La autoridad de Jesús es Amor de Dios no es de los hombres

La autoridad de Jesús es Amor de Dios no es de los hombres

Evangelio según san Marcos 11,27-33 

Y llegaron de nuevo a Jerusalén. Mientras Jesús caminaba por el Templo, los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos se acercaron a él y le dijeron: ¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿O quién te dio autoridad para hacerlo?

Jesús les respondió: “Yo también quiero hacerles una sola pregunta. Si me responden, les diré con qué autoridad hago estas cosas. Díganme: el bautismo de Juan, ¿venía del cielo o de los hombres?” Ellos se hacían este razonamiento: Si contestamos: Del cielo, él nos dirá: ¿Por qué no creyeron en él? Diremos entonces: ¿de los hombres? Pero como temían al pueblo, porque todos consideraban que Juan había sido realmente un profeta, respondieron a Jesús: No sabemos. Y él les respondió: Yo tampoco les diré con qué autoridad hago estas cosas.

Comentario del Evangelio

Si bien en este tiempo complicado que vivimos por la pandemia, no podemos asistir a los templos fácilmente, tenemos el gran recurso de la oración, orar con la Palabra, orar en el silencio de nuestro corazón, orar con la comunidad. Esta situación nos alienta a buscar a Dios de manera constante, dando pruebas de que Él se manifiesta, que se deja encontrar. Nosotros también podemos correr el riesgo de no reconocer la obra de Dios en nuestra vida y nuestro entorno, cuando nos cerramos a otras posibilidades, cuando no aceptamos que el otro piensa distinto y ejercemos autoridad humana sobre otros. Hoy Jesús nos enseña que su autoridad, no es un dominio, ni una fuerza opresiva, sino amor, capacidad de asemejarse, de hacerse cercano. Si tenemos autoridad que sea de amor al igual que Jesús. Nos podemos preguntar nosotros:
¿Somos de Dios, buscamos su Luz, o por el contrario nos dejamos llevar por otras cosas?

Lecturas del dia

Libro de Eclesiástico 51,17-27

Yo he progresado gracias a ella: al que me dio la sabiduría, le daré la gloria. Porque resolví ponerla en práctica, tuve celo por el bien y no me avergonzaré de ello. Mi alma luchó para alcanzarla, fui minucioso en la práctica de la Ley, extendí mis manos hacia el cielo y deploré lo que ignoraba de ella. Hacia ella dirigí mi alma y, conservándome puro, la encontré. Con ella adquirí inteligencia desde el comienzo, por eso no seré abandonado. Yo la busqué apasionadamente, por eso adquirí un bien de sumo valor.

El Señor me ha dado en recompensa una lengua, y con ella lo alabaré. Acérquense a mí los que no están instruidos y albérguense en la casa de la instrucción. ¿Por qué andan diciendo que no la tienen a pesar de estar tan sedientos de ella? Yo abrí la boca para hablar: adquiéranla sin dinero;
pongan el cuello bajo su yugo, y que sus almas reciban la instrucción: ella está tan cerca que se la puede alcanzar.
Vean con sus propios ojos con qué poco esfuerzo he llegado a encontrar un descanso tan grande.

Salmo 19(18),8.9.10.11

La ley del Señor es perfecta,
reconforta el alma;
el testimonio del Señor es verdadero,
da sabiduría al simple.

Los preceptos del Señor son rectos,
alegran el corazón;
los mandamientos del Señor son claros,
iluminan los ojos.

La palabra del Señor es pura,
permanece para siempre;
los juicios del Señor son la verdad,
enteramente justos.

Son más atrayentes que el oro,
que el oro más fino;
más dulces que la miel,
más que el jugo del panal.

Discurso contra los arrianos san Atanasio (295-373) ¿Quién te ha dado esta autoridad?

La Sabiduría unigénita y personal de Dios es creadora y hacedora de todas las cosas. Todo -dice en efecto el salmo– lo hiciste con sabiduría, y también: La tierra está llena de tus criaturas. Pues, para que las cosas creadas no sólo existieran, sino que también existieran debidamente, quiso Dios acomodarse a ellas por su Sabiduría, imprimiendo en todas ellas en conjunto y en cada una en particular cierta similitud e imagen de sí mismo, con lo cual se hiciese patente que las cosas creadas están embellecidas con la Sabiduría y que las obras de Dios son dignas de él.

Porque, del mismo modo que nuestra palabra es imagen de la Palabra, que es el Hijo de Dios, así también la sabiduría creada es también imagen de esta misma Palabra, que se identifica con la Sabiduría; y así, por nuestra facultad de saber y entender, nos hacemos idóneos para recibir la Sabiduría creadora y, mediante ella, podemos conocer a su Padre. Pues, quien posee al Hijo –posee también al Padre, dice la Escritura– y El que me recibe, recibe al que me ha enviado (Mt 10,40)…

Mas, como, en la sabiduría de Dios, según antes hemos explicado, el mundo no lo conoció por el camino de la sabiduría, quiso Dios valerse de la necedad de la predicación, para salvar a los creyentes. Porque Dios no quiso ya ser conocido, como en tiempos anteriores, a través de la imagen y sombra de la sabiduría existente en las cosas creadas, sino que quiso que la auténtica Sabiduría tomara carne, se hiciera hombre y padeciese la muerte de cruz, para que, en adelante, todos los creyentes pudieran salvarse por la fe en ella.

Se trata, en efecto, de la misma Sabiduría de Dios, que antes, por su imagen impresa en las cosas creadas… se daba a conocer a sí misma y, por medio de ella, daba a conocer a su Padre. Pero, después esta misma Sabiduría, que es también la Palabra, se hizo carne, como dice san Juan (1,14), y, habiendo destruido la muerte y liberado nuestra raza, se reveló con más claridad a sí misma y, a través de sí misma, reveló al Padre; de ahí aquellas palabras suyas: Haz que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo (Jn 17,3).

De este modo, toda la tierra está llena de su conocimiento. En efecto, uno solo es el conocimiento del Padre a través del Hijo, y del Hijo por el Padre; uno solo es el gozo del Padre y el deleite del Hijo en el Padre, según aquellas palabras: yo era su encanto cotidiano, todo el tiempo jugaba en su presencia.

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