La palabra de Dios como la semilla de mostaza

La palabra de Dios como la semilla de mostaza

Evangelio según San Marcos 4,26-34

Y decía: El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra: sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga. Cuando el fruto está a punto, él aplica en seguida la hoz, porque ha llegado el tiempo de la cosecha. También decía: ¿Con qué podríamos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola nos servirá para representarlo?

Se parece a un grano de mostaza. Cuando se la siembra, es la más pequeña de todas las semillas de la tierra, pero, una vez sembrada, crece y llega a ser la más grande de todas las hortalizas, y extiende tanto sus ramas que los pájaros del cielo se cobijan a su sombra. Y con muchas parábolas como estas les anunciaba la Palabra, en la medida en que ellos podían comprender. No les hablaba sino en parábolas, pero a sus propios discípulos, en privado, les explicaba todo.

Comentario del Evangelio

La fe es una escuela de confianza. Es verdad que también son reales nuestros esfuerzos, nuestra dedicación, la pasión con la que vivimos el desafío de ser cristiano. Es verdad que existe nuestro entusiasmo y la entrega continua de nosotros mismos. Con todo, hemos de ser conscientes de que no somos nosotros los que con nuestro esfuerzo hacemos que irrumpa el reino de Dios. Dormimos y despertamos pero el Reino brota y crece sin que sepamos cómo. Por eso, es tan importante el arte de confiar y de estar desapegados. El Reino depende y no depende de nosotros para realizarse. No somos dueños de los misterios de Dios. Somos sólo sus servidores.

Lecturas del día

Segundo Libro de Samuel 11,1-4a.5-10a.13-17

Al comienzo del año, en la época en que los reyes salen de campaña, David envió a Joab con sus servidores y todo Israel, y ellos arrasaron a los amonitas y sitiaron Rabá. Mientras tanto, David permanecía en Jerusalén. Una tarde, después que se levantó de la siesta, David se puso a caminar por la azotea del palacio real, y desde allí vio a una mujer que se estaba bañando. La mujer era muy hermosa. David mandó a averiguar quién era esa mujer, y le dijeron: “¡Pero si es Betsabé, hija de Eliám, la mujer de Urías, el hitita!” Entonces David mandó unos mensajeros para que se la trajeran.

La mujer vino y David se acostó con ella, que acababa de purificarse de su menstruación. Después ella volvió a su casa. La mujer quedó embarazada y envió a David este mensaje: “Estoy embarazada”. Entonces David mandó decir a Joab: “Envíame a Urías, el hitita”. Joab se lo envió y cuando Urías se presentó ante el rey, David le preguntó cómo estaban Joab y la tropa y cómo iba la guerra. Luego David dijo a Urías: “Baja a tu casa y lávate los pies”. Urías salió de la casa del rey y le mandaron detrás un obsequio de la mesa real. Pero Urías se acostó a la puerta de la casa del rey junto a todos los servidores de su señor, y no bajó a su casa. Cuando informaron a David que Urías no había bajado a su casa, el rey le dijo: “Tú acabas de llegar de viaje. ¿Por qué no has bajado a tu casa?”.

David lo invitó a comer y a beber en su presencia y lo embriagó. A la noche, Urías salió y se acostó junto a los servidores de su señor, pero no bajó a su casa. A la mañana siguiente, David escribió una carta a Joab y se la mandó por intermedio de Urías. En esa carta, había escrito lo siguiente: “Pongan a Urías en primera línea, donde el combate sea más encarnizado, y después déjenlo solo, para que sea herido y muera”. Joab, que tenía cercada la ciudad, puso a Urías en el sitio donde sabía que estaban los soldados más aguerridos. Los hombres de la ciudad hicieron una salida y atacaron a Joab. Así cayeron unos cuantos servidores de David, y también murió Urías, el hitita.

Salmo 51(50),3-4.5-6a.6bc-7.10-11

¡Ten piedad de mí, Señor, por tu bondad,
por tu gran compasión, borra mis faltas!
¡Lávame totalmente de mi culpa
y purifícame de mi pecado!

Porque yo reconozco mis faltas
y mi pecado está siempre ante mí.
Contra ti, contra ti sólo pequé
e hice lo que es malo a tus ojos.

Por eso, será justa tu sentencia
y tu juicio será irreprochable;
yo soy culpable desde que nací;
pecador me concibió mi madre.

Anúnciame el gozo y la alegría:
que se alegren los huesos quebrantados.
Aparta tu vista de mis pecados
y borra todas mis culpas.

Sobre la Teología de san Máximo el Confesor (c. 580-662)   La palabra de Dios, un grano de mostaza

La palabra de Dios, como la semilla de mostaza, parece muy pequeña antes de ser cultivada. Pero cuando fue bien cultivada, llega a ser tan grande que reposan en ella los nobles razonamientos de criaturas inteligentes y sensibles. Porque abraza la razón de todos los seres, pero a ella misma ningún ser la puede contener. Por eso, quien tiene fe como un grano de mostaza puede desplazar una montaña con la palabra , como ha dicho el Señor (Mt 17,20). Es decir, puede ahuyentar el poder que tiene el diablo sobre nosotros y cambiar el fundamento.

El Señor es una semilla de mostaza, sembrada en espíritu por la fe en el corazón de quien la recibe. El que la cultivó cuidadosamente gracias a las virtudes, desplaza la montaña de la preocupación terrestre. Luego, cuando ahuyentó de si mismo el hábito del mal – tan difícil de expulsar – hace reposar en él tal como los pájaros del cielo, las palabras de los mandamientos, las formas de existencia y las fuerzas divinas. (…) Quienes buscan al Señor, no es en el exterior de sí que deben buscarlo, sino que deben buscarlo en ellos mismos, por medio de la fe.

Porque, como está escrito, “La palabra está cerca de tí, en tu boca y en tu corazón, es decir, la palabra de la fe que nosotros predicamos” (Rm 10,8). La palabra de la fe es la de Cristo, a quien buscamos.

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