Evangelio según Mateo 9,9-13
Jesús, al pasar, vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: “Sígueme”. El se levantó y lo siguió. Mientras Jesús estaba comiendo en la casa, acudieron muchos publicanos y pecadores, y se sentaron a comer con él y sus discípulos.
Al ver esto, los fariseos dijeron a los discípulos: “¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores?”. Jesús, que había oído, respondió: “No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”.
Comentario del Evangelio
Cuando Jesús llama a Mateo para que se una a su discipulado es consciente de llamar a alguien de mala fama, no querido, despreciado, un vendido a la causa económica de un imperio como el de Roma. Lo llama por su nombre. Pero no sólo a él. Es una llamada común: una llamada a encontrarse con los pecadores, los que tienen necesidad de Dios, de verdad, de amor, y de consuelo. En definitiva, una necesidad de quedar sano de cuanto dolor le ha llevado a vivir perdido y sin rumbo en esta vida. Preguntémonos:
¿Escuchamos el llamado de Jesús?
¿Seguimos a Jesús como respuesta a su llamado?
¿Invitamos a otros a seguir a Jesús?
Lecturas del dia
Libro de Génesis 23,1-4.19.24,1-12.15-16.23-25.32-34.37-38.57-59.61-67.
Sara vivió ciento veintisiete años, y murió en Quiriat Arbá -actualmente Hebrón- en la tierra de Canaán. Abraham estuvo de duelo por Sara y lloró su muerte. Después se retiró del lugar donde estaba el cadáver, y dijo a los descendientes de Het: “Aunque yo no soy más que un extranjero residente entre ustedes, cédanme en propiedad alguno de sus sepulcros, para que pueda retirar el cadáver de mi esposa y darle sepultura”. Luego Abraham enterró a Sara en la caverna del campo de Macpelá, frente a Mamré, en el país de Canaán.
Abraham ya era un anciano de edad avanzada, y el Señor lo había bendecido en todo. Entonces dijo al servidor más antiguo de su casa, el que le administraba todos los bienes: “Coloca tu mano debajo de mi muslo, y júrame por el Señor, Dios del cielo y de la tierra, que no buscarás una esposa para mi hijo entre las hijas de los cananeos, con los que estoy viviendo, sino que irás a mi país natal, y de allí traerás una esposa para Isaac”. El servidor le dijo: “Si la mujer no quiere venir conmigo a esta tierra, ¿debo hacer que tu hijo regrese al país de donde saliste?” “Cuídate muy bien de llevar allí a mi hijo”, replicó Abraham. “El Señor, Dios del cielo, que me sacó de mi casa paterna y de mi país natal, y me prometió solemnemente dar esta tierra a mis descendientes, enviará su Ángel delante de ti, a fin de que puedas traer de allí una esposa para mi hijo. Si la mujer no quiere seguirte, quedarás libre del juramento que me haces; pero no lleves allí a mi hijo”.
El servidor puso su mano debajo del muslo de Abraham, su señor, y le prestó juramento respecto de lo que habían hablado. Luego tomó diez de los camellos de su señor, y tomando consigo toda clase de regalos, partió hacia Arám Naharaím, hacia la ciudad de Najor.
Allí hizo arrodillar a los camellos junto a la fuente, en las afueras de la ciudad. Era el atardecer, la hora, en que las mujeres salen a buscar agua. Entonces dijo: “Señor, Dios de Abraham, dame hoy una señal favorable, y muéstrate bondadoso con mi patrón Abraham”. Aún no había terminado de hablar, cuando Rebeca, la hija de Betuel, apareció con su cántaro sobre el hombro. Era una joven virgen, de aspecto muy hermoso. El hombre le preguntó: “¿De quién eres hija? ¿Y hay lugar en la casa de tu padre para que podamos pasar la noche?” Ella respondió: “Soy la hija de Betuel, el hijo que Milcá dio a Najor”. Y añadió: “En nuestra casa hay paja y forraje en abundancia, y también hay sitio para pasar la noche”. El hombre entró en la casa.
Pero cuando le sirvieron de comer, dijo: “No voy a comer si antes no expongo el asunto que traigo entre manos. Soy servidor de Abraham. Mi patrón me hizo prestar un juramento diciendo: ‘No busques una esposa para mi hijo entre las hijas de los cananeos en cuyo país resido. Ve, en cambio, a mi casa paterna, y busca entre mis familiares una esposa para mi hijo’”. Ellos dijeron: “Llamemos a la muchacha, y preguntémosle qué opina”. Entonces llamaron a Rebeca y le preguntaron: “¿Quieres irte con este hombre?”. “Sí”, respondió ella. Ellos despidieron a Rebeca y a su nodriza, lo mismo que al servidor y a sus acompañantes. Rebeca y sus sirvientas montaron en los camellos y siguieron al hombre. Éste, tomó consigo a Rebeca, y partió.
Entretanto, Isaac había vuelto de las cercanías del pozo de Lajai Roí, porque estaba radicado en la región del Négueb. Al atardecer salió a caminar por el campo, y vio venir unos camellos. Cuando Rebeca vio a Isaac, bajó del camello y preguntó al servidor: “¿Quién es ese hombre que viene hacia nosotros por el campo?” “Es mi señor”, respondió el servidor. Entonces ella tomó su velo y se cubrió. El servidor contó a Isaac todas las cosas que había hecho, y éste hizo entrar a Rebeca en su carpa. Isaac se casó con ella y la amó. Así encontró un consuelo después de la muerte de su madre.
Salmo 106(105),1-2.3-4a.4b-5
¡Den gracias al Señor, porque es bueno,
porque es eterno su amor!
¿Quién puede hablar de las proezas del Señor
y proclamar todas sus alabanzas?
¡Felices los que proceden con rectitud,
los que practican la justicia en todo tiempo!
Acuérdate de mi, Señor,
por el amor que tienes a tu pueblo;
para que vea la felicidad de tus elegidos,
para que me alegre con la alegría de tu nación
y me gloríe con el pueblo de tu herencia.
Carta de san Francisco de Asís (1182-1226) No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores
Y en esto quiero saber si tú amas al Señor y a mí, siervo suyo y tuyo, si haces esto, o sea que no haya ningún hermano en el mundo que, habiendo pecado todo lo que se puede pecar, y después de haber visto tus ojos, no se vaya nunca sin tu misericordia, si pidió misericordia. Y si no la pide, pregúntale tú a él si la quiere. Y si luego pecara mil veces ante tus ojos, ámalo más que a mí, para que lo atraigas al Señor; y compadécete siempre de esos tales…
Si alguno de los frailes peca mortalmente por instigación del enemigo, tendrá que recurrir, por obediencia, a su guardián. Y todos los frailes que sepan que ha pecado, no lo avergüencen ni hablan mal de él, mas tengan gran misericordia con él y tengan muy secreto el pecado de su hermano, porque no necesitan de médico los sanos, sino los enfermos. (Mt 9,12)… Igualmente estén obligados, por obediencia, a mandarlo a su custodio con un compañero. Y el custodio se comporte misericordiosamente con él, como quería que se comportaran con él, si se viese en un caso semejante.
Y si cayera en otro pecado venial, se confiese con un hermano suyo sacerdote. Y si no hubiese un sacerdote, se confiese con otro hermano suyo, hasta que haya un sacerdote que lo absuelva canónicamente, como se ha dicho. Y éste no tenga potestad de imponer más penitencia que esta: “Vete y no peques más”.(Jn 8,11)