La lámpara del cuerpo es el ojo

La lámpara del cuerpo es el ojo

Evangelio según san Mateo 6, 19-23

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«No atesoréis para vosotros tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen y donde los ladrones abren boquetes y los roban. Haceos tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni carcoma que los roen, ni ladrones que abren boquetes y roban. Porque donde está tu tesoro, allí estará tu corazón.

La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, tu cuerpo entero tendrá luz; pero si tu ojo está enfermo, tu cuerpo entero estará a oscuras. Si, pues, la luz que hay en ti está oscura, ¡cuánta será la oscuridad!».

Comentario

Todos nacemos llenos de tesoros, hasta los que viven en la más absoluta pobreza, porque la mayor parte de las riquezas que poseemos no nos vienen de fuera, sino que nacemos con ellas y está en nosotros ser capaces de aumentar su valor, a medida que vamos creciendo, la pobreza aparece cuando comenzamos a dar más importancia a lo material que está fuera, a las riquezas de los otros, a lo que se pierde o estropea con el tiempo y no somos capaces de hacer florecer lo que tenemos nosotros.

Descubrir el tesoro que llevamos dentro no es tarea fácil, nos parece que lo nuestro es siempre peor que lo que vemos fuera, que no valemos, que no tenemos todo lo que necesitamos, que otros tienen más posibilidades que nosotros o más aptitudes, habilidades… lo que sea, pero tienen más.

Dicen que la necesidad agudiza el ingenio y es cierto, cuanto menos tenemos, más utilizamos la imaginación para poder salir adelante, si tenemos muchas cosas alrededor y nos dedicamos a ver qué podemos utilizar y perdemos demasiado tiempo, nos ciegan todas esas cosas y no nos dejan mirar con el corazón, como dice “El Principito”, así que solemos perder la paciencia y la esperanza y nos agotamos buscando lo que tenemos dentro, porque lo de fuera nos impide ver más allá.

¿Has descubierto cuál es tu tesoro? ¿Eres capaz de desprenderte de todo aquello que te impide mirar a tu interior? ¿Escondes el tesoro o lo das a conocer?

Mira en tu interior

La teoría suele tenerse muy clara siempre, la dificultad está en poner en práctica lo aprendido. Podemos ir ganando dinero, adquiriendo posesiones, tener grandes riquezas, llegado el momento, nos iremos tal y como hemos venido al mundo, desnudos y sin nada material. Puede que gastemos demasiado tiempo en ir recolectando cosas materiales, que nos proporcionen cierta felicidad, seguridad y satisfacción, pero eso conlleva buscar quien te lo guarde, te lo cuide. Además, tú tendrás que cuidar que quien cuida de tus cosas, no se aproveche de ti… así que pasas más tiempo ocupado en guardar que en disfrutar, por lo tanto ¿de qué sirve tener tanto si al final no lo puedes disfrutar de verdad?

En cambio, se suele dar la situación de que quien tiene poco, disfruta de todo lo que tiene y además le da tiempo de disfrutar de sí mismo, de buscar en su interior esos tesoros que le ayudan a vivir en paz, a buscar la felicidad con los demás, a regalar tiempo y compartir dones que le hagan crecer como persona. Tiene más despejado el camino por el que debe transitar y no tiene que estar tan pendiente de lo que tiene, sino de quién es, ese es el gran tesoro.

Hoy debemos plantearnos que somos un gran tesoro, que en nuestro interior poseemos inmensas riquezas, que el gran regalo que hemos recibido es la vida, en la cual debemos hacer crecer el tesoro que somos y aumentar las riquezas, no tanto las materiales, sino aquellas que nos llenan de verdad de felicidad.

¿Eres capaz de descubrir la luz que te ilumina el camino? ¿Quieres ser luz para los demás?

Lecturas del día

Lectura del segundo libro de los Reyes 11, 1-4.9-18. 20

En aquellos días, cuando la madre del rey Ocozías, Atalía, vio que su hijo había muerto, se dispuso a eliminar a toda la estirpe real. Pero Josebá, hija del rey Jorán y hermana de Ocozías, tomó a Joás, hijo de Ocozías, de entre los hijos del rey que estaban siendo asesinados, lo escondió y lo instaló, a él y a su nodriza, en su dormitorio, manteniéndolo oculto a la vista de Atalía y así no lo mataron. Estuvo seis años con ella, escondido en el templo del Señor, mientras Atalía reinaba en el país.

El séptimo año, el sacerdote Yehoyadá mandó buscar a los centuriones de los carios y de los guardias y los condujo junto a sí al templo del Señor para establecer un pacto con ellos y hacerles prestar juramento. Luego les presentó al hijo del rey.

Los centuriones cumplieron cuanto Yehoyadá les ordenó. Cada uno tomó sus hombres, los que entraban y los que salían de servicio el sábado, y se presentaron ante el sacerdote. Yehoyadá entregó a los centuriones las lanzas y escudos del rey David que había depositados en el templo del Señor.

Los guardias se apostaron, arma en mano, desde el extremo sur hasta el extremo norte del templo, ante el altar y el templo, en torno al rey, por un lado y por otro.

El sacerdote hizo salir al hijo del monarca y le impuso la diadema y las insignias reales. Luego lo proclamaron rey y lo ungieron. Aplaudieron y gritaron:

«¡Viva el rey!».

Cuando Atalía oyó el griterío de los guardias y del pueblo, se fue hacia la muchedumbre que se hallaba en el templo del Señor. Miró y vio al rey de pie junto a la columna, según la costumbre: los jefes con sus trompetas con él, y a todo el pueblo de la tierra en júbilo, tocando sus instrumentos.

Atalía rasgó entonces sus vestiduras y gritó:

«¡Traición!, ¡traición!».

Entonces el sacerdote Yehoyadá dio orden a los jefes de las tropas:

«Hacedla salir de entre las filas. Quien la siga será pasado a espada» (pues el sacerdote pensaba: «No debe ser ejecutada en el templo del Señor»).

Le abrieron paso y, cuando entró en el palacio real por la puerta de los Caballos, fue ejecutada.

Luego Yehoyadá hizo una alianza entre el Señor, el rey y el pueblo, por la que el pueblo se convertía en pueblo del Señor; hizo también una alianza entre el rey y el pueblo.

Y todo el pueblo de la tierra acudió al templo de Baal para derribarlo. Hicieron pedazos sus altares e imágenes, y ejecutaron a Matán, sacerdote de Baal, frente a los altares.

El sacerdote puso entonces centinelas en el templo del Señor. Todo el pueblo de la tierra exultaba de júbilo y la ciudad quedó tranquila: Atalía ya había muerto a espada en palacio.

Salmo 131, 11. 12. 13-14. 17-18

R/. El Señor ha elegido Sión, para vivir en ella.

El Señor ha jurado a David
una promesa que no retractará:
«A uno de tu linaje
pondré sobre tu trono». R/.

«Si tus hijos guardan mi alianza
y los mandatos que les enseño,
también sus hijos, por siempre,
se sentarán sobre tu trono». R/.

«Haré germinar el vigor de David,
enciendo una lámpara para mi Ungido.
A sus enemigos los vestiré de ignominia,
sobre él brillará mi diadema». R/.

 

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