay claro en el evangelio de Jesucristo es: “no es voluntad de vuestro Padre que está en el cielo que se pierda ni uno de estos pequeños”.

Esta palabra, que ilumina la vida del discípulo, al mismo tiempo le abre para asumir la integridad de la misión. Enviados para colaborar, con todos los de corazón sincero, de modo que se haga realidad en el hoy de la humanidad, la salvación que trae nuestro Dios. Y será la vida del discípulo la que ponga a la vista de todos, el deseo de Dios, su voluntad, de que todos se salven; que todos sean consolados y alentados en el retorno al que los ha amado sin condiciones, en pura gratuidad. Hoy nos preguntamos:

¿Qué palabra ofrezco yo?

¿Me siento enviado a consolar a todos y a alentar a todos a vivir un encuentro especial con el Señor?

¿Vivo para salvarme en la eternidad?

Lecturas del día

Lectura del libro de Isaías 40, 1-11

«Consolad, consolad a mi pueblo —dice vuestro Dios—; hablad al corazón de Jerusalén, gritadle, que se ha cumplido su servicio, y está pagado su crimen, pues de la mano del Señor ha recibido doble paga por sus pecados». Una voz grita:

«En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios;
que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale. Se revelará la gloria del Señor, y verán todos juntos —ha hablado la boca del Señor—».

Dice una voz: «Grita».

Respondo: «¿Qué debo gritar?».

«Toda carne es hierba y su belleza como flor campestre: se agosta la hierba, se marchita la flor, cuando el aliento del Señor sopla sobre ellos; sí, la hierba es el pueblo; se agosta la hierba, se marchita la flor, pero la palabra de nuestro Dios permanece por siempre».

Súbete a un monte elevado, heraldo de Sión; alza fuerte la voz, heraldo de Jerusalén; álzala, no temas, di a las ciudades de Judá:

«Aquí está vuestro Dios. Mirad, el Señor Dios llega con poder y con su brazo manda. Mirad, viene con él su salario y su recompensa lo precede. Como un pastor que apacienta el rebaño, reúne con su brazo los corderos y los lleva sobre el pecho; cuida él mismo a las ovejas que crían».

Salmo 95, 1-2. 3 y 10ac. 11-12. 13-14

R/. Aquí está nuestro Dios, que llega con poder

Cantad al Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor, toda la tierra;
cantad al Señor, bendecid su nombre,
proclamad día tras día su victoria. R/.

Contad a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones.
Decid a los pueblos: «El Señor es rey,
él gobierna a los pueblos rectamente». R/.

Alégrese el cielo, goce la tierra,
retumbe el mar y cuanto lo llena;
vitoreen los campos y cuanto hay en ellos,
aclamen los árboles del bosque. R/.

Delante del Señor, que ya llega,
ya llega a regir la tierra:
regirá el orbe con justicia
y los pueblos con fidelidad. R/.

 

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