La lepra se consideraba que ensuciaba a la persona

La lepra se consideraba que ensuciaba a la persona

Evangelio según san Marcos 1,40-45

En aquel tiempo, se acerca a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: «Si quieres, puedes limpiarme». Compadecido, extendió la mano y lo tocó diciendo: «Quiero: queda limpio». La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio. Él lo despidió, encargándole severamente: «No se lo digas a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés, para que les sirva de testimonio». Pero cuando se fue, empezó a pregonar bien alto y a divulgar el hecho, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en lugares solitarios; y aun así acudían a él de todas partes.

Comentario del Evangelio 

En la Biblia, la lepra cubría un rango de enfermedades de la piel. Más importante, se consideraba que ensuciaba a la persona. La Ley requería que los leprosos se alejaran de los demás: una exclusión religiosa y social. El leproso rompió ese código al acercarse a Jesús, y Jesús rompió el suyo al tocar al leproso. Pero, después de curarlo, Jesús cumplió la ley enviando al hombre al templo para que el sacerdote formalizara su reinstalación en la comunidad. Jesús observaba la Ley cuando era de ayuda para la gente. Hoy nos preguntamos:

 ¿Qué nos dice este intercambio de palabras sobre las convicciones y sentimientos del leproso, como también sobre Jesús?

¿Hemos visto este modelo en nuestras propias oraciones de petición?

¿Cómo pedimos a Jesús en nuestra oración?

Lecturas del día

Lectura de la carta a los Hebreos 3,7-14

Hermanos: Dice el Espíritu Santo: «Si escucháis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones como cuando la rebelión, en el día de la prueba en el desierto, cuando me pusieron a prueba vuestros padres, y me provocaron, a pesar de haber visto mis obras cuarenta años. Por eso me indigné contra aquella generación y dije: Siempre tienen el corazón extraviado; no reconocieron mis caminos, por eso he jurado en mi cólera que no entrarán en mi descanso». ¡Atención, hermanos! Que ninguno de vosotros tenga un corazón malo e incrédulo, que lo lleve a desertar del Dios vivo. Animaos, por el contrario, los unos a los otros, cada día, mientras dure este “hoy”, para que ninguno de vosotros se endurezca, engañado por el pecado. En efecto, somos partícipes de Cristo si conservamos firme hasta el final la actitud del principio.

Sal 94,6-7.8-9.10-11

Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón»

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masa en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras».

Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
«Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso».

Reflexión de las lecturas de hoy   Constantes y perseverantes

La carta a los Hebreos nos sitúa ante una clara realidad. Nos pone ante la evidencia de que no es fácil perseverar siempre en el bien. El pueblo de Israel no superó la prueba del desierto, se olvidó de Dios, y se confió a otros ídolos de los que esperar obtener más. Se desvió del bien ante la prueba.

La comunidad a la que Pablo se dirige, está tentada por el cansancio, por un cierto desaliento. Se han olvidado ya del entusiasmo con que acogieron la Palabra de Dios. No viven con intensidad i orgullo el hecho de ser cristianos. Se contentan con lo que tienen, con seguir tirando, sin preocuparse en seguir avanzando en el camino de la salvación.

Luz y noche alternan el corazón. Cuando luce el sol todo se ve claro; en la noche no sucede igual. No cuentan sólo los hechos exteriores o notables que todos conocen; también cuentan pequeños detalles que sólo Dios conoce. Pero el corazón puede endurecerse, hacerse indiferente o frío. Sólo se salva el que persevera hasta el fin.

Provocar el amor

Un hombre desahuciado, herido por la lepra, era socialmente marginado y civilmente muerto. Su vida, una situación desesperada, un callejón sin salida: ni curación ni vida social. Se comprende así su actitud provocativa ante Jesús, poniéndose de rodillas ante Él: “Si quieres, puedes limpiarme”.Y se comprende también la respuesta de Jesús: “Quiero”,y vete al sacerdote para que certifique la curación y ser reintegrado a la sociedad.

Cuando Jesús ordena al leproso presentarse al sacerdote le está indicando que debe caminar por la nueva vida mirando al futuro, y no olvidar las perspectivas del pasado. Y llama su atención pidiéndole silencio: “No se lo digas a nadie”.No quiere Jesús crear dos personajes famosos, sería una desviación de lo que nos conviene a cada uno de los que nos decimos salvados por Él.

Nosotros también corremos a veces cierto peligro de andar reclamando la atención del público, cuando la raíz de nuestra salvación y de la de los demás es continuar en la escucha de lo que Jesús nos vaya diciendo día a día.

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