Evangelio según san Marcos 6,1-6
En aquel tiempo, Jesús se dirigió a su ciudad y lo seguían sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: «¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada? ¿Y esos milagros que realizan sus manos? ¿No es este el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?». Y se escandalizaban a cuenta de él. Les decía: «No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa». No pudo hacer allí ningún milagro, solo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se admiraba de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.
Comentario del Evangelio
Reconocer en Jesús al Mesías no es fácil. Solamente quien cree lo reconoce, acepta sus palabras y admira sus obras. Muchos miran sin ver y oyen sin escuchar. Todos sabemos que hoy, como en tiempos de Jesús, hay muchos que no aceptan a Cristo y lo rechazan, o no lo conocen y pasan de largo. Cristo sigue desconcertando: su palabra escandaliza, su mensaje engendra oposición y su vida y obras crean conflictos. Otros lo conocen, lo aceptan y su vida adquiere un nuevo sentido. Lo reconocen con los ojos de la fe y no juzgan por las apariencias externas. Hoy nos preguntamos:
¿Escuchamos realmente a Jesús?
¿Creemos en los milagros hoy día?
¿Tenemos fe o ha disminuído tanto que casi la hemos perdido?
Lecturas del día
Lectura de la carta a los Hebreos 12,4-7.11-15
Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado y habéis olvidado la exhortación paternal que os dieron: «Hijo mío, no rechaces la corrección del Señor, ni te desanimes por su reprensión; porque el Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos». Soportáis la prueba para vuestra corrección, porque Dios os trata como a hijos, pues ¿qué padre no corrige a sus hijos? Ninguna corrección resulta agradable, en el momento, sino que duele; pero luego produce fruto apacible de justicia a los ejercitados en ella. Por eso, fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, y caminad por una senda llana: así el pie cojo, no se retuerce, sino que se cura.
Buscad la paz con todos y la santificación, sin la cual nadie verá al Señor. Procurad que nadie se quede sin la gracia de Dios, y que ninguna raíz amarga rebrote y haga daño, contaminando a muchos.
Sal 102,1-2.13-14.17-18a
La misericordia del Señor dura siempre, para aquellos que lo temen
Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios.
Como un padre siente ternura por sus hijos,
siente el Señor ternura por sus fieles;
porque él conoce nuestra masa,
se acuerda de que somos barro.
La misericordia del Señor
dura desde siempre y por siempre,
para aquellos que lo temen;
su justicia pasa de hijos a nietos:
para los que guardan la alianza.
Reflexión de las lecturas de hoy No rechacemos la corrección del Señor
En el texto de la liturgia de hoy se invita a los creyentes a acoger el sufrimiento que se deriva de las persecuciones y de la lucha contra el mal como prueba que hay que soportar en el presente pero que luego produce fruto apacible de justicia a los ejercitados en ella.
Se trata, pues, de dar un sentido al sufrimiento que el autor de Hebreos encuentra en Dios Padre y en su pedagogía amorosa hacia aquellos que son sus hijos. Él nos manifiesta su amor y nos acompaña hacia la plenitud. Este acompañamiento implica a veces experiencias de cruz, de dolor que pueden ser experiencias pascuales de paso de la muerte y del dolor hacia la Vida, si las vivimos con la mirada fija en Cristo y confiando en que Dios está en ellas caminando con nosotros, alentando y sosteniendo nuestra marcha.
Sólo esta fe en el Dios que se revela en Cristo nos hace fuertes interiormente y a la vez nos da la paz que cura y salva, frente al resentimiento y la desesperanza que van matando poco a poco la vida.
Se admiraba de su falta de fe
En el texto del Evangelio los que se preguntan sobre Jesús son los más cercanos, los de su tierra. Son precisamente ellos, que creen conocer bien a Jesús y tal vez por eso, quienes se sienten incapaces de descubrir en ese rostro tan cotidiano, en el hijo de una mujer del pueblo, al Dios que viene a su encuentro. Se podría decir que tienen una imagen definida y previa de quién es Jesús y no pueden abrirse a una verdad más profunda sobre Él.
La falta de fe de aquellos que hombres y mujeres que escuchan a Jesús admirados es muchas veces la nuestra. Nos acostumbramos a oír hablar sobre Jesús, nos fascina su mensaje y su vida pero nos cuesta reconocerlo en la persona que acaba de llamar a nuestra puerta, en ese trabajo que repetimos todos los días, en ese acontecimiento sorpresivo que rompe nuestros planes.