Ninguno de los otros nueve leprosos volvió a dar gracias a Dios sino este extranjero

Ninguno de los otros nueve leprosos volvió a dar gracias a Dios sino este extranjero

Evangelio según San Lucas 17,11-19

Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba a través de Samaría y Galilea. Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia y empezaron a gritarle: “¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!”. Al verlos, Jesús les dijo: “Vayan a presentarse a los sacerdotes”. Y en el camino quedaron purificados. Uno de ellos, al comprobar que estaba curado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano. Jesús le dijo entonces:

“¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?”. Y agregó: “Levántate y vete, tu fe te ha salvado”.

Comentario del Evangelio

“Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros”. Etimológicamente, compasión significa “sufrir con el otro”. Es una forma de quitar al dolor la soledad que genera diciendo a quien nos acercamos: “No estás sólo porque reconozco tu sufrimiento y tomo tu dolor como mío”. El dolor encierra a quien lo padece en un aislamiento que puede alcanzar proporciones enormes. La compasión es esa peculiar forma de relación que se traduce en escucha, sintonía, responsabilidad por la vida del otro, en gestos solidarios que le abren a la esperanza. En la compasión se suspende el juicio sobre la vulnerabilidad del otro. Se construye como un “sentir-con” ofrecido al otro tal como es, aquí y ahora. No importa si es un samaritano o un extranjero. Jesús es el maestro de la compasión.

Lecturas del dia

Carta de San Pablo a Tito 3,1-7

Querido hermano: Recuerda a todos que respeten a los gobernantes y a las autoridades, que les obedezcan y estén siempre dispuestos para cualquier obra buena. Que no injurien a nadie y sean amantes de la paz, que sean benévolos y demuestren una gran humildad con todos los hombres. Porque también nosotros antes éramos insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos de los malos deseos y de toda clase de placeres, y vivíamos en la maldad y la envidia, siendo objeto de odio y odiándonos los unos a los otros.

Pero cuando se manifestó la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor a los hombres, no por las obras de justicia que habíamos realizado, sino solamente por su misericordia, él nos salvó, haciéndonos renacer por el bautismo y renovándonos por el Espíritu Santo. Y derramó abundantemente ese Espíritu sobre nosotros por medio de Jesucristo, nuestro Salvador, a fin de que, justificados por su gracia, seamos en esperanza herederos de la Vida eterna.

Salmo 23(22),1-3a.3b-4.5.6

El Señor es mi pastor,
nada me puede faltar.
El me hace descansar en verdes praderas,
me conduce a las aguas tranquilas
y repara mis fuerzas.

Me guía por el recto sendero, por amor de su Nombre.
Aunque cruce por oscuras quebradas, no temeré ningún mal,
porque Tú estás conmigo:
tu vara y tu bastón me infunden confianza.

Tú preparas ante mí una mesa,
frente a mis enemigos;
unges con óleo mi cabeza
y mi copa rebosa.

Tu bondad y tu gracia me acompañan
a lo largo de mi vida;
y habitaré en la Casa del Señor,
por muy largo tiempo.

Enseñanza de san Alfonso María de Ligorio (1696-1787)  De qué conversar con Dios?    ¡Pongan en Dios su alegría!

Ciertas almas recurren a Dios en la aflicción. Pero en la prosperidad, lo olvidan y abandonan. Es demasiada infidelidad e ingratitud. No actúen así.

Cuando reciben una noticia agradable, utilícenla con Dios como con un amigo fiel que se interesa en su felicidad. Rápido, háganlo parte de su alegría, reconozcan que es un don de su mano, alábenlo, agradézcanle. Que lo mejor para ustedes en esta alegría sea encontrar el agrado de Dios. Es así que encontrarán en Dios toda su alegría, todo su consuelo: “Cantaré al Señor porque me ha favorecido” (Sal 13 (12),6).

Hablen así a Jesús: “Lo bendigo, siempre lo bendeciré. ¡Me otorga tantas gracias! No son gracias que merezco, yo, que tanto lo ofendí”. Con la Esposa santa díganle: “Los frutos nuevos y los añejos, Amado mío, los he guardado para ti” (Cant 7,14). Esos frutos son sus favores, que le agradezco. Guardo el recuerdo de frutos añejos y nuevos, para darle gloria eternamente”.

 

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