Lectura del santo evangelio según san Mateo 5, 17-19
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. En verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley.
El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos».
Reflexión del Evangelio de hoy
¿Hasta cuándo vais a estar cojeando sobre dos muletas? El modo un tanto teatral de este episodio en el monte Carmelo, el lenguaje y hasta la violencia en nombre de la religión de la primera lectura tienen el peligro de hacernos desconectar como si se tratara de una mera narración histórica y cultural; como si no fuera también Palabra de Dios para nosotros en este día del siglo XXI. Y sin embargo, con la misma fuerza las palabras del profeta Elías se dirigen hoy a cada uno de nosotros: ¿Hasta cuándo vais a estar cojeando sobre dos muletas? Como si dijera: Profesáis la fe en Dios, os decís cristianos y vivís con los criterios del mundo: ¿Hasta cuándo vas a seguir adorando a dos señores?
La prueba de que el Señor es Dios para nosotros ya no es el fuego que consume los sacrificios. La prueba de que el Señor es Dios la hemos visto en nuestras vidas. Nuestra historia está plagada de evidencias de su Misericordia y Providencia que nos hicieron exclamar: ¡El Señor es Dios! Del mismo modo que también hemos experimentado en multitud de ocasiones la vacuidad de los dioses de este mundo a los que hemos adorado sin que lograran hacernos felices.
El profeta nos invita a la autenticidad y no tenemos excusa. “No se puede estar en misa y repicando”, dice la sabiduría popular. No se puede ser católico y mundano. No tiene sentido identificarse con Cristo Crucificado y adorar la sabiduría del mundo, el dinero, el poder, la comodidad, el aburguesamiento, las apariencias. No hay nada más dañino para el testimonio que estamos llamados a dar que la doblez de vida. ¿Hasta cuándo?
Por su parte, Jesús nos advierte de una mala interpretación del mandamiento del amor, como si de una rebaja de la ley se tratara. El amor verdadero y auténtico no ignora las leyes, las costumbres, las normas, lo establecido, sino que lo trasciende. El amor al que estamos llamados no es una disculpa para ignorar la letra: No he venido a abolir, dice. Sino que es aquel que logra captar y vivir el espíritu que da sentido al mandamiento: he venido a dar plenitud.
A san Agustín le debemos aquello de: “Ama y haz lo que quieras”. Y no podemos acusarle de usarlo como excusa para hacer lo que le diera la gana y vivir sin someterse a ley alguna. No es un eslogan fácil y simplón. Porque, de hecho, el amor de Cristo es el mismo que en la Cruz exclama: Todo está cumplido. Y es que el que ama de verdad vive una exigencia mayor que cualquier moralismo, como dice nuestro hermano dominico Adrien Candiard: «He aquí por qué, en la fe cristiana, no hay vida moral sin vida espiritual. Porque es la amistad con Cristo, es la presencia de Dios en nosotros lo que puede a la vez iluminarnos sobre lo que es bueno, darnos ganas de cumplirlo y liberarnos pacientemente de todo lo que nos inmoviliza. (…) Así pues, la cuestión ya no es saber si hemos cumplido esto o lo otro sino entregarnos totalmente en esta amistad que Dios nos ofrece. (…) Esta moral que se fundamenta en la vida espiritual, esta moral que se enraíza en la amistad con Cristo, no es menos exigente que la que no pide más que nuestra obediencia a las reglas. Es más exigente aún, porque no espera de nosotros solamente tal gesto, el sacrificio de un placer o de una media hora: pide nuestro ser entero».
Lecturas del día
Lectura del primer libro de los Reyes 18, 20-39
En aquellos días, el rey Ajab dio una orden entre todos los hijos de Israel y reunió a los profetas de Baal en el monte Carmelo.
Elías se acercó a todo el pueblo y dijo:
«¿Hasta cuándo vais a estar cojeando sobre dos muletas? Si el Señor es Dios, seguidlo; silo es Baal, seguid a Baal».
El pueblo no respondió palabra. Elías continuó:
«Quedo yo solo como profeta del Señor, mientras que son cuatrocientos cincuenta los profetas de Baal. Que nos den dos novillos; que ellos elijan uno, lo descuarticen y lo coloquen sobre la leña, pero sin encender el fuego. Yo prepararé el otro novillo y lo pondré sobre la leña, también sin encender el fuego. Vosotros clamaréis invocando el nombre de vuestro dios y yo clamaré invocando el nombre del Señor. Y el dios que responda por el fuego, ese es Dios».
Todo el pueblo acató: «¡Está bien lo que propones!». Elías se dirigió a los profetas de Baal:
«Elegid un novillo y preparadlo vosotros primero, pues sois más numerosos. Clamad invocando el nombre de vuestro dios, pero no pongáis fuego».
Tomaron el novillo que les dieron, lo prepararon y estuvieron invocando el nombre de Baal desde la mañana hasta el mediodía, diciendo:
«¡Baal, respóndenos!». Mas, no hubo voz ni respuesta. Brincaban en torno al altar que habían hecho.
A mediodía, Elías se puso a burlarse de ellos:
«Gritad con voz más fuerte, porque él es dios, pero tendrá algún negocio, le habrá ocurrido algo, estará de camino; tal vez esté dormido y despertará!». Entonces gritaron con voz más fuerte, haciéndose incisiones con cuchillos y lancetas hasta chorrear sangre por sus cuerpos según su costumbre. Pasado el mediodía, entraron en trance hasta la hora de presentar las ofrendas, pero no hubo voz, no hubo quien escuchara ni quien respondiese. Elías dijo a todo el pueblo:
«Acercaos a mí», y todo el pueblo se acercó a él. Entonces se puso a restaurar el altar del Señor, que había sido demolido. Tomó Elías doce piedras según el número de tribus de los hijos de Jacob, al que se había dirigido esta palabra del Señor:
«Tu nombre será Israel».
Erigió con las piedras un altar al nombre del Señor e hizo alrededor una zanja de una capacidad de un par de arrobas de semilla. Luego dispuso leña, descuartizó el novillo y lo colocó encima.
«Llenad de agua cuatro tinajas y derramadla sobre el holocausto y sobre la leña», ordenó y así lo hicieron. Pidió:
«Hacedlo por segunda vez»; y por segunda vez lo hicieron.
«Hacedlo por tercera vez» y una tercera vez lo hicieron.
Corrió el agua alrededor del altar, e incluso la zanja se llenó a rebosar. A la hora de la ofrenda, el profeta Elías se acercó y comenzó a decir:
«Señor, Dios de Abrahán, de Isaac y de Israel, que se reconozca hoy que tú eres Dios en Israel, que yo soy tu servidor y que por orden tuya he obrado todas estas cosas. Respóndeme, Señor, respóndeme, para que este pueblo sepa que tú, Señor, eres Dios y que has convertido sus corazones».
Cayó el fuego del Señor que devoró el holocausto y la leña, lamiendo el agua de las zanjas. Todo el pueblo lo vio y cayeron rostro en tierra, exclamando:
«¡El Señor es Dios. El Señor es Dios!».
Salmo 15, 1b-2a. 4. 5 y 8. 11
R/. Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti.
Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti.
Yo digo al Señor: «Tú eres mi Dios». R/.
Se multiplican las desgracias
de quienes van tras dioses extraños;
yo no derramaré sus libaciones con mis manos,
ni tomaré sus nombres en mis labios. R/.
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa,
mi suerte está en tu mano.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré. R/.
Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha. R/.