Evangelio según san Marcos 16, 15-20
En aquel tiempo, se apareció Jesús a los once y les dijo: «ld al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos».
Después de hablarles, el Señor Jesús fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a predicar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.
Comentario del Evangelio
En el mensaje de hoy, el evangelio es todo un mandato: «Proclamen la Buena Noticia a toda la Creación». De nuevo Dios no hace acepción de personas, quiere que todo el mundo se salve. Su Evangelio es para todos y a todos puede llegar su Gracia. Por eso, en lo cotidiano, debemos llevar la buena noticia de la resurrección a nuestro entorno, sin esperar que nadie nos felicite ni nos diga lo buenos que somos. Esto queda entre nosotros y Dios, y las gracias derramadas son regalos de Dios para toda la Creación. No seamos nosotros los que hagamos acepción de personas, tratemos a todos por igual. “Fiel al modelo del Maestro, es vital que hoy la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones. La alegría del Evangelio es para todo el pueblo, no se puede excluir a nadie” (Francisco, Evangelii Gaudium, 23). Anunciar implica ser dóciles a la voz del Espíritu Santo, que nos pone en camino y nos da la fuerza. Anunciar es abrir el corazón para compartir algo que es más grande que nosotros, esto es, la Buena Noticia de la salvación. Hoy nos preguntamos:
¿Cómo estoy anunciando a Jesús hoy?
¿Es mi preocupación principal anunciar el evangelio?
¿Creo que es mi responsabibidad anunciar el evangelio?
Lecturas del día
Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro 5, 5b-14
Queridos hermanos: Revestíos todos de la humildad en el trato mutuo, porque Dios resiste a los soberbios, mas da su gracia a los humildes. Así pues, sed humildes bajo la poderosa mano de Dios, para que él, os ensalce en su momento. Descargad en él todo vuestro agobio, porque él cuida de vosotros.
Sed sobrios, velad. Vuestro adversario, el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quién devorar. Resistidle, firmes en la fe, sabiendo que vuestra comunidad fraternal en el mundo entero está pasando por los mismos sufrimientos. Y el Dios de toda gracia que os ha llamado a su eterna gloria en Cristo Jesús, después de sufrir un poco, él mismo os restablecerá, os afianzará, os robustecerá y os consolidará. Suyo es el poder por los siglos. Amén.
Os he escrito brevemente por medio de Silvano, al que tengo por hermano fiel, para exhortaros y para daros testimonio de que esta es la verdadera gracia de Dios. Manteneos firmes en ella. Os saluda la comunidad que en Babilonia comparte vuestra misma elección, y también Marcos, mi hijo. Saludaos unos a otros con el beso del amor. Paz a todos vosotros, los que vivís en Cristo.
Sal 88, 2-3. 6-7. 16-17
Cantaré eternamente tus misericordias, Señor
Cantaré eternamente las misericordias del Señor,
anunciaré tu fidelidad por todas las edades.
Porque dije: «La misericordia es un edificio eterno»,
más que el cielo has afianzado tu fidelidad.
El cielo proclama tus maravillas, Señor,
y tu fidelidad en la asamblea de los santos.
¿Quién sobre las nubes se compara a Dios?
¿Quién como el Señor entre los seres divinos?
Dichoso el pueblo que sabe aclamarte:
caminará, oh, Señor, a la luz de tu rostro;
tu nombre es su gozo cada día,
tu justicia es su orgullo.
Reflexión del Evangelio de hoy Descargad en él todo vuestro agobio, porque él cuida de vosotros
Es lógico suponer que, en el día de su fiesta, la primera lectura ha sido escogida por la mención explícita que se hace de Marcos y su reconocimiento como “hijo” por parte de Pedro. Pero no por ello deja de ser una palabra muy actual y una exhortación para cada uno de nosotros, llamados a ser evangelizadores, llamados a proclamar la buena Noticia en lo cotidiano de nuestras vidas.
El testimonio que estamos llamados a dar nace de una relación personal con Aquel de quien hablamos. No es un encargo o un proyecto que nos hacemos cada uno a nuestra medida. Por eso solo puede ser auténtico si nace de un corazón humilde, que no se siente dueño de nada y que se sabe necesitado del trato frecuente con Él. Y es en ese trato asiduo y personal con Dios en donde podemos encontrar la fuerza para no desfallecer. Porque la misión nos supera y nos agobia, nos desanima, también, y con frecuencia nos desconcierta. El apóstol lo sabe y nos recuerda que el que evangeliza vive en el abandono confiado en Dios o fracasa irremediablemente: “Descargad en él todo vuestro agobio”.
Esto no es cosa nuestra. “Él cuida de vosotros”. Es él quien nos llama, nos sustenta y nos da la gracia. A ello nos añade que no estamos solos. Y no se trata de aquello del “mal de muchos, consuelo de tontos”, sino que el experimentar y creer la comunión de los santos es un pilar en la evangelización y en la vivencia de nuestra fe. Nuestro testimonio no es aislado ni somos profetas por cuenta propia. El Evangelio nos sitúa en lo que es la esencia de la misión y nos hace ver cuál es el fundamento de donde surge la invitación a predicar por todo el mundo. Es el encuentro con Jesús muerto y resucitado el que suscita en el corazón de cada uno la necesidad de compartir esta Buena Noticia con los demás.
Y este encuentro transformador da valor a todo lo demás. Los signos que nos acompañen serán eso: confirmaciones, señales que corroboren nuestra palabra y testimonio, pero no la esencia del mensaje que predicamos. Jesús nos asegura que él no nos faltará y su poder se hará manifiesto. Pero lo maravilloso no será lo esencial de nuestra predicación o, mejor dicho, lo más maravilloso no será necesariamente espectacular. No olvidemos que el acontecimiento más trascendental de la historia, la Resurrección, se da en un sepulcro sellado, sin imponerse, sin testigos. Lo más espectacular de nuestra fe se da sin espectacularidad.
Cristo resucitado se presenta a sus discípulos y viene a nosotros en lo discreto y cotidiano, en el trabajo, en casa, en lo de cada día.
¿De dónde brota mi testimonio, mi anuncio de la Buena Noticia? ¿De mi encuentro con Cristo resucitado? ¿o de mis proyectos personales? ¿Depende de los signos para ser creíble?