Manda con autoridad y poder a los espíritus impuros

Manda con autoridad y poder a los espíritus impuros

Evangelio según San Lucas 4,31-37

Jesús bajó a Cafarnaún, ciudad de Galilea, y enseñaba los sábados. Y todos estaban asombrados de su enseñanza, porque hablaba con autoridad. En la sinagoga había un hombre que estaba poseído por el espíritu de un demonio impuro; y comenzó a gritar con fuerza; ¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios. Pero Jesús lo increpó, diciendo: Cállate y sal de este hombre. El demonio salió de él, arrojándolo al suelo en medio de todos, sin hacerle ningún daño.

El temor se apoderó de todos, y se decían unos a otros: ¿Qué tiene su palabra? ¡Manda con autoridad y poder a los espíritus impuros, y ellos salen! Y su fama se extendía por todas partes en aquella región.

Comentario del Evangelio

Una nueva autoridad

Las enseñanzas y curaciones de Jesús, su victoria sobre los espíritus inmundos, dan testimonio de una autoridad que trae la nueva creación. Él ha venido a liberar a la humanidad de las ataduras, a destruir el poder del mal con su misericordia. Necesitamos de esta nueva autoridad en este momento de autoritarismos y crisis de autoridad. En la lucha que late en el corazón de cada uno, en la misma historia, en un mundo necesitado de una palabra salvadora. Ésta es la constante decisión de nuestras vidas: decirle, como el espíritu inmundo, “déjanos”, no entres en nosotros, no queremos tener parte contigo, o dejar que Él, Palabra de Dios viva y activa, acalle en nosotros toda resistencia.

Hoy queremos transformar nuestro grito: ¡No nos dejes! Entra en todos los repliegues de nuestra vida para transformarnos y hacernos vivir como nueva creación. La nueva creación que se nos da en Jesús el ungido.

Lecturas del dia

Primera Carta de San Pablo a los Tesalonicenses 5,1-6.9-11

Hermanos: En cuanto al tiempo y al momento, no es necesario que les escriba. Ustedes saben perfectamente que el Día del Señor vendrá como un ladrón en plena noche. Cuando la gente afirme que hay paz y seguridad, la destrucción caerá sobre ellos repentinamente, como los dolores de parto sobre una mujer embarazada, y nadie podrá escapar. Pero ustedes, hermanos, no viven en las tinieblas para que ese Día los sorprenda como un ladrón: todos ustedes son hijos de la luz, hijos del día. Nosotros no pertenecemos a la noche ni a las tinieblas.

No nos durmamos, entonces, como hacen los otros: permanezcamos despiertos y seamos sobrios. Porque Dios no nos destinó para la ira, sino para adquirir la salvación por nuestro Señor Jesucristo, que murió por nosotros, a fin de que, velando o durmiendo, vivamos unidos a él. Anímense, entonces, y estimúlense mutuamente, como ya lo están haciendo.

Salmo 27(26),1.4.13-14

El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién temeré?
El Señor es el baluarte de mi vida,
¿ante quién temblaré?

Una sola cosa he pedido al Señor,
y esto es lo que quiero:
vivir en la Casa del Señor
todos los días de mi vida,
para gozar de la dulzura del Señor
y contemplar su Templo.

Yo creo que contemplaré la bondad del Señor
en la tierra de los vivientes.
Espera en el Señor y sé fuerte;
ten valor y espera en el Señor.

Del Catecismo de la Iglesia Católica § 311-314   ¿Has venido para acabar con nosotros?

Los ángeles y los hombres, criaturas inteligentes y libres, deben caminar hacia su destino último por elección libre y amor de preferencia. Por ello pueden desviarse. De hecho pecaron. Y fue así como el mal moral entró en el mundo, incomparablemente más grave que el mal físico.

Dios no es de ninguna manera, ni directa ni indirectamente, la causa del mal moral. Sin embargo, lo permite, respetando la libertad de su criatura, y, misteriosamente, sabe sacar de él el bien […]. Del mayor mal moral que ha sido cometido jamás, el rechazo y la muerte del Hijo de Dios, causado por los pecados de todos los hombres, Dios, por la superabundancia de su gracia (cf Rm 5, 20), sacó el mayor de los bienes: la glorificación de Cristo y nuestra Redención. Sin embargo, no por esto el mal se convierte en un bien.

“En todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman” (Rm 8, 28). El testimonio de los santos no cesa de confirmar esta verdad. Así santa Catalina de Siena dice a “los que se escandalizan y se rebelan por lo que les sucede”: “Todo procede del amor, todo está ordenado a la salvación del hombre, Dios no hace nada que no sea con este fin”. […] Y Juliana de Norwich: “Yo comprendí, pues, por la gracia de Dios, que era preciso mantenerme firmemente en la fe (…) y creer con no menos firmeza que todas las cosas serán para bien […] Tú misma verás que todas las cosas serán para bien” (“Thou shalt see thyself that all manner of thing shall be well”.

Creemos firmemente que Dios es el Señor del mundo y de la historia. Pero los caminos de su providencia nos son con frecuencia desconocidos. Sólo al final, cuando tenga fin nuestro conocimiento parcial, cuando veamos a Dios “cara a cara” (1 Co 13, 12), nos serán plenamente conocidos los caminos por los cuales, incluso a través de los dramas del mal y del pecado, Dios habrá conducido su creación hasta el reposo de ese Sabbat definitivo, en vista del cual creó el cielo y la tierra.

 

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