Evangelio según Mateo 19,13-15
Le trajeron entonces a unos niños para que les impusiera las manos y orara sobre ellos. Los discípulos los reprendieron, pero Jesús les dijo: Dejen a los niños, y no les impidan que vengan a mí, porque el Reino de los Cielos pertenece a los que son como ellos. Y después de haberles impuesto las manos, se fue de allí.
Comentario del Evangelio
¿Qué puede ver Jesús en los niños para hablarnos de ellos de esta manera: “De los que son como ellos es el Reino de los cielos”? Quizás las notas más sobresalientes de los niños sean la ingenuidad y la confianza. Esa misma ingenuidad y confianza la debemos tener nosotros ante todo lo que nos dice Jesús sobre nuestro Dios. Nos asegura que no es un ser lejano y despreocupado de nosotros. Es nuestro Padre y Padre amoroso que cuida de cada uno de nosotros. Es el que queremos que rija y dirija nuestros pasos. Estamos en buenas manos, en las manos amorosas de nuestro Padre Dios. Hoy Preguntémonos:
¿Qué has aprendido de los niños a lo largo de tu vida?
¿Qué han aprendido los niños de ti sobre Dios?
¿Nos dirigimos a Jesús como niños?
Lecturas del dia
Libro de Josue 24,14-29.
Por lo tanto, teman al Señor y sírvanlo con integridad y lealtad; dejen de lado a los dioses que sirvieron sus antepasados al otro lado del Río y en Egipto, y sirvan al Señor. Y si no están dispuestos a servir al Señor, elijan hoy a quién quieren servir: si a los dioses a quienes sirvieron sus antepasados al otro lado del Río, o a los dioses de los amorreos, en cuyo país ustedes ahora habitan. Yo y mi familia serviremos al Señor”.
El pueblo respondió: “Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a otros dioses. Porque el Señor, nuestro Dios, es el que nos hizo salir de Egipto, de ese lugar de esclavitud, a nosotros y a nuestros padres, y el que realizó ante nuestros ojos aquellos grandes prodigios. El nos protegió en todo el camino que recorrimos y en todos los pueblos por donde pasamos. Además, el Señor expulsó delante de nosotros a todos esos pueblos y a los amorreos que habitaban en el país. Por eso, también nosotros serviremos al Señor, ya que él es nuestro Dios. Entonces Josué dijo al pueblo: “Ustedes no podrán servir al Señor, porque él es un Dios santo, un Dios celoso, que no soportará ni las rebeldías ni los pecados de ustedes.
Si abandonan al Señor para servir a dioses extraños, él, a su vez, los maltratará y los aniquilará, después de haberles hecho tanto bien”. Pero el pueblo respondió a Josué: “No; nosotros serviremos al Señor”. Josué dijo al pueblo: “Son testigos contra ustedes mismos, de que han elegido al Señor para servirlo”. “Somos testigos”, respondieron ellos. “Entonces dejen de lado los dioses extraños que hay en medio de ustedes, e inclinen sus corazones al Señor, el Dios de Israel”.
El pueblo respondió a Josué: “Nosotros serviremos al Señor, nuestro Dios y escucharemos su voz”. Aquel día Josué estableció una alianza para el pueblo, y les impuso una legislación y un derecho, en Siquém. Después puso por escrito estas palabras en el libro de la Ley de Dios. Además tomó una gran piedra y la erigió allí, al pie de la encina que está en el Santuario del Señor.
Josué dijo a todo el pueblo: “Miren esta piedra: ella será un testigo contra nosotros, porque ha escuchado todas las palabras que nos ha dirigido el Señor; y será un testigo contra ustedes, para que no renieguen de su Dios”.
Finalmente, Josué despidió a todo el pueblo, y cada uno volvió a su herencia. Después de un tiempo, Josué, hijo de Nun, el servidor del Señor, murió a la edad de ciento diez años.
Salmo 16(15),1-2a.5.7-8.11
Protégeme, Dios mío,
porque me refugio en ti.
Yo digo al Señor:
El Señor es la parte de mi herencia y mi cáliz,
¡tú decides mi suerte!
Bendeciré al Señor que me aconseja,
¡hasta de noche me instruye mi conciencia!
Tengo siempre presente al Señor:
él está a mi lado, nunca vacilaré.
Me harás conocer el camino de la vida,
saciándome de gozo en tu presencia,
de felicidad eterna a tu derecha.
Enseñanza de Salviano de Marsella (c. 400-c. 480) Dejad que los niños se acerquen a mi
Dios es la fuente y el origen de todo; porque en él, está escrito, “tenemos la vida, el movimiento y el ser” (Hch. 17,28), y de él es, también, de quien procede todo el amor con el amamos a nuestros hijos. Todo el universo y todo el género humano son hijos de su Creador, y así, por el amor con que amamos a nuestros hijos, quiso que nos diéramos cuenta y comprendiéramos cuánto ama él a sus hijos. Ya que está escrito que “los hombres, con su inteligencia,… pueden ver, a través de las obras de Dios, lo que es invisible en él” (Rm 1,20).
Quiso así darnos a entender su amor para con nosotros, por el amor que nos dio hacia nuestras obras. Y así como está escrito que “quiso que toda paternidad en el cielo y sobre la tierra tomara su nombre” (Ef. 3,15), así quiso que en él reconociéramos el amor de un padre hacia nosotros. ¿Y qué digo, de este padre? Su amor es mucho más grande que el de un padre.
Nos lo demuestran estas palabras del Salvador en el Evangelio: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para dar vida al mundo” (Jn 3,16). Y el apóstol Pablo dice también: “Dios no se reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros. ¿Cómo no nos dará todo, con él?” (Rm 8,32)