Mi reino no es de este mundo

Mi reino no es de este mundo

Evangelio según San Juan 18,33b-37

En aquel tiempo Pilato volvió a entrar en el palacio, llamó a Jesús y le preguntó: ¿Eres tú el Rey de los judíos? Jesús le dijo: ¿Eso lo preguntas tú de tu propia cuenta o porque otros te lo han dicho de mí? Le contestó Pilato: ¿Acaso yo soy judío? Los de tu nación y los jefes de los sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho? Jesús le contestó: Mi reino no es de este mundo. Si lo fuese, mis servidores habrían luchado para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi reino no es de aquí. Le preguntó entonces Pilato: ¿Así que tú eres rey? Jesús le contestó: Tú lo has dicho: soy rey. Yo nací y vine al mundo para decir lo que es la verdad. Y todos los que pertenecen a la verdad, me escuchan.

Comentario del  Evangelio 

La estrategia de los perseguidores de Jesús era presentarlo como un peligro para el emperador, como un guerrillero. Así exasperaban al Imperio. Jesús realmente se declaró rey, pero no de este mundo. No gobierna con armas ni con estrategias políticas, sino con una fuerza de otro nivel. Es rey de un Reino invisible que lucha por derribar las fuerzas del mal que corroen nuestra sociedad. En ese sentido, era verdad que Jesús era peligroso, porque estaba minando las bases de un orden injusto. Estamos llamados a aceptar el señorío de Jesús para no darle el trono de nuestras vidas al poder, a la ambición desmedida, a la apariencia social. Aceptemos ser parte de otro Reino, para que en esta tierra sean posibles la alegría, la esperanza, la paz y la justicia.  Señor Jesús, reina en mi vida y en esta sociedad. Ven a cambiar la tierra con tu luz.

Lecturas del día

Libro de Daniel 7,13-14

Yo estaba mirando, en las visiones nocturnas, y vi que venía sobre las nubes del cielo como un Hijo de hombre; él avanzó hacia el Anciano y lo hicieron acercar hasta él. Y le fue dado el dominio, la gloria y el reino y lo sirvieron todos los pueblos, naciones y lenguas. Su dominio es un dominio eterno que no pasará, y su reino no será destruido.

Salmo 93(92),1ab.1c-2.5

¡Reina el Señor, revestido de majestad!
El Señor se ha revestido,
se ha ceñido de poder.
Tu trono está firme desde siempre,

tú existes desde la eternidad.
Tus testimonios, Señor, son dignos de fe,
la santidad embellece tu Casa
a lo largo de los tiempos.

Apocalipsis 1,5-8

y de Jesucristo, el Testigo fiel, el Primero que resucitó de entre los muertos, el Rey de los reyes de la tierra. El nos amó y nos purificó de nuestros pecados, por medio de su sangre, e hizo de nosotros un Reino sacerdotal para Dios, su Padre. ¡A él sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos! Amén. El vendrá entre las nubes y todos lo verán, aún aquellos que lo habían traspasado. Por él se golpearán el pecho todas las razas de la tierra. Sí, así será. Amén.Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Señor Dios, el que es, el que era y el que vendrá, el Todopoderoso.

Orígenes (c. 185-253)  teólogo    Venga tu reino  

No pueden coexistir el reino de Dios y el reino del pecado. Por consiguiente, si queremos que Dios reine en nosotros, procuremos que de ningún modo «el pecado siga dominando nuestro cuerpo mortal» antes bien, mortifiquemos «todo lo terreno que hay en nosotros» y fructifiquemos por el Espíritu; de este modo, Dios se paseará por nuestro interior como por un paraíso espiritual y reinará en nosotros él solo con su Cristo, el cual se sentará en nosotros a la derecha de aquella virtud espiritual que deseamos alcanzar: se sentará hasta que todos sus enemigos que hay en nosotros sean puestos «por estrado de sus pies», y sean reducidos a la nada en nosotros todos «los principados, todos los poderes y todas las fuerzas».

Todo esto puede realizarse en cada uno de nosotros, y «el último enemigo, la muerte», puede ser reducido a la nada, de modo que Cristo diga también en nosotros: «¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?» Ya desde ahora este nuestro ser «corruptible», debe revestirse de santidad y de «incorrupción», y este nuestro ser, «mortal», debe revestirse de la «inmortalidad» del Padre, después de haber reducido a la nada el poder de la muerte, para que así, reinando Dios sobre nosotros, comencemos ya a disfrutar de los bienes del nuevo nacimiento y de la resurrección.

(Referencias bíblicas: : Rm 6,12; Col 3,5; Gn 3,8; Mt 26,64; Ps 110,1; 1Co 15,24.26.55.53)

 

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