La palabra que ustedes oyeron no es mía sino del Padre que me envió

La palabra que ustedes oyeron no es mía sino del Padre que me envió

Evangelio según san Juan 14,21-26

Jesús dijo a sus discípulos: El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él. Judas -no el Iscariote- le dijo: Señor, ¿por qué te vas a manifestar a nosotros y no al mundo? Jesús le respondió: El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él. El que no me ama no es fiel a mis palabras. La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió. Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho.»

Comentario del Evangelio

Según el Evangelio de hoy, es bueno reafirmar que amar a Jesús se manifiesta en algo concreto. No es solo palabras bonitas. El que ama a Jesús lo demuestra cumpliendo su palabra, que es lo que se nos pide en el evangelio, es decir, el ser testimonios de Cristo Resucitado con la palabra y nuestra vida. El rol del Espíritu fue ayudar a los discípulos a recordar todo lo que Jesús les había dicho. El Espíritu es la voz interior de Dios en nosotros, la que guiará a los que escuchamos la plenitud de la verdad y nos ayudará a comprender el total significado de Cristo. Por ello, escuchemos al Espíritu Santo hablándonos diariamente en nuestra vida. Hoy nos preguntamos:

¿Escucho y sigo lo que el Espíritu Santo me invita a ser?
¿Cómo experimento la promesa de Jesús que hará morada en mí?
¿Es mi oración diaria una escucha de la Palabra de Dios?

Lecturas del día

Libro de los Hechos de los Apóstoles 14,5-18

Al producirse en Iconio un tumulto los paganos y los judíos, dirigidos por sus jefes, intentaron maltratar y apedrear a Pablo y Bernabé. Estos, al enterarse, huyeron a Listra y a Derbe, ciudades de Licaonia, y a sus alrededores; y allí anunciaron la Buena Noticia.

Había en Listra un hombre que tenía las piernas paralizadas. Como era tullido de nacimiento, nunca había podido caminar, y sentado, escuchaba hablar a Pablo. Este, mirándolo fijamente, vio que tenía la fe necesaria para ser curado, y le dijo en voz alta: “Levántate, y permanece erguido sobre tus pies”. El se levantó de un salto y comenzó a caminar. Al ver lo que Pablo acababa de hacer, la multitud comenzó a gritar en dialecto licaonio: “Los dioses han descendido hasta nosotros en forma humana”, y daban a Bernabé el nombre de Júpiter, y a Pablo el de Mercurio porque era el que llevaba la palabra.

El sacerdote del templo de Júpiter que estaba a la entrada de la ciudad, trajo al atrio unos toros adornados de guirnaldas y, junto con la multitud, se disponía a sacrificarlos.

Cuando Pablo y Bernabé se enteraron de esto, rasgaron sus vestiduras y se precipitaron en medio de la muchedumbre, gritando: “Amigos, ¿qué están haciendo? Nosotros somos seres humanos como ustedes, y hemos venido a anunciarles que deben abandonar esos ídolos para convertirse al Dios viviente que hizo el cielo y la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos. En los tiempos pasados, él permitió que las naciones siguieran sus propios caminos. Sin embargo, nunca dejó de dar testimonio de sí mismo, prodigando sus beneficios, enviando desde el cielo lluvias y estaciones fecundas, dando el alimento y llenando de alegría los corazones”.

Pero a pesar de todo lo que dijeron, les costó mucho impedir que la multitud les ofreciera un sacrificio.

Salmo 115(113B),1-2.3-4.15-16

No nos glorifiques a nosotros, Señor:
glorifica solamente a tu Nombre,
por tu amor y tu fidelidad.
¿Por qué han de decir las naciones:
«¿Dónde está su Dios?»

Nuestro Dios está en el cielo y en la tierra
él hace todo lo que quiere.
Los ídolos, en cambio, son plata y oro,
obra de las manos de los hombres.

Sean bendecidos por el Señor,
que hizo el cielo y la tierra.
El cielo pertenece al Señor,
y la tierra la entregó a los hombres.

Himno de Simeón el Nuevo Teólogo (c. 949-1022) El Espíritu Santo que mi Padre enviará en mi nombre os lo enseñará todo

Los que tienen al Espíritu por maestro
no tienen necesidad del conocimiento que viene de hombres
pues, iluminados por la luz de este Espíritu,
miran al Hijo, ven al Padre
y adoran las Personas de la Trinidad,
el Dios único, que por naturaleza es uno de manera inexplicable. (…)

Detente, hombre; tiembla, tú que eres de naturaleza mortal,
y sueña que has sido sacado de la nada
y que saliendo del vientre de tu madre
viste el mundo que había sido hecho antes de ti.
Y si pudieras conocer la altura del cielo
o indicar cuál es la naturaleza del sol,
de la luna y de las estrellas,
donde permanecen fijos y cómo se desplazan (…),

O incluso la naturaleza de la tierra de dónde has salido,
sus límites y sus medidas, su anchura y su tamaño (…),
si has descubierto el fin de cada cosa
y si has contado la arena del mar
y si también has conocido tu propia naturaleza,
entonces podrás soñar con tu creador,
cómo en la Trinidad la unidad queda sin mezcla
y en la Unidad, la Trinidad sin división.

¡Busca el Espíritu! (…)
Posiblemente Dios te consolará y te dará,
como ya te dejó ver el mundo
y el sol y la luz de día,
sí, se dignará iluminarte ahora del mismo modo (…),
Te iluminará con la luz del Sol Triple (…)
Aprenderás entonces de la gracia del Espíritu:
que, hasta ausente, está presente por su poder
y que, presente, no lo vemos a causa de su naturaleza divina,
y que él está por todas partes y en ninguna.

¿Si buscas verlo de manera sensible,
dónde lo encontrarás? En ninguna parte, simplemente dirás.
Pero si tienes la fuerza de mirarlo espiritualmente,
Será él mismo quien alumbrará tu espíritu
y abrirá los ojos de tu corazón.

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