Marta Marta estás preocupada e inquieta por muchas cosas

Marta Marta estás preocupada e inquieta por muchas cosas

Evangelio según San Lucas 10,38-42

Seguían ellos su camino. Jesús entró en una aldea, donde una mujer llamada Marta le recibió en su casa. Marta tenía una hermana llamada María, la cual, sentada a los pies de Jesús, escuchaba sus palabras. Pero Marta, atareada con sus muchos quehaceres, se acercó a Jesús y le dijo: Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude. Jesús le contestó: Marta, Marta, estás preocupada e inquieta por muchas cosas; sin embargo, solo una es necesaria. María ha escogido la mejor parte, y nadie se la quitará.

Comentario  del Evangelio

Este texto no es una enseñanza sobre la oración, sino sobre la verdadera hospitalidad. Jesús era un peregrino que llegaba a la casa. María hizo lo más importante que hay que hacer ante un peregrino: prestarle atención, darle tiempo, estar con él serenamente. Marta, en cambio, con buena intención, estaba preocupada por servir a Jesús haciendo muchas cosas. Entonces Jesús intentó hacerle ver que Él prefería un momento de buena compañía, como diciendo: “Marta, yo no necesito tantas cosas, ven a estar conmigo”. Sin embargo, esto vale también para medir la calidad de nuestra oración. Porque a veces, en lugar de estar con Dios y escuchar su voz, nuestra oración es un tiempo lleno de tareas: revisamos nuestra vida, planificamos cosas, nos hacemos propósitos buenos, pero no nos encontramos con Él.

Lecturas del  día

Carta de San Pablo a los Gálatas 1,13-24

Hermanos: Seguramente ustedes oyeron hablar de mi conducta anterior en el Judaísmo: cómo perseguía con furor a la Iglesia de Dios y la arrasaba,  y cómo aventajaba en el Judaísmo a muchos compatriotas de mi edad, en mi exceso de celo por las tradiciones paternas. Pero cuando Dios, que me eligió desde el seno de mi madre y me llamó por medio de su gracia, se complació en revelarme a su Hijo, para que yo lo anunciara entre los paganos, de inmediato, sin consultar a ningún hombre y sin subir a Jerusalén para ver a los que eran Apóstoles antes que yo, me fui a Arabia y después regresé a Damasco. Tres años más tarde, fui desde allí a Jerusalén para visitar a Pedro, y estuve con él quince días. No vi a ningún otro Apóstol, sino solamente a Santiago, el hermano del Señor. En esto que les escribo, Dios es testigo de que no miento. Después pasé a las regiones de Siria y Cilicia. Las Iglesias de Judea que creen en Cristo no me conocían personalmente, sino sólo por lo que habían oído decir de mí: “El que en otro tiempo nos perseguía, ahora anuncia la fe que antes quería destruir”. Y glorificaban a Dios a causa de mí.

Salmo 139(138),1-3.13-14ab.14c-15

Señor, tú me sondeas y me conoces,
tú sabes si me siento o me levanto;
de lejos percibes lo que pienso,
te das cuenta si camino o si descanso,

y todos mis pasos te son familiares.
Tú creaste mis entrañas,
me plasmaste en el seno de mi madre:
te doy gracias porque fui formado

de manera tan admirable.
¡Qué maravillosas son tus obras!
y nada de mi ser se te ocultaba,
cuando yo era formado en lo secreto,

cuando era tejido en lo profundo de la tierra.

Comentario del Evangelio por  Santa Isabel de la Trinidad (1880-1906)  María, permanecía sentada a los pies del Señor escuchando su palabra

Para que nada me saque de este hermoso silencio interior hay que guardar siempre las mismas condiciones, el mismo aislamiento, la misma separación, el mismo despojo. Si mis deseos, mis temores, mis alegrías, y mis dolores, si todos los movimientos provenientes de estas «cuatro pasiones» no están perfectamente ordenados a Dios, no seré un alma solitaria, y habrá en ruido mí. Es necesario, pues, el sosiego, el «sueño de las potencias», la unidad del ser. «Escucha, hija mía, inclina el oído, olvida a tu pueblo y la casa paterna, y el Rey será cautivo de tu belleza» (Sal. 44: 12-13)… «Olvidar su pueblo» me parece que es más difícil; porque este pueblo es todo este mundo, que hace, por decirlo así, parte de nosotros mismos: la sensibilidad, los recuerdos, las impresiones, etc… Y cuando el alma ha hecho esta ruptura, cuando está libre de todo esto, el Rey será cautivo de su belleza…

El Creador, viendo el hermoso silencio que reina en su criatura, considerándola toda recogida en su unidad interior… la hace pasar a esta soledad inmensa, infinita, a este «lugar espacioso» cantado por el profeta (Sal 17:20) y que no es otro que El mismo… «La llevaré a la soledad y le hablaré al corazón» (Os 2:14). ¡He aquí que esta alma ha entrado en esta vasta soledad donde Dios se hará oír! «Su palabra, dice San Pablo, es viva y eficaz, más penetrante que una espada de doble filo; llega hasta la división del alma y del espíritu y hasta las coyunturas y la médula» (Heb 4:12). Es, pues, ella directamente la que acabará el trabajo de despojo en el alma…

Pero no basta con escuchar esta palabra, ¡hay que guardarla! (Jn 14: 23). Y es guardándola como el alma será «santificada en la verdad», según el deseo del Maestro… Al que observa su palabra ¿no ha hecho El la promesa: «Mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él»? (Jn 14:23). ¡Toda la Trinidad habita en el alma que la ama de verdad, es decir, observando su palabra!…

JOIN OUR NEWSLETTER
Acepto recibir correos.
¿Quiere estar siempre al día? Ingrese su nombre y correo
We hate spam. Your email address will not be sold or shared with anyone else.

Su comentario