La virgen dará a luz un hijo y le pondrán por nombre Enmanuel

La virgen dará a luz un hijo y le pondrán por nombre Enmanuel

Evangelio según san Mateo 1, 18-23

La generación de Jesucristo fue de esta manera:

María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, como era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: «José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados». Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por medio del profeta: «Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán por nombre Enmanuel, que significa “Dios-con-nosotros”».

Comentario del evangelio

El tema central en el Evangelio de Jesús es el Reino de Dios. Jesús es el Reino de Dios en persona, es el Emmanuel, Dios-con-nosotros. Es en el corazón del hombre donde el Reino, el señorío de Dios, se establece y crece. El Reino es al mismo tiempo don y promesa. Ya se nos ha dado en Jesús, pero aún debe cumplirse en plenitud. Por ello pedimos cada día al Padre: “Venga a nosotros tu reino”. […] El Magnificat, el cántico de María, pobre de espíritu, es también el canto de quien vive las Bienaventuranzas. La alegría del Evangelio brota de un corazón pobre, que sabe regocijarse y maravillarse por las obras de Dios, como el corazón de la Virgen, a quien todas las generaciones llaman “dichosa”. Que Ella, la madre de los pobres y la estrella de la nueva evangelización, nos ayude a vivir el Evangelio, a encarnar las Bienaventuranzas en nuestra vida, a atrevernos a ser felices. (Mensaje del Santo Padre Francisco para la XXIX Jornada Mundial de la Juventud 2014).

Lecturas del dia

Lectura de la profecía de Miqueas 5, 1-4a

Esto dice el Señor:

«Y tú, Belén Efratá,
pequeña entre los clanes de Judá,
de ti voy a sacar
al que ha de gobernar Israel;
sus orígenes son de antaño,
de tiempos inmemoriales.

Por eso, los entregará
hasta que dé a luz la que debe dar a luz,
el resto de sus hermanos volverá
junto con los hijos de Israel.

Se mantendrá firme, pastoreará
con la fuerza del Señor,
con el dominio del nombre del Señor, su Dios;
se instalarán, ya que el Señor se hará grande
hasta el confín de la tierra.

Él mismo será la paz».

Sal 12, 6ab. 6cd 

Porque yo confío en tu misericordia:
mi alma gozará con tu salvación.

Y cantaré al Señor por el bien que me ha hecho.

La virgen concebirá y dará a luz un hijo

La gran profecía anunciada por los profetas y anhelada por el pueblo de Israel, a lo largo de los siglos, se orienta a la llegada del Mesías. Es el punto final de un camino que estuvo salpicado por la esperanza de que, pese a todas sus infidelidades, Dios no abandonaría a su pueblo, sino que enviaría a quien establecería una Nueva y definitiva Alianza. María va a tener un especial protagonismo al convertirse en la madre de esa gran promesa, Jesús. Ella es esa “virgen que concebirá y dará a luz un hijo”, tal como anunció Isaías.

El hecho de su nacimiento es lo que hoy celebramos. Desde antiguo esta fiesta, posiblemente desde el siglo V en Oriente, ha sido una llamada a recordar el comienzo de su historia. Lo que sabemos de su vida más allá de los textos evangélicos, lo sabemos por el protoevangelio apócrifo de Santiago. Los evangelios no nos cuentan nada del acontecimiento que hoy conmemoramos. La presencia de María en los textos sagrados está toda orientada a Jesús, el Hijo de Dios. Por eso, no necesitamos datos concretos del contexto de lo que fue su llegada a este mundo. Sabemos lo que definió su vida: su entrega y fidelidad al plan de Dios para que se hiciera en ella lo que la Palabra del Señor pedía. De esa entrega y fidelidad surge todo lo que significa María en la historia de la salvación.

El evangelio nos habla del nacimiento de Jesús en medio de una familia sencilla que pone frente a nosotros a María y a José. María con su seguridad de haber respondido a la petición de Dios para traer al mundo a Jesús y a José con sus dudas e incertidumbres ante lo desconocido. Ellos ofrecieron a Jesús el marco para desarrollar su vida en Nazaret y recibir lo que todo hombre que llega a este mundo necesita: amor hecho de ejemplos concretos de vida.

El comienzo de todo nos retrotrae al acontecimiento fundamental en la vida de María que no es otro que la Anunciación. María es contemplada como el mejor ejemplo de lo que significa vivir en cristiano. Ella es madre y discípula; ella es modelo de disponibilidad y entrega a la voluntad de Dios. Su “hágase en mi según tu palabra” es una manifestación plena de confianza en Dios a quien entrega su vida.

La fiesta de su nacimiento nos recuerda que la Virgen María vino al mundo sin pecado original; por eso es pura, santa y así recibirá al autor de la gracia dispuesta de la forma más digna para acoger a Jesús, para ser la madre de Dios hecho hombre.

Celebrar la natividad de la Virgen María nos sitúa ante la figura de la Madre del Señor, para aprender a estar disponibles, para acoger y aceptar lo que Dios tiene reservado a cada uno, asumiendo con todas las consecuencias, nuestra aportación a la obra de la salvación.

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