Jesús entró en el templo y se puso a echar a los vendedores

Jesús entró en el templo y se puso a echar a los vendedores

Evangelio según san Lucas 19, 45-48

En aquel tiempo, Jesús entró en el templo y se puso a echar a los vendedores, diciéndoles: «Escrito está: “Mi casa será casa de oración”; pero vosotros la habéis hecho una “cueva de bandidos”». Todos los días enseñaba en el templo. Por su parte, los sumos sacerdotes, los escribas y los principales del pueblo buscaban acabar con él, pero no sabían qué hacer, porque todo el pueblo estaba pendiente de él, escuchándolo.

Comentario del Evangelio 

El templo es el lugar en el que Jesús se dirige al Padre. ¡Quién lo hubiera dicho: hacer de la Casa de Dios un lugar de negocios! Hoy también se aprovechan de la Casa de Dios, de su Iglesia, de su Nombre, para hacer negocios, para beneficiarse, para esconder sus instintos más bajos y desplegar sus ambiciones.  Al pronunciarse así Jesús sobre el templo, la intención de Jesús va más allá de la pureza del culto, es más radical, es intransigente: la presencia de Dios no está ligada a su aspecto material. El auténtico servicio a Dios lo realiza Jesús en su enseñanza. Hoy nos preguntamos:

¿A qué me desafía en lo personal la Palabra de Dios hoy?

¿Qué cambios debemos hacer en nosotros para no «merecer» ser expulsados por Jesús del templo?

¿Vivo mi vida para poder orar en el templo?

Lecturas del dia

Lectura del libro del Apocalipsis 10, 8-11

Yo, Juan, escuché la voz del cielo que se puso a hablarme de nuevo diciendo: «Ve a tomar el librito abierto de la mano del ángel que está de pie sobre el mar y la tierra». Me acerqué al ángel y le pedí que me diera el librito. Él me dice: «Toma y devóralo; te amargará en el vientre, pero en tu boca será dulce como la miel». Tomé el librito de mano del ángel y lo devoré; en mi boca sabía dulce como la miel, pero, cuando lo comí, mi vientre se llenó de amargor. Y me dicen: «Es preciso que profetices de nuevo sobre muchos pueblos, naciones, lenguas y reinos».

Sal 118, 14. 24. 72. 103. 111. 131

¡Qué dulce al paladar tu promesa, Señor!

Mi alegría es el camino de tus preceptos,
más que todas las riquezas.

Tus preceptos son mi delicia,
tus enseñanzas son mis consejeros.

Más estimo yo la ley de tu boca
que miles de monedas de oro y plata.

¡Qué dulce al paladar tu promesa:
más que miel en la boca!

Tus preceptos son mi herencia perpetua,
la alegría de mi corazón.

Abro la boca y respiro,
ansiando tus mandamientos.

Reflexión del Evangelio de hoy   No se despacha protector de estómago para la palabra

En nuestras sociedades del primer mundo, es de lo más corriente que el médico de familia nos prescriba un medicamento, añadiendo aquello de: Tómeselo con protector de estómago. Aprovecho la coyuntura para recordar que no es así en el tercer y cuarto mundo, donde lo más elemental y básico no está cubierto, salvo para los ricos y caciques del mismo.

«El librito…te amargará en el vientre, pero en tu boca será dulce como la miel» (Ap 10,9) El anuncio de la Buena Noticia conlleva gozo, pero también amargura por el rechazo deliberado a la predicación.

Más de un protector de estómago necesitan los que en menor o mayor medida tienen sus posibles crematísticos en brazos de las Bolsas mundiales, pendientes de la cotización de los índices bursátiles internacionales, al vaivén de una caprichosa volatilidad, fruto de las ansias desmedidas de poder, avaricia, egos elevados a la enésima potencia. ¿Será que no se han hecho eco?…quizá nadie se los haya anunciado, lo que afirma el salmista a voz en cuello: «Mi alegría es el camino de tus preceptos más que todas las riquezas» (Sal 118,14) ¡Claro!, de ahí que unos versículos después declare con toda solemnidad: «Más estimo yo la ley de tu boca que miles de monedas de oro y plata» (v.72)

Quizá cabe el preguntarse: -¿Soy yo ese salmista que tengo asentada mi vida en la verdadera riqueza, o por el contrario tengo puesta mi estimación en el dinero?

No fue Jesús un predicador de campanillas

Con toda veracidad se puede decir que Jesús fue escuchado con agrado por grupos de gentes y que otros tantos le siguieron, pero no fue lo suyo una predicación preparada, muy medida y convenientemente pronunciada, donde fácilmente se introduce la censura del inconsciente para prohibir “franquezas” cuyas consecuencias pueden ser motivo de desdicha e infortunio. De ahí que lo suyo no fueron sermones de campanillas. Para muestra, el evangelio de Lucas, cuyo texto también recogen los otros sinópticos: «Escrito está: “Mi casa es casa de oración”; pero vosotros la habéis hecha una “cueva de bandidos”» (19,46)

Se confirma lo dicho al principio de esta reflexión: el agridulce está servido. No se nos ahorran acideces de toda calaña, pero no es menos cierto que no entrar por caminos de discipulado del Maestro sea camino de rositas. Esto último a lo largo de todas las épocas históricas ha vendido y sigue vendiendo pócimas de dicha y contento, pero es verdad a medias: dura lo que dura y de no darnos cuenta nos metemos en una espiral de sinsabores que no hay sal de frutas que la calme.

 

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