Les enseñaba como quien tiene autoridad

Les enseñaba como quien tiene autoridad

Evangelio según San Marcos 1,21b-28

Jesús entró a Cafarnaún, y cuando llegó el sábado, Jesús fue a la sinagoga y comenzó a enseñar. Todos estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas. Y había en la sinagoga un hombre poseído de un espíritu impuro, que comenzó a gritar: ¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios. Pero Jesús lo increpó, diciendo: Cállate y sal de este hombre. El espíritu impuro lo sacudió violentamente y dando un gran alarido, salió de ese hombre.

Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: ¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad; da órdenes a los espíritus impuros, y estos le obedecen! Y su fama se extendió rápidamente por todas partes, en toda la región de Galilea.

Comentario del Evangelio

Un trazo que define la identidad de Jesús es precisamente su autoridad. En el tiempo de Jesús había muchos maestros. Pero todos actuaban con una autoridad delegada. Su autoridad provenía de la ley o de la sabiduría que comentaban. Eran representantes de una autoridad externa. Jesús, por el contrario, no necesita apoyarse en el templo, en la ley o en otra autoridad. Su autoridad dimana de sí mismo porque Él es el Dios encarnado, la presencia de Dios en nuestra historia. Confiemos en Jesús. Acerquémonos a Él con confianza. Podemos dejar en sus manos toda nuestra existencia porque Él puede salvarnos de verdad.

Lecturas del  día

Primer Libro de Samuel 1,9-20

Después que comieron y bebieron en Silo, Ana se levantó. Mientras tanto, el sacerdote Elí estaba sentado en su silla a la puerta del Templo del Señor. Entonces Ana, con el alma llena de amargura, oró al Señor y lloró desconsoladamente. Luego hizo este voto: Señor de los ejércitos, si miras la miseria de tu servidora y te acuerdas de mí, si no te olvidas de tu servidora y le das un hijo varón, yo lo entregaré al Señor para toda su vida, y la navaja no pasará por su cabeza. Mientras ella prolongaba su oración delante del Señor, Elí miraba atentamente su boca.

Ana oraba en silencio; sólo se movían sus labios, pero no se oía su voz. Elí pensó que estaba ebria, y le dijo: ¿Hasta cuándo te va a durar la borrachera? ¡Ve a que se te pase el efecto del vino! Ana respondió: No, mi señor; yo soy una mujer que sufre mucho. No he bebido vino ni nada que pueda embriagar; sólo me estaba desahogando delante del Señor. No tomes a tu servidora por una mujer cualquiera; si he estado hablando hasta ahora, ha sido por el exceso de mi congoja y mi dolor.

Vete en paz, le respondió Elí, y que el Dios de Israel te conceda lo que tanto le has pedido. Ana le dijo entonces: ¡Que tu servidora pueda gozar siempre de tu favor! Luego la mujer se fue por su camino, comió algo y cambió de semblante. A la mañana siguiente, se levantaron bien temprano y se postraron delante del Señor; luego regresaron a su casa en Ramá. Elcaná se unió a su esposa Ana, y el Señor se acordó de ella. Ana concibió, y a su debido tiempo dio a luz un hijo, al que puso el nombre de Samuel, diciendo: “Se lo he pedido al Señor”.

Primer Libro de Samuel 2,1.4-5.6-7.8abcd

Mi corazón se regocija en el Señor,
tengo la frente erguida gracias a mi Dios.
Mi boca se ríe de mis enemigos,
porque tu salvación me ha llenado de alegría.

El arco de los valientes se ha quebrado,
y los vacilantes se ciñen de vigor;
los satisfechos se contratan por un pedazo de pan,
y los hambrientos dejan de fatigarse;
la mujer estéril da a luz siete veces,
y la madre de muchos hijos se marchita.

El Señor da la muerte y la vida,
hunde en el Abismo y levanta de él.
El Señor da la pobreza y la riqueza,
humilla y también enaltece.

El levanta del polvo al desvalido
y alza al pobre de la miseria,
para hacerlos sentar con los príncipes
y darles en herencia un trono de gloria.

Del Catecismo de la Iglesia Católica  391-395  “¿Viniste para perdernos?”

Detrás de la elección desobediente de nuestros primeros padres se halla una voz seductora, opuesta a Dios (Gn 3,1-5) que, por envidia, los hace caer en la muerte (Sb 2,24). La Escritura y la Tradición de la Iglesia ven en este ser un ángel caído, llamado Satán o diablo (Jn 8,44; Ap 12,9). La Iglesia enseña que primero fue un ángel bueno, creado por Dios. “El diablo y los otros demonios fueron creados por Dios con una naturaleza buena, pero ellos se hicieron a sí mismos malos” (Concilio de Letrán IV, año 1215: DS, 800).

La Escritura habla de un pecado de estos ángeles (2P2,4) Esta  “caída” consiste en la elección libre de estos espíritus creados que rechazaron radical e irrevocablemente a Dios y su Reino. Encontramos un reflejo de esta rebelión en las palabras del tentador a nuestros primeros padres: “Seréis como dioses” (Gn 3,5).

El diablo es “pecador desde el principio” (1 Jn 3,8), “padre de la mentira” (Jn 8,44). Es el carácter irrevocable de su elección y no un defecto de la infinita misericordia divina lo que hace que el pecado de los ángeles no pueda ser perdonado.  “No hay arrepentimiento para ellos después de la caída, como no hay arrepentimiento para los hombres después de la muerte” (San Juan Damasceno, De fide ortodoxa, 2,4: PG 94, 877C).

La Escritura atestigua la influencia nefasta de aquel a quien Jesús llama “homicida desde el principio” (Jn 8,44) y que incluso intentó apartarlo de la misión recibida del Padre ( Mt 4,1-11). “El Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del diablo” (1 Jn 3,8). La más grave en consecuencias de estas obras ha sido la seducción mentirosa que ha inducido al hombre a desobedecer a Dios.

Sin embargo, el poder de Satán no es infinito. No es más que una criatura, poderosa por el hecho de ser espíritu puro, pero siempre criatura: no puede impedir la edificación del Reino de Dios.

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